on el inicio del tercer año de la pandemia, el cada vez más evidente hastío con las medidas de prevención de contagios que chocan con conductas sociales arraigadas, la menor virulencia y carácter más contagioso de la variante ahora dominante del virus y, desde luego, la inmunidad ganada por los ya contagiados y la que proporcionan las vacunas –entre otros elementos de incidencia más limitada o circunscrita– parece configurarse una nueva coincidencia en la orientación de conjunto de las políticas y acciones nacionales de respuesta a la pandemia. Excepto unos cuantos países, entre los que sobresale China, el objetivo que ahora se persigue casi universalmente es apresurar el paso hacia la fase endémica de la enfermedad e incorporar al covid-19 como insalvable elemento constitutivo, al menos en este y los próximos años, de la nueva normalidad.
Quizá convenga subrayar ahora una característica lateral de la situación actual: casi han desaparecido de la información y del diálogo público relacionado con el covid-19 las referencias a los avances y desarrollos en la formulación y elaboración de medicamentos específicos, aunque puede presumirse que los grandes laboratorios farmacéuticos privados trasnacionales continúan trabajando en ellos a marchas forzadas. La insistencia informativa y de divulgación ha continuado centrada en la prevención, en las vacunas. Se ha hecho notar cómo una curación eficaz, necesaria una sola vez (salvo en caso de reinfección), resultaría mucho menos redituable que la aplicación periódica de vacunas y refuerzos, de efectividad (al parecer cada vez más) limitada en el tiempo.
Te curo ahora, una sola vez (salvo que vuelvas a infectarte), o te vacuno ahora (una o dos veces) y evito (con uno o dos refuerzos) que enfermes gravemente y debas hospitalizarte para, dentro de un año (o nueve meses, o seis meses) repetir el ciclo. Así podría plantearse, en términos crudos, la cuestión que pueden estar considerando los dirigentes de esos laboratorios.
Al advertirse el más que inesperado rápido ascenso de nuevos casos que coincidió con el inicio de 2022, llevando su número en el mundo de 5.6 millones en la semana del 26 de diciembre, tras una escalada continua y acelerada de cuatro semanas, a 23.3 millones en la del 23 de enero, reapareció la idea de que, como resultado de los dos factores antes señalados, la llamada inmunidad de rebaño se tenía al alcance de la mano, al menos en las regiones más severamente afectadas.
Tras el máximo de finales de enero vino, como se sabe, una desescalada también rápida: los nuevos casos semanales cayeron a 16.2 millones en la semana del 13 de febrero –alrededor de 30 por ciento en una quincena y, con importantes diferencias entre países y entre regiones de un mismo país, se ha mantenido, al menos por el momento.
Pronto se hizo notar que el mayor obstáculo para esta posibilidad era el carácter extremadamente concentrado y desigual de la vacunación, así como el riesgo de la aparición de nuevas variantes aún más contagiosas o que de alguna manera eludan a las vacunas existentes. Los más de 10 mil millones de dosis de vacunas aplicadas dibujan un mapa en que no menos de 40 naciones no han conseguido vacunar por encima de 20 por ciento de su población –cubren una amplia franja del África ecuatorial, del Atlántico al Índico, así como algunas áreas de Asia central y Oceanía–.
En los países con más elevados índices de vacunación, que han alcanzado coberturas superiores a 70 por ciento de los residentes, ha ganado popularidad y se ha convertido en demanda política más o menos extendida el rápido desmantelamiento de las prácticas preventivas con las que primero se respondió a la pandemia: el uso de cubrebocas, el distanciamiento social, evitar aglomeraciones sobre todo en espacios cerrados, suspensión de actividades en centros de trabajo afectados por los contagios. Un número creciente de gobiernos ha anunciado que pronto –en el curso incluso del presente febrero o antes del fin del invierno boreal– eliminarán todas las medidas de este tipo.
Mucho me temo que vivir con covid es una opción que gana terreno ante el enorme costo económico de la prevención, como hasta ahora se ha practicado, y la creciente impopularidad de las acciones preventivas usuales. Desde el punto de vista de salud pública y a largo plazo puede resultar la opción errónea.