ontra el silencio y el olvido. En Madres paralelas (2021), Pedro Almodóvar da un giro notable a un viejo propósito suyo, enunciado hace 30 años, al inicio de su carrera, y que consistía en no ocuparse directamente de asuntos políticos, o hacerlo de manera oblicua, omitiendo toda alusión a la dictadura franquista, el mayor oprobio en la historia española del siglo XX. Decía entonces: Mi rebelión consiste en negar a Franco. Rechazo incluso su memoria y todo lo que escribo comienza con la idea: ¿Y si Franco no hubiera existido?
. Un elemento importante que relata ahora en su nueva cinta es el trabajo de recuperación de la memoria histórica que emprenden grupos civiles de la sociedad española y familiares de personas desaparecidas o ejecutadas durante la guerra civil, cuyos cuerpos, arrojados en aquellos años en fosas comunes, comienzan apenas a ser exhumados con la intención de darles una sepultura digna. Tres años antes de filmar Madres paralelas e incluir en ella un episodio de excavación de esas fosas, Almodóvar había coproducido un documental con ese mismo tema: El silencio de los otros (2018), de Almudena Carracedo y Roberto Bahar, exhibido ya en la Cineteca Nacional. Todo un alegato en contra del llamado pacto del olvido
, ese vano intento oficial por exonerar las culpas y lograr una improbable reconciliación nacional.
La estrategia novedosa del realizador español consiste en entrelazar ahora, no sin riesgos, una historia marcadamente política con el tipo de melodrama doméstico que suele manejar con gran solvencia artística. A partir de una situación de enredos y giros imprevistos, Almodóvar construye la historia paralela de dos mujeres, una de mediana edad, la fotógrafa Janis (Penélope Cruz), y otra, 20 más joven, Ana (Milena Smit), quienes comparten una habitación en el hospital donde ambas están a punto de dar a luz a dos niñas. Las dos son madres solteras y al salir del sanatorio habrán de separarse sólo para encontrarse azarosamente de nuevo y tomar la decisión de compartir la misma casa. Sin embargo, el destino de cada una conocerá un vuelco dramático debido a una dura contrariedad externa ligada a sus maternidades. La complicidad afectiva que cultivan ambas no ignora la sensualidad física, anhelante en el caso de Ana, discretamente reticente en una Janis más madura. Es notable la sutileza con que el director aborda el mutuo aprendizaje sentimental de las dos madres paralelas. Cada una ha vivido experiencias insatisfactorias, cuando no muy duras, con sus antiguas parejas masculinas, y una y otra encuentran un refugio estimulante en la convivencia acordada.
Es interesante ver también cómo a lo largo de la acción el propósito de Janis por recuperar con ayuda de su ex pareja, el antropólogo Arturo (Israel Elejalde), los restos de su bisabuelo ejecutado durante la guerra, va creando un fuerte lazo con la manera en que esta mujer vive las incertidumbres de su propia maternidad amenazada por una angustiante sensación de pérdida. La posibilidad de perder una hija tiene un duro equivalente en la eventualidad de no tener tampoco y para siempre todo rastro de un viejo familiar olvidado en una fosa común. En una escena clave, la joven Ana señala a Janis la inconveniencia de remover el pasado histórico so pena de acentuar las crispaciones sociales, mientras manifiesta su propia opción apolítica. Al respecto, en una entrevista reciente, el propio Almodóvar precisa así su postura: Cuando en España alguien dice que es apolítico, significa que es de derechas
. En el mundo actual, donde prevalece una polarización, el escapismo centrista suele ser una noción bien intencionada, aunque cada día más ineficiente e ingenua. Resulta claro que un Almodóvar ahora más desencantado y maduro toma aquí distancias evidentes con aquel realizador desbocado y joven a quien se llegó a tachar de frívolo y políticamente inconsecuente. Aunque en un primer momento la subtrama de la excavación de las fosas y la reparación de una injusticia historica puede parecer un añadido forzado al melodrama total y redondo capaz de prescindir de él, paulatinamente va revelándose la maestría artística con la que el también director de Dolor y gloria (2019) consigue hacer de las dos historias paralelas una sola parábola de la soledad y la pérdida afectiva, así como de sus opuestos más deseables: la empatía emocional entre los seres humanos y la infatigable reparación de los agravios históricos.
Se exhibe en las sala 1 de la Cineteca Nacional a las 14:45 y 20:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil