evocación. La consulta del 10 de abril –fecha doblemente célebre por ser Domingo de Ramos y aniversario del asesinato de Emiliano Zapata– será la piedra de toque de la sucesión de 2024. Sus resultados definirán el estado de las oposiciones hacia la elección presidencial y el margen de maniobra con el que contará el presidente López Obrador para operar la sucesión entre los miembros de su vasta coalición. Este evento transporta dos paradojas.
Sucesión adelantada. Cuando se dice que AMLO adelantó los tiempos no está claro a qué calendario se refieren. Si se tratara del calendario de sucesión priísta es claro que estaría adelantada. Pero entre 1958 y 1982 se contaba con un partido hegemónico, un presidente de la República con enorme concentración de facultades, y una inercia que operaba a favor del sistema a través de diversos mecanismos corporativos. Si en cambio se toma el periodo 2000 a 2018 lo único que se puede constatar es que, por diversas razones, las sucesiones presidenciales no correspondieron con los candidatos impulsados por los presidentes respectivos. No pasó con Fox ni con Calderón ni con Peña Nieto, de suerte que es difícil saber a cuál calendario sucesorio se refieren.
La sucesión con AMLO. El mandatario actual tiene menos facultades que durante el presidencialismo priísta. No cuenta con un partido hegemónico, sino con una coalición electoral multiforme, extremadamente indisciplinada y poco articulada. No cuenta con grandes agrupaciones sociales ni con redes de asociaciones civiles como contaron en distinto grado tanto Fox como Calderón.
La fuerza del presidente es él mismo. Es decir, es un líder carismático que tiene una enorme influencia sobre segmentos importantes del pueblo. Logra movilizarlos para propósitos específicos como ocurrió con el levantamiento de más de 11 millones de firmas –el INE ha confirmado poco más de 3 millones hasta este momento– para cumplir con el principal requisito para realizar la consulta.
Quienes pueden no quieren, quienes quieren no pueden. La revocación de mandato ha sido una demanda histórica de las izquierdas. En los 70 lo proponían casi todos los agrupamientos políticos y sociales progresistas. Se veía muy lejos que la izquierda pudiera ganar en unas elecciones presidenciales. Por tanto, la revocación de mandato junto con las candidaturas plurinominales buscaban limitar el poder presidencial. Así es que la primera paradoja es que cuando un segmento de la izquierda gana las elecciones mas que limitarlo quiere consolidar el poder presidencial. Quienes estarían en contra de la revocación promueven su celebración, pero para ratificarlo. Generará sin duda enormes confusiones entre los potenciales votantes. En tanto que los sectores que estarían en principio a favor de la revocación saben que no tiene la fuerza numérica. Para otros, más articulados, estiman que la revocación generaría inestabilidad e incertidumbre en el país. Entonces, ¿como fue que en el Congreso no hubo oposición suficiente para reprobar una medida tan paradójica?
Quo vadis. Vista desde la perspectiva del presidente López Obrador, ¿qué busca con esta consulta? Tiene una buena aprobación en los sondeos de opinión. Cuenta con un apoyo mayoritario en el Congreso. En cada elección para gobernadores, congresos locales y autoridades municipales crece el poder político de la coalición obradorista. ¿Entonces?
Operación Juego de tronos. Disciplinar y desintegrar. La consulta busca reforzar la capacidad del presidente para operar la sucesión presidencial. Como disuasivo a los potenciales candidatos presidenciales de su coalición. Sépase que es el presidente quien decidirá. Y sépase que es mejor que guarden disciplina. En caso de que no entiendan, entra la otra parte de la tenaza. Desarticular de tal manera a la oposición partidista que dejen de ser remansos potenciales para candidatos derrotados.
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