Número 172 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
#HastaEncontrarles
Rosario en casa de vecina del barrio de San Judas Tadeo, Piedras Negras, Coahuila. Raúl González

Violencia y comunidad: silencio, olvido y memoria en las desapariciones

Raúl A. González Pelayo GIASF

En la ciudad de Piedras Negras ubicada en la región fronteriza del estado de Coahuila, han pasado apenas diez años desde que inició la ocurrencia masiva de desapariciones, homicidios y enfrentamientos entre el crimen organizado y las fuerzas de seguridad; poco tiempo para que en sus calles se borren las historias de lo acontecido en el periodo en el que los Zetas, el ejército, la marina y policías estatales, ocupaban la ciudad. Y aunque actualmente existe una percepción distinta sobre la seguridad ciudadana, el miedo a hablar sobre las desapariciones ocurridas en los barrios sigue latente.

Existen en la sombra un sin fin de testimonios de personas que, sin considerarse víctimas, atestiguan la ambigüedad de la desaparición de sus vecinos, como testigos silentes del horror. Estas personas no cumplen la función de aquellos testigos que participan en un tribunal. Nunca han declarado, ni las condiciones están dadas para que sean llamadas a hacerlo y se haga justicia. Son testigos en sentido lato del término, personas que han vivido una determinada realidad y están en condiciones de ofrecer un testimonio. Son personas que se encuentran impresionadas, conmovidas, porque no son entes aislados, viven en el contexto en el que el acontecimiento surge y reproduce la violencia. Su vida ha sido afectada de cierta manera; algunas de estas personas son sobrevivientes del homicidio y la desaparición, lo cual adelgaza la línea divisoria entre el testigo y la víctima.

Entre los testigos, son los jóvenes de barrios populares quienes más evitan hablar del tema. Este sector es uno de los más afectados por la violencia, al ser blanco de intimidaciones del crimen organizado y fuerzas de seguridad. Los datos de desapariciones, tanto oficiales como del colectivo local de familiares de personas desaparecidas, confirman que los jóvenes son el grupo etario con más desapariciones en la región, algo que se reproduce en las cifras nacionales.

La línea ambigua entre el testigo y la víctima muestra que la desaparición funciona como un acto que genera temor e incertidumbre en la población en general, ya que opera como un dispositivo para encubrir los delitos, para silenciarlos y borrarlos de la memoria. Es por eso que, aún a pesar del tiempo transcurrido desde que ocurrió el acto, sus efectos continúan y el miedo a hablar, los rumores, el silencio y el olvido se perpetúan como actitudes de la comunidad ante las violencias. Para el testigo, hablar sobre las desapariciones de personas, genera miedo a nuevas persecuciones o pérdidas, hablar representa un riesgo. Estamos ante un acto de violencia que tiene dificultad para ser testimoniado no solo por el terror que provoca, sino como rasgo del mismo método.

No obstante, ante el silencio y la sombra, existen otras voces que hablan en nombre de la persona desaparecida en la comunidad y van más allá de la intimidad del hogar de la familia que sufre la ausencia. Estas voces muestran los espacios en donde habitan las personas desaparecidas: en la memoria oral, en las anécdotas y charlas, en canciones de hip-hop, en las plegarias de los rosarios y misas en donde se nombra y se muestra en fotografías a las personas desaparecidas a través de la nostalgia. En este sentido, la desaparición no solo produce olvidos; genera actos de memoria en donde está presente la intención de justicia, reconocimiento y homenaje, en donde los testigos acompañan a las víctimas como acto de duelo público ante las violencias sufridas en su comunidad.

Misa para personas desaparecidas en Piedras Negras, 2019. Raúl A. González Pelayo

Hablar sobre los dilemas de los testigos se vuelve importante, porque es la sociedad en general donde se producen las narrativas que podrían generar un cambio de conciencia en las ideas alrededor de las violencias sufridas. Los actos de los testigos generan contacto con la experiencia grupal, dándole nuevos significados a la pérdida, y permiten que las víctimas habiten su agencia al sentirse respaldadas por su propia comunidad. La figura del testigo en México no ha sido muy visibilizada en el campo de los derechos humanos, mientras que los familiares y colectivos de personas desaparecidas, una y otra vez han externado su preocupación sobre el escaso pronunciamiento de la sociedad. Hacen falta más reflexiones para comprender los sentidos que adquiere la desaparición a un nivel comunitario para producir indiferencia, desinterés y olvido. Pero también para conocer las distintas maneras en las que la comunidad se organiza para construir alternativas de afrontamiento a las violencias. •