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Reforma energética: la sexta
A

segura Duncan Foley que el mercado de las visiones económicas se ve influenciado por la necesidad de determinar políticas a aplicar para enfrentar problemas y dar resultados. En este contexto, el prestigiado profesor de la New School de Nueva York reconoce el éxito de la teoría marginalista y sus seguidores neoclásicos, para dar respuesta a muchas interrogantes en diversos órdenes de la vida material.

Además, cita al notable Piero Sraffa, quien señaló que con el triunfo de la teoría económica marginalista y neoclásica desde la década de 1880, la coherencia teórica y metodológica de la visión clásica de Smith, Ricardo y su crítica en Marx, quedó abandonada, lamentablemente. Y la sustantiva diferencia entre precios naturales y precios de mercado se desdibujó, y con ella la teoría clásica de la distribución sustentada en los conceptos clásicos de salario, beneficio y renta. ¿Por qué? Pregunta que heredó Piero Sraffa y que, de alguna manera, recogió su brillante alumno Pierangelo Garegnani (1930-2011), a la postre cabeza del Centro de Investigación y Documentación Piero Sraffa de la Universidad de Roma III.

Se perdieron elementos esenciales de análisis de la vida económica, según se explica en una obra colectiva al respecto (Duncan K. Foley, Pierangelo Garegnani, Massimo Pivetti, Fernando Vianello, Classical Theory and Policy Analysis: A Round Table, Fondazione Centro di Ricerche e Documentazione Piero Sraffa, ARACNE, 2004).

Pues bien, cuando se discute –ya empezó a hacerse y se seguirá haciendo por la reforma eléctrica– sobre las lógicas técnica y económica del famoso despacho eléctrico, se está invocando una discusión sobre las bases técnicas y económicas a seguir en el llamado orden de mérito de las centrales generadoras. Sí, las que atienden la demanda de electricidad. ¿Costos marginales, costos totales, costos promedio?

Bien dice el investigador de la Facultad de Ingeniería de la UNAM Víctor Rodríguez Padilla. El proceso eléctrico comprende dos circuitos: el de los electrones y el del dinero. El primero consiste en generar la corriente, inyectarla en la red y hacerla llegar a los usuarios en las mejores condiciones de continuidad y confiabilidad, calidad y precio. El segundo, en recolectar el pago de los usuarios y repartirlo entre todos aquellos que participaron en el proceso.

¿Cuál pago y cómo repartirlo? El proveniente de la aplicación de tarifas. Sí, las de la agregación de los costos –eficientes, por lo demás– de generación, transmisión, transformación, distribución, suministro y, desde luego, control y planeación. Sí, componentes cuya integralidad permite atender con confiabilidad y seguridad los requerimientos continuos de electricidad.

Es un asunto de la mayor importancia. Complejo, pero que bien puede resolverse, y con transparencia. Si no, se corre el riesgo del debilitamiento del servicio público de electricidad.

Ahora bien, al iniciar con los costos de una generación que –por el bien de todos– debe incorporar el máximo posible las renovables, incluido respaldo, almacenamiento y soporte de red, para atender su intermitencia, variabilidad y su afectación a la red, es preciso profundizar la ingeniería económica de determinación de dichos costos y de dicho despacho. ¡Va de por medio mucho!: costo mínimo global, seguridad máxima, confiabilidad plena y mínima emisión de gases de efecto invernadero. Por eso tenemos que profundizar en esa ingeniería económica. La veremos a la brevedad. De veras.