i no fuera por el ritual, por las rutinas, en estos momentos estaría muerta. Si no fuera por la pandemia, en el siquiátrico, por voluntad propia, sin miras a salir. Recuerdo a Robert Walser, los últimos años de su vida en el siquiátrico, después de compadecerse por un caballo, abrazarlo y llorar contra su cara. En medio de un bosque, Bernese Mental Home, en Waldan, las cuatro estaciones del año. (Recuerdo que se encontró con Freud; se simpatizaron.)
Soy de origen libanés; mis abuelos paternos, judíos; maronitas los maternos; emigraron a México, donde nacieron mi mamá y mis tíos. Comprenderás, lector mío, que mi segunda naturaleza sea confiar enteramente en el destino.
Mi final llegará cuanto esté escrito que llegue.
Desde hace ocho meses, tras la muerte de mi pareja, mi existencia cambió de forma radical. De ser de compañía, a ser de soledad. A su modo, todos mis muertos permanecen en mi interior y cual los vivos, mis cuatro hermanos. Viven con sus familias fuera de la Ciudad de México o, los más, dispersos en el extranjero. Aunque a veces nos vemos, aquí o allá, a su modo permanecen en mí, como lejos de mí. De ahí que defina mi existencia con la palabra soledad.
Debido a mi forma de ser (aislada, reservada, solitaria, tímida, insegura), y, a pesar de que, de ahí, de una u otra forma, siempre bien intencionada, por más que a mis ojos, mejor declararía que fui forzada a ser sociable, lo que de naturaleza nunca fui.
Apenas hace unos días (¿el 12 de noviembre?), de la nada se me plantó la idea, la urgencia, de volver a empezar a vivir, de ser consciente de que ahora mi vida era otra, y que, si no lo hacía natural (¿o medio forzada?), sencillamente moriría.
En el amanecer de tal fecha cercana, escribí y envié una Invitación al bazar feminista
a algunas amigas de infancia, a una que otra del mundo libanés en México, a la aristocracia artística, intelectual, científica, a la que ingresé de la mano de mi primer esposo, amigo de toda la vida del segundo, que enviudó un mes exacto antes que yo (mi primer esposo era 26 años mayor que yo, lo conocí a los 23; mi segundo esposo era mayor que yo 16 años; su esposa, madre de sus hijos, 10, que murió al mes exacto de mi primer esposo).
En el acto en que brotó de mí la ocurrencia de invitar al bazar feminista, estaba incontenible, acelerada en extremo, como dicen, fuera de mí, según también dicen. ¡Incontenible! Recordé, reconstruí, de la infancia a la fecha, una lista de mujeres a las que me urgía ver (con algunas, aunque a lo largo del tiempo nos mantuvimos en determinado tipo de contacto (felicitaciones de cumpleaños; encuentros casuales), a la mayoría de herencias, apreciadísimas de medio siglo, de mis dos parejas (amigos desde mucho antes de que yo conociera a mi primera pareja; fuimos, los cuatro (mi segunda pareja y su única esposa de toda la vida, exiliados los dos, al igual que mi primer esposo, de dictaduras implacables; fuimos, decía, los cuatro, inseparables amigos (viajamos juntos por el país y por el mundo, nos veíamos seguido, en comunicación permanente con sus amigos, que coincidían, de siempre, que considero, desde la soledad, herencia invaluable, que amo y necesito; así, fecho a un bazar feminista (sólo dos galanes invitados, por razones muy particulares), aquí en mi casa, que (al publicarse esta colaboración) habrá tenido lugar el 10 de diciembre, y que yo consideraré, habré considerado, la forma ideal tanto de agradecerles (la gratitud es una de mis respuestas naturales aquí y ahora; la existencia de mis invitadas, compañía, su presencia, o sus respuestas a la “Invitación…”, mi presentación ante ellas, tan diferente de cómo me habían conocido todo este largo, largo tiempo (ya cumplí 74), con su asistencia, o respuestas, ya impresas y en un archivo específico, considero un final feliz cerrar 2021, aliciente para entrar a 2022, me dure lo que me dure. Viva o no, confiada a mi destino, en el estado deteriorado en que vivo.
Grupo heterogéneo, que yo registro, plenamente, agradecidamente, homogéneo.
Firmé Bárbara, Babi, Barbarita, según la identidad que iba recibiendo de mi gente; me faltó incluir, Babs, Babuschkaya, según me llamaba Julio Labastida.
Tras ocho meses, logro organizar mi día a día, entre rutinas y rituales, que me salvan de salir corriendo, tampoco sabría hacia dónde.