Opinión
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Defender la democracia, valladar contra autoritarismos
L

a actual crisis mundial y la búsqueda de alternativas progresistas que precipitó la pandemia ha obligado a que el mundo cerrado de la globalización se abra a la posibilidad de explorar nuevos caminos de cambio social conducidos por la política. De aquí la importancia de defender la democracia para mejorarla y ponerla, ahora sí, al servicio de la reforma social y, desde luego, como valladar funcional contra el autoritarismo.

Frente al complejo panorama de México y el mundo no deja de sorprender la pequeñez de algunos emprendimientos de Morena buscando demoler la institucionalidad electoral y enaltecer las palancas de una democracia participativa, modalidad incapaz de sostenerse sin los mecanismos aceitados de la democracia representativa.

La hostilidad mostrada contra el órgano electoral y sus consejeros, no sólo pone en riesgo la estabilidad del sistema político, sino que contribuye a seguir corroyendo los cimientos del entendimiento político sobre el que, no sin dificultades, hemos podido construir nuestros intercambios político-electorales. Un edificio en parte defectuoso y oxidado, pero todavía apoyo útil y necesario para enfrentar los desconciertos actuales y poder proponer(se) proyectos de renovación de estructuras e instituciones.

La valoración del tránsito a la democracia y del funcionamiento del sistema político plural que emergiera con dicha transición es llevada por Woldenberg a buen puerto de entendimiento y comprensión de lo que ha sido: un gran emprendimiento colectivo. Más allá del recuento, útil para entender los estires y aflojes de toda obra colectiva, una lectura cuidadosa de la introducción a Contra el autoritarismo lleva a varias interrogaciones; por qué, por ejemplo, no optar por “(…) la posibilidad de coadyuvar a fortalecer una democracia institucional (…) en la que la ley y los otros poderes constitucionales, órganos autónomos del Estado y las dependencias del Ejecutivo formaran un armazón sólido y confiable, respetando las atribuciones de cada cual y permitiendo la interacción (…) entre ellos” (p. 35).

O cómo entender “(…) la intención de reconstruir una Presidencia abrumadora, capaz de hacerse cargo de todo (…) (en) un país masivo, moderno, diferenciado, contradictorio, en el que coexisten no sólo diversos intereses e ideologías, sino incluso muy disparejas sensibilidades” (p. 51).

Preguntas abiertas que no deberíamos ignorar, hacerlo sería renunciar a nuestra historia y al legado recibido. Woldenberg nos recuerda: “Vigencia y defensa de la Constitución, soberanía nacional, sistema político republicano, igualdad jurídica de los ciudadanos ante la ley, separación entre el Estado y las iglesias y supremacía del poder civil, Estado laico, régimen de libertades son temas que Juárez y sus compañeros desarrollaron a la luz de los principios de la ilustración y el liberalismo (…) muchos de esos temas se han sofisticado y en muchos casos tienen una mayor complejidad (…) una construcción política e ideológica que ha modulado lo fundamental de las instituciones políticas del país y del discurso y los programas políticos” (pp.65 y 66).

Y remata: El gran proyecto de Juárez y sus compañeros fue convertir a la política en un instrumento de cambio que hiciera posible una convivencia social justa, libre y armónica, dentro de un Estado de derecho democrático cuya piedra fundadora era la soberanía popular. Se dice y escribe fácil. Pero aún hoy, en esas estamos (p.70).

José Woldenberg, infatigable constructor y defensor de las reglas electorales y de los andamiajes democráticos. Polemista claro, estructurado; su defensa de la democracia no es moda ni actitud romántica, sino expresión de sus convicciones basadas en racionalidad política e histórica; su propuesta llama a reflexionar y debatir que buena falta nos hace. A hacer de la política instrumento de cambio, herramienta privilegiada para una convivencia justa dentro de un Estado democrático de derecho y derechos. A convocar y sumar, a seguir tejiendo acuerdos y compromisos claros, explícitos, no sólo en defensa de nuestras instituciones, sino en torno a superar la inicua desigualdad y la pobreza lacerante.

Esta columna dejará de publicarse un par de semanas por vacaciones. Deseo a todos los lectores un año con salud.