esde finales del año pasado, la Casa Blanca, algunos de sus aliados y medios afines se empeñan en instalar la idea de que Rusia prepara una inminente invasión a Ucrania. A partir de esta especie, el gobierno de Joe Biden ha amenazado reiteradamente al Kremlin con severas sanciones económicas si viola el territorio de su vecino, y en días recientes incluso se habla del despliegue de miles de militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Europa del Este, así como del envío de buques de guerra y aviones a las repúblicas bálticas, mientras Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Alemania han expresado la intención de evacuar a su personal diplomático de Kiev, medida estándar cuando se temen operaciones bélicas.
Ante el bombardeo de desinformación al que se ha visto expuesta la sociedad global en este tema, es necesario recalcar que la pretendida agresión rusa no tiene ningún asidero en el desarrollo de los acontecimientos en esa región. Esta misma semana, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, Oleksiy Danilov, afirmó que no hay ningún motivo para el pánico
, pues la situación sobre el terreno es la misma que ha prevalecido desde 2014, y pidió a los medios reducir la retórica bélica. El funcionario descartó el presunto aumento en el número de tropas rusas en el área fronteriza que denuncian sus aliados occidentales; recordó que los movimientos militares dentro de territorio ruso pueden ser desagradables para Kiev, pero no constituyen ninguna novedad, e incluso señaló que Moscú está en su derecho de mover sus contingentes como sea su voluntad.
Sin dejar de lado la postura rusófoba que caracteriza a los gobernantes ucranios a partir del golpe de Estado prooccidental de 2014, Danilov apunta que las razones para hablar de una amenaza de invasión se encuentran en los entornos y los procesos políticos internos de las naciones que han propagado tales versiones. El presidente de Croacia, Zoran Milanovic, fue más allá al afirmar que la actual crisis no tiene nada que ver con Ucrania o Rusia, sino con la dinámica de la política interna estadunidense de Joe Biden y su administración
.
El interés de Washington por elevar las tensiones entre Moscú y Kiev y por arrastrar a la alianza atlántica a una nueva aventura bélica resulta preocupante, habida cuenta del conocido apetito de la superpotencia por las guerras y de su disposición a inventar un casus belli cuando no los encuentra: todavía está fresco en la memoria el bulo urdido en torno a las inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, usado para invadir Irak en 2003, pero tal práctica se remonta a siglos atrás y fue usada lo mismo para apoderarse de Cuba y Puerto Rico como para devastar Vietnam.
Lo cierto es que hasta el momento el principal afectado por las fabricaciones occidentales en torno al contencioso ruso-ucranio es el pueblo al que supuestamente se busca proteger: los temores inducidos por la propaganda ya provocaron una caída en la moneda y pánico entre inversionistas, que golpean a la de por sí alicaída economía de Ucrania. Los actores involucrados en la construcción de este clima de inquietud deben cesar en su actitud irresponsable, escuchar a Kiev y hacer lo mejor para el pueblo ucranio, que es acompañar el diálogo con Moscú y buscar salidas pacíficas, legales e institucionales a las diferencias entre esas naciones hermanas y vecinas.