l café es un cultivo lleno de paradojas. Su consumo comenzó como bebida medicinal y pasó a ser droga legal para combatir el cansancio, compañero imprescindible de tertulias y pretexto para iniciar la ceremonia del cortejo. En México, fue producto de plantación orientado hacia el mercado externo, hasta que se convirtió abrumadoramente en una actividad agrícola de pequeños campesinos, muchos de ellos indígenas.
Otro contrasentido del aromático en nuestro país es que, mientras su exportación en el ciclo 2020 arrojó divisas por 547 millones de dólares, y entre enero y octubre de 2021 trajo al país 512 millones de dólares, el apoyo gubernamental para su siembra, haya sido tan limitado: 182 mil cultivadores de medio millón que se dedican a esta actividad reciben un apoyo máximo de 6 mil 200 pesos (https://bit.ly/32XryjB).
Pero, quizás, la contradicción más grande que acompaña su siembra, es la de generar enormes ganancias para unos cuantos, mientras la inmensa mayoría de los pequeños caficultores que lo plantan, cuidan y cosechan viven en una enorme miseria.
El café es un producto de importancia estratégica para la economía mexicana y para la población rural de menores ingresos. En 2020 ocupó la quinta posición de cultivos cíclicos por debajo del maíz, frijol, sorgo y caña de azúcar, con más de 700 mil hectáreas sembradas. Su pizca absorbe mucha mano de obra estacional. Es un cultivo campesino, preponderantemente indígena. Según el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (Cedrssa), 90 por ciento de los caficultores tienen predios menores a dos hectáreas, 65 por ciento viven en municipios de pueblos originarios, y 37 por ciento son mujeres.
Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el aromático se siembra en 14 estados, concentrados en el centro y sur del país. Casi 40 por ciento de la producción nacional proviene de Chiapas, seguido por Veracruz y Puebla con 24 y 17 por ciento.
El neoliberalismo dañó profundamente la caficultura en el país. En 1987, México era el cuarto productor del grano en el mundo. En la actualidad ocupamos apenas el décimo lugar, con alrededor de 2 por ciento de la producción mundial. En el ciclo 1988-89 la cosecha nacional fue de 4.116 millones de sacos de 60 kilos. Hace cinco años, en plena epidemia de roya, fue de tan sólo 2.3 millones de sacos. Y en el último se cosecharon solamente 3.59 millones de sacos (aunque, estimaciones posteriores la ubican en 3.53 millones de sacos).
A raíz de nuestro vergonzoso papel en la ruptura de las cláusulas económicas de la Organización Internacional del Café (OIC) y de su política cafetalera internacional, México fue acusado de esquirol. El Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) desapareció y nunca se instrumentaron mecanismos de regulación de compra del grano en campo para asegurarle a los caficultores un precio base, ni se promovió realmente el consumo de café mexicano dentro del país, uno de los más bajos en el mundo entre las naciones productoras: hoy, 1.6 kilos por persona al año. Y, cuando llegó la epidemia de roya y comenzó a devastar las huertas, los apoyos para combatirla fueron escasos, fallidos y tardíos.
A pesar del actual repunte en los precios del aromático en el mundo, las cosas no han mejorado mucho para los pequeños caficultores. Se canceló, por ejemplo, el programa Procafé, con el que se venían renovando los arbustos afectados por la roya. Según un reporte de la USDA del 19 de mayo de 2021, el pronóstico de la producción de café para la cosecha 2021-22 es similar a la del ciclo anterior, debido a la escasez de mano de obra y las condiciones de sequía en curso en algunos estados, que están degradando los árboles y el suelo. Los esfuerzos en curso del sector público y privado para aumentar la producción y la eficiencia mediante la replantación de variedades de cafetos resistentes a la roya están teniendo un efecto mínimo, debido al bajo financiamiento para los productores, la falta de asistencia técnica y de comercialización sólida y los precios mundiales
(https://bit.ly/3Hp5duc).
Como los precios del café se fijan en bolsa, están sujetos a la montaña rusa de la especulación. Durante 2021, los futuros del aromático (sobre todo las variedades arábigas) subieron más de 90 por ciento. Sequías, heladas e inundaciones han provocado grandes daños a huertas y plantaciones en Brasil y Colombia. Adicionalmente, el tráfico marítimo es una locura, hay escasez de contenedores para transportar el aromático, falta mano de obra para labores culturales y recoger los frutos, se ha incrementado el precio de los energéticos y las protestas sociales en Colombia han frenado su transportación por tierra.
Sin embargo, esta bonanza no ha traído casi beneficios a los pequeños caficultores. De entrada, porque comenzó cuando ya habían vendido sus cosechas. Por el contrario, los grandes empresarios que tienen bodegas e inventarios, resultaron muy beneficiados.
Para que su café no sepa amargo, los pequeños caficultores demandan la creación de un organismo que regule el precio justo de compra del grano, y que les permita recuperar los costos de producción y obtener una pequeña utilidad. Adicionalmente, entre muchas cosas más, requieren de programas de fomento y apoyo a la organización para la producción, que vayan más allá de los subsidios individualizados, que no les permiten romper el control perverso de la comercialización del aromático por parte de coyotes y trasnacionales.
Twitter: @lhan55