Moriré terca, no puedo ser mas que terca. Aunque mi hijo esté muerto tercamente seguiré, para que aparezcan los otros, que también son mis hijos.
Rosario Ibarra de Piedra
El 25 de noviembre de 1973 Jesús salió a un mandado y ya no regresó. Semanas más tarde sus padres recibieron una carta: “Me encuentro bien. Supongo que deben imaginarse en que ando, espero que no los hayan molestado. Estoy lejos y no se si volveremos a vernos. De ser así espero que lo comprendan”. Cuatro meses después su padre fue sacado de su consultorio por la policía y torturado por agentes federales. Querían saber el paradero de su hijo. El 30 de abril de 1975 la prensa informó que Jesús Piedra Ibarra miembro de la Liga Comunista “23 de septiembre” había sido capturado por la Policía Judicial. Sin embargo, las autoridades no lo presentaron ni reconocieron su detención. Su madre Rosario Ibarra de Piedra inició entonces una búsqueda que va para medio siglo.
Jesús no fue el primer desaparecido ni Rosario la primera madre que salió en busca de un hijo secuestrado por la policía o el ejército, pero su incansable activismo fue el disparador de una lucha cada vez más visible contra las desapariciones forzadas: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!” fue y es la consigna.
Eran los tiempos de la “guerra sucia”. La masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas había convencido a muchos jóvenes de que la solución estaba en las armas. Pero todos los luchadores sociales, no solo los prospectos de guerrilleros, eran asesinados, encarcelados o desaparecidos por la fuerza pública. Eran los tiempos de la Dirección Federal de Seguridad y de la paramilitar Brigada Blanca. Eran los tiempos del siniestro torturador que se llamó Miguel Nassar Haro.
Rosario deja casa y familia en Monterrey y se muda a la Ciudad de México donde va de Los Pinos a la Secretaría de Gobernación a la Procuraduría al Campo Militar número 1 a los separos de Tlaxcoaque… Se entrevista con el presidente Echeverría, con Ojeda Paullada, con Gutiérrez Barrios, con Nassar Haro… Ruega, demanda, exige, emplaza… sin resultados.
Pero no solo falta Jesús Piedra Ibarra, faltan también Rafael Ramírez Duarte, Javier Gaytán Saldívar, Jacob Nájera Hernández, Jacobo Gámiz García, José Sayeg Nevares, José de Jesús Corral García, Francisco Gómez Magdaleno y muchos, muchos más. De modo que las madres, esposas y hermanas que se encuentran en la búsqueda infructuosa deciden que es mejor caminar juntas y en 1977 por iniciativa de Rosario crean el Comité pro Defensa de Presos Políticos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos conocido como Comité ¡Eureka!
Cansadas de ver muertos ajenos en las planchas de las morgues, hartas de escuchar expresiones como la del federal que les dijo: “Es para que escarmienten. Para que les digan a sus hijos que mejor no se metan con el gobierno”, el 28 de agosto de 1978 las del Comité organizan una huelga de hambre en el atrio de la Catedral metropolitana.
-¿Usted cree que es normal que en un país desaparezca la gente? -le revira Rosario a Elena Poniatowska que la entrevista- A nosotras pueden llamarnos las locas de la Catedral… no me importa; hemos llegado al límite, este es nuestro último recurso. No nos queda otra, al gobierno hay que arrancarle las cosas. Algunos me insistieron en que la huelga es un error político, que íbamos a frenar la amnistía. Pero yo no podía detener ya a las demás mujeres, a las 83 que aquí nos encontramos y que hace mucho queríamos tener una huelga de hambre. ¡Algo teníamos que hacer por nuestros muchachos! Ya basta ¿no? Ya es mucho peregrinar, mucho aguantar…
-¿Y si están muertos?- pregunta la periodista.
-Entonces queremos sus cadáveres, que sepamos quién, cuándo, cómo y dónde los mataron.
Únicamente cuatro varones acompañan a las 83 mujeres en su huelga de hambre y no es el único caso en que la presencia femenina es mayoritaria. Y uno se pregunta: ¿Por qué en la búsqueda de los desaparecidos predominan tanto las mujeres? ¿Qué no tienen padres, esposos, hermanos? La respuesta me la dio una buscadora de la Costa Grande de Guerrero: “Si tienen y también se agüitan. Pero es que ellos no pueden andar en esto como nosotras las mujeres porque los hombres no soportan tanto dolor. Ellos no aguantan, ellos se quiebran. Nosotras no”. Tal parece que solo las que dan a luz y amortajan, que solo las gestoras de la vida y de la muerte tienen la fuerza necesaria para buscar incansablemente señales de vida o en la de malas señales de muerte.
En 1978 el presidente López Portillo firma la Ley de amnistía. Pero los desparecidos no aparecen de modo después de la que se hizo en la Catedral hay otras seis huelgas de hambre. En 1981 se integra el Frente Nacional contra la Represión y más tarde la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos y Desaparecidos. Incansable, Rosario da a conocer su caso en universidades de 80 ciudades de Estados Unidos, asiste a las sesiones de Amnesty International en Londres, lleva su denuncia a Helsinki, Bonn, Berlín, Estocolmo…
En el último tercio del siglo XX tanto en México como en América Latina los incontables asesinatos y desapariciones forzadas de la llamada “guerra sucia” auspiciada por Estados Unidos fueron obra de los gobiernos, pero en el cruce de los milenios el crimen organizado asume su parte de la cuota de muerte. Así ocurre en México donde en 2010 la Comisión Nacional de Derechos Humanos documenta 11 333 casos de migrantes secuestrados por el narcotráfico. De modo que ahora predomina aquí la búsqueda e identificación de los cuerpos. Pero la lucha por encontrarlos se mantiene y Rosario sigue siendo su emblema.
En los años en que ella inicia su periplo el activismo social todavía no se fragmentaba en innumerables causas particulares -como ocurrió después con el boom de las ongs- de modo que pronto Rosario ya no está luchando solo por su hijo y otros desaparecidos sino también por los presos políticos, los perseguidos, los exilados… y de ahí a la causa de las mujeres, de la diversidad, de los indígenas, de los obreros, de la democracia, del medioambiente…
Al término de los setenta del pasado siglo la regiomontana se ha vuelto una de las activistas sociales más visibles de México y como se usaba en tiempos pre onegeneros su militancia no es estrechamente temática sino comprensiva y ecuménica. A Rosario ya ninguna causa justa le es ajena de modo que en 1982 y 1988 acepta ser candidata a la presidencia de la República por el Partido Revolucionario de los Trabajadores que había apoyado la huelga de la Catedral, de 1985 a 1988 es diputada federal por este mismo partido y de 2006 a 2012 senadora por el Partido de la Revolución Democrática, candidaturas y cargos en los que hay que trabajar no solo por los desaparecidos sino por todas las causas justas y en última instancia por proyectos de país integrales e incluyentes.
A Rosario la conocí de cerca en 1994 cuando presidía el grupo de cien que presuntamente encabezábamos la Convención Nacional Democrática convocada por el EZLN. Y en esa calidad un día me invitó a encaramarme con ella en el techo de la cabina de un camión de redilas para desde ahí arengar a los cientos de convencionistas concentrados en San Cristóbal de Las Casas que a empujones trataban de abrir la puerta metálica del local en que íbamos a sesionar y que nos habíamos cerrado. Por fin la puerta cedió y Rosario y yo pudimos bajar de la cabina del camión. Para entonces ella tenía sesenta y siete años y una energía de treinta.
Volvimos a platicar largo 18 años después en el Club de Periodistas y en el marco del encuentro llamado “Los grandes problemas nacionales. Diálogos para la regeneración de México” realizado en 2012 donde ella dio una conferencia magistral. Entre otras cosas ahí Rosario dijo: “Todos los esfuerzos particulares que hacemos para la creación de mecanismos que protejan los derechos humanos se topan con una barrera inexpugnable que no nos permite avanzar. Lo que se requiere ya es sacar a este gobierno. Por su puesto tenemos que seguir luchando por la presentación de los desaparecidos, pero a corto plazo no hay más solución que sacar del poder a este grupo y con un gobierno legítimo identificado con los derechos sociales como el que esperamos con López Obrador empezar la reconstrucción. Por eso a todos los activistas de derechos humanos los invitamos que concentren ahora todos sus esfuerzos en tener un nuevo gobierno que rompa con el viejo régimen”.
Rosario nunca ha dejado de buscar a su hijo, pero desde hace mucho entendió que solo trabajando todos juntos por la transformación integral del país podrán avanzar las causas particulares. Para Rosario, Jesús somos todos. •