no. El intensificado uso (y abuso) de las comparaciones históricas –fruto del desplazamiento
de la historia en la política en las últimas décadas: el auge del revisionismo histórico, el paso de la historia a la memoria, etcétera (Traverso)– es una batalla comunicacional. Lucha por la hegemonía política y cultural (Bourdieu) y por el campo semántico (Koselleck). Un espíritu del tiempo
, que encajando con la crisis –la melancolía
– de la izquierda acaba causando un desasosiego conceptual, véase: Zeitgeist, Weltschmerz, Reisefieber (bit.ly/32p4sSQ, bit.ly/3ewAkbb, bit.ly/3FALgQZ). Pero muchos usos de las comparaciones y conceptos dirigidos contra los enemigos políticos, al carecer de cualquier rigor –y memoria histórica–, dan más bien pena ajena
: Fremdschämen
(el alemán parece tener una palabra perfecta para todo, pero el español no se queda corto). Desembocan en un comparativismo vejatorio
, poniendo a prueba la capacidad de la propia historia de aguantar tantos paralelismos.
Dos. El caso argentino es ilustrativo. De como las comparaciones irrumpen en el debate público para dar sentido al presente con unos autores usando, por ejemplo, la predilecta figura de la debilidad democrática –el Weimar– para preguntarse qué es lo que sigue
(bit.ly/32hJmWQ) y otros refutando esta analogía por alarmista
(bit.ly/3ExmXSF). O de cómo la comparación –una estrategia de legitimación/deslegitimación para ganar una ventaja moral sobre un adversario– sirve para lavar la propia historia de uno: por ejemplo, el diario La Nación, comparando la política kirchnerista con el surgimiento y desarrollo del fascismo
para tapar... su propio pasado fascista (bit.ly/3Jb03E1), lo mismo que hace hoy la extrema derecha a lo largo del mundo acusando a sus adversarios de... ser fascistas
para absolverse (Trump, Bolsonaro, Kast).
Tres. ¿Y México? También. Desde: a) un abanico de palabras erosionadas
de tanto uso indiscriminado –dictadura
, autoritarismo
, totalitarismo
, libertad de expresión
, censura
, etcétera (bit.ly/3mlqcGa)–, respecto, supuestamente, a las políticas de AMLO a fin de evocar ciertos periodos de la historia e insertarlo en esta clave comparativa; b) la deriva retórica
de la oposición con una serie de comparaciones dislocadas
: Chávez, Stalin, Putin, Hitler, Trump, Díaz Ordaz, etcétera (bit.ly/3pdaMpu); c) unos autores invocando a un célebre lingüista del nazismo (Klemperer) para insinuar que “la 4T y el Tercer Reich son –lingüísticamente– lo mismo” –¡sic!– (bit.ly/3yRQbdv); hasta d) un poeta que, invocando a un Nobel de Literatura (Canetti), iguala al Presidente con el führer por el mismo amor a las masas
–¡sic!– (bit.ly/3H8tvsf), tapando de paso las raíces de un otro escritor profascista (bit.ly/3ewYXVb).
Cuatro. En otras instancias más sistémicas (el capital), el uso de las comparaciones sirve no tanto para deslegitimar –o causar vértigo–, sino constreñir el horizonte de cambios y el pensar en futuros alternativos. Las analogías históricas disparadas por la crisis financiera de 2008 –Gran Crisis de los 30, Weimar, desempleo, auge del fascismo, etcétera– más que informar las decisiones, eran parte de la narrativa dominante-prohibitoria calculada para consignar todo a elecciones históricamente definidas: probadas
y reales
(Butler).
Cinco. El mismo papel cumplían comparaciones disparadas por la pandemia (Covid-19): una avalancha de analogías con las economías de guerra
(politi.co/3qgSNO9) o llamados por el “ New Deal pandémico” apuntaban a salvar el sistema y el statu quo aceptable para la plutocracia y excluir otras vías, ignorando el hecho que con el coronavirus más bien entramos en tierras desconocidas
donde la historia no ofrecía ninguna lección fácil (wapo.st/3JnmS7E).
Seis. Pero mientras muchas de estas comparaciones –la pandemia como campaña de bombardeo nazi (Blitz)
, el ataque de Pearl Harbour
o los políticos enfrentándola como nuevos Churchills
o Roosevelts
(Johnson, Trump, etcétera)– daban un poco de pena ajena, al igual que, por ejemplo, el tachar las tibias regulaciones de Obama en 2008 como la guerra contra los empresarios similar a la invasión de Polonia por Hitler
(sic), algunas experiencias de aquellos tiempos como las de Viktor Frankl –sin analogizar su experiencia de los campos con los tiempos de la pandemia, ni ir tan lejos de ver en los confinamientos algo peor que el estado de excepción nazi
–¡sic!– (Agamben)– con su enfoque en esperanza y la agencia humana en ir construyendo el sentido del mundo en vez de centrarse en los lados oscuros de la historia, pueden resultar iluminadores (bit.ly/3e8xnxd).
Siete. Allí está la lección de las elecciones en Chile. Si bien Boric las definió correctamente como una lucha entre la democracia y el fascismo
siendo Kast, hijo de un oficial nazi y miembro del NSDAP (bit.ly/3FjshtY), dado su programa, el representante del segundo (bit.ly/3eeybAw) –e igual no por comparación, sino analogía con su padre a quien siempre exculpaba blanqueando su pasado–, la victoria de la izquierda en la batalla comunicacional-electoral se debió a apostar a un mensaje positivo
. A la esperanza (Bloch) más que a la narrativa de la amenaza nazi
y las sombras del pinochetismo. La historia –trabajada y usada correctamente– ilumina. Pero salirse de ella, hasta donde sea posible, y forjar un nuevo lenguaje político fuera de la narrativa comparativista abusada hasta los límites de la comunicación misma por la derecha, es el camino a la victoria.