o hay agudeza ni espacio suficiente para examinar el fenómeno social de las migraciones ilegales que, siendo milenario, es ardientemente actual. Ardió en los tiempos prehistóricos, en los medievales y arde hoy en todo continente, se le reconozca o no. Esta es una de las caras negras de la historia del hombre.
Dolorosamente, la incomprensión de su profundidad y el egoísmo general han hecho difícil su gestión, sea para los pueblos receptores como para los seres que caminan sufrientes. Sobre tantos prejuicios hay una verdad demoledora: la historia de las migraciones ha hecho la historia de la humanidad.
Ante esta rotunda verdad, por milenios, pueblos y gobernantes se han topado con el conflicto. Cuesta mucho tiempo y dolor, pero la aceptación acaba por imponerse. Ésta suele ser lenta, cruel y dolorosa, acosada por actos de discriminación atroz hasta extremos de homofobia, mas por hoy el gran crimen internacional sigue al mando. Él dicta el qué hacer y la autoridad reacciona.
Hay decenas de miles de migrantes sobre nuestra frontera norte. Son más extranjeros que mexicanos, pero aun siendo así, son por doctrina y texto constitucional, derechohabientes de iguales garantías. Nuestras leyes no hacen distingos, lo que no es siempre entendido por ciertos segmentos de la población.
En este ambiente ya empieza a violentarse el discurso político, cuando se atribuyen actos de control de migrantes a presiones de Estados Unidos (EU), lo que, dicho fríamente, tiene grandes visos de ser verdad. Esta realidad entra en contradicción con la precipitada bienvenida de nuestro gobierno hace tres años. La arcaica idea de plena soberanía no es imaginable en este siglo. Pocos lo reconocen.
En esta creciente vorágine debe pensarse sobre el impacto que para el presidente Joe Biden y su partido tienen las migraciones de cara a los comicios en noviembre de 2022.
Agréguense sus intenciones de evitarlo primero suavecito, como es él, pero cuando el problema lo acose liberará a los eternos halcones que saben muy bien de nuestras flaquezas. Por lo pronto ya revivió el programa Quédate en México. Hoy la relación luce tersa, pero estemos listos para lo que viene.
Para ambos países es un impacto que llegará más vigoroso aún a las dos elecciones presidenciales de julio y noviembre de 2024.
Las migraciones son bolas de fuego rodantes contra Morena y el Partido Demócrata estadunidense, ambos hoy en el poder. La materia es ardiente y será usada en los procesos políticos que vivimos.
Yendo más allá del impacto en el presente, es de rigor valorar en qué, cómo y hasta dónde se verá afectada nuestra forma de vida al largo futuro respecto de nuestras dificultades y objetivos nacionales.
Esto es, qué México distinto al de hoy veremos a mediano y largo plazos, siendo este el tiempo en que reflexionan los estadistas. La ruta es poco clara, los medios escasos y el futuro, un enigma que hay que resolver, pero así evolucionan los pueblos.
En materia de integración de inmigrantes vamos a ir imperceptiblemente de la incomprensión y el acoso a la tolerancia y lenta aceptación. Hay que estudiar el manejo que aplican Turquía, Alemania, Francia o Gran Bretaña. No hay alternativa, a menos que se crea que la solución es chocar con un muro pétreo.
A AMLO y Biden el rompecabezas pronto les hará sentir apremios mayores, sean legítimos o ilegítimos sus intereses, de fuerzas internas y propias del país antagonista. Los dos presidentes, sus partidos y gobiernos encaran enigmas terribles: ceder a las migraciones les sería lesivo; no ceder, también.
Ambos extremos tienen serios efectos políticos. El caso tiene un carácter general de situación de emergencia sin paralelo. El hecho traumatizante, no previsto en las magnitudes de hoy, a la larga bien podría alterar formas y expectativas del sistema de vida de los dos países y de la relación bilateral.
En los argumentos de política de ambos países destaca ya como valor sustantivo el de protección del interés nacional, lo que es lo correcto. La incógnita es cómo luchar con un problema contradictorio en su manejo. Si hago pierdo y si no, también.
Como argumento, el drama sólo expresa dolor y se nutre de la esperanza. Estamos embarcados en una situación de emergencia al ser inducido por hechos incontrovertibles en decisiones trascendentes para el país.
¿Tiene salida el callejón? Sí, pero exige consumar dos pasos: 1) someter a la criminalidad que hoy nos agobia y así despresurizar el tema; 2) aceptar realidades que hemos disfrazado por décadas, estableciendo una amplia política de Estado que adecue los recursos legales, humanos y de estructura física que haga frente a un conflicto que llegó para quedarse.