altan pocos días para el estreno de 2022. Pero ya quedó claro que será un año especialmente largo para los brasileños.
Y no que sea bisiesto: es que hasta las elecciones del primer domingo de octubre Brasil estará bajo los desmanes y exabruptos del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro en la presidencia.
Sería ingenuo confiar en el calendario y concluir que entre el primero de enero y el 2 de octubre se pasarán 274 días. No, no: serán muchos más, y mucho más que 6 mil 576 serán las horas deese periodo.
Bolsonaro sabe que su relección es algo cada vez más alejado de la realidad. Sin excepción, todos los sondeos indican un favoritismo olímpico
por el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Y el actual inquilino del Palacio de la Alvorada también sabe que su popularidad se desploma de manera vertiginosa mientras la reprobación a su gobierno crece con velocidad igual.
Los medios hegemónicos de comunicación, el empresariado y los agentes de la sacrosanta entidad conocida como mercado financiero
intentaron sacarse de la manga un nombre que represente la tercera vía
. Ninguno despegó, mientras crecieron las proyecciones que anticipan una muy alta posibilidad de que Lula sea elegido ya en la primera vuelta.
Más allá de las bondades, prebendas y otros lujos que le tocan a un presidente, hay un detalle que para Bolsonaro es de importancia vital: sin el puesto que ahora ocupa, él perderá el derecho al foro privilegiado.
Sobran indicios palpables que al día siguiente en que sea arrojado del Palacio de Planalto habrá una disputa entre distintos tribunales para saber cuál abrirá más juicios contra él para juzgar centenares de denuncias de todo tipo, que van de crímenes contra la humanidad a destrucción del medio ambiente, de atentado contra la salud pública a complicidad en muertes causadas por la pandemia, pasando, desde luego, por la corrupción.
A propósito de la devastación de la naturaleza: en tres años de su gobierno la deforestación en áreas de protección ambiental aumentó 79 por ciento. En el caso específico de reservas indígenas, 139 por ciento. Y todavía le queda casi un año en el sillón presidencial para acumular más denuncias de crímenes.
Bolsonaro es primate, es desequilibrado, es ignorante, es estúpido, pero no es idiota. Sabe bien el peligro que corre en caso de no ser relegido.
Desde hace un largo par de semanas empezó a expresar si salgo candidato
al referirse a 2022. No son pocos los analistas que prevén que a lo mejor él prefiera disputar una plaza en la Cámara de Diputados o en el Senado, con tal se asegurar un foro privilegiado y, así, su impunidad.
De todas formas, se da por descartado que 2022 será un año de altísima tensión emanada del despacho presidencial.
El escenario económico se muestra especialmente sombrío, y se espera para el segundo semestre un sensible aumento en la inflación.
El cuadro social es dramático: se calcula que 113 millones de brasileños reciben alimentación en cantidad insuficiente y que otros 19 millones están hundidos directamente en el hambre y la miseria.
Se estima que 40 por ciento de la fuerza laboral vive de trabajos eventuales, sin garantías laborales previstas en la ley, y 13 por ciento están desempleados. Esto significa que alrededor de 75 millones de personas se hallan en situación precaria.
El cuadro de miseria se repite por todo el país, con énfasis en las grandes metrópolis, especialmente São Paulo y Río. Y frente a ese cuadro, ¿qué hace Bolsonaro por estos días de fin de año? Pasea en jet sky.
Aparece al lado de una joven ataviada con un bikini microscópico, bailando un funk cuya altísima calidad poética dice que las mujeres de izquierda son perras. Y así seguimos.
También para semejante torpeza hay una explicación. Los sondeos indican que poco más de la mitad del 20 por ciento de sus seguidores son rigurosamente incondicionales. Es precisamente ese el blanco de las acciones de Bolsonaro: alimentar a la jauría más adicta.
Por eso el presidente rechaza la vacunación anti-Covid en general y se opone de manera feroz a que se aplique a niños entre cinco y 11 años. Va frontalmente en contra de todo lo que dicen médicos, científicos e investigadores, todo con tal de complacer a los distribuidores de mentiras en las redes sociales.
Otro blanco de Jair Bolsonaro son las policías y las fuerzas armadas. El valor destinado a inversiones en las instalaciones militares, acordes con el presupuesto previsto para 2022, supera por mucho el destinado a educación y salud.
A partir del primer día de enero esas maniobras y movimientos del gobierno se intensificarán. Y si faltan ideas para sacar a la nación del desfiladero en que se encuentra, sobran las destinadas a preservar la improbable impunidad del peor presidente de la historia de la República de Brasil.
Sí, sí: 2022 será un año especialmente largo. A ver cómo sobreviviremos.