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La sucesión
L

a narrativa con la cual ganó AMLO en 2018 tiene un eje central que es la oposición entre la oligarquía o la mafia en el poder y el pueblo. Ese relato pone en el centro a los pobres de México y para operar esta transformación se postula la separación del poder económico en relación al poder político. En el largo intervalo entre la victoria electoral y la toma de posesión muchos se preguntaban ¿cómo operaría esta narrativa que es propia de un movimiento de oposición, a partir de asumir el nuevo gobierno?

Girar al centro. Algunos pensaban que ya como presidente, AMLO se movería al centro buscando ampliar su base social y consolidar su influencia sobre un electorado de clases medias volátil, pero decisivo en su victoria de 2018. Como lo reafirmó recientemente, AMLO ha buscado gobernar con la misma narrativa antisistémica y antielitista que configuró a lo largo de 12 años en la oposición.

La gobernabilidad realmenteexistente. En un ensayo publicado en un libro colectivo, 4T Claves para decifrar el rompecabezas (Grijalbo, 2020), señalaba que cuando acontece una alternancia electoral tan contundente como en 2018, el primer campo de batalla es la lucha por los símbolos. Ahí el triunfo de AMLO fue aún más contundente. La reconversión de Los Pinos, la puesta en venta del avión presidencial, sus viajes en líneas comerciales, su austeridad y los programas sociales ayudaron a una gran tranformación simbólica: hacer visibles a los excluidos del pacto neoliberal.

La cancha. AMLO comienza a gobernar en una cancha marcada por cuatro contrapesos. Primero, los aparatos del Estado incluyendo partidos políticos, Poder Legislativo, Poder Judicial y órganos autónomos. Segundo, el amplio espacio integrado por organizaciones no gubernamentales, intelectuales públicos, expertos y centros de análisis e investigación. Tercero, los mercados, es decir, el capital financiero y los distintos segmentos del capital nacional y trasnacional. Cuarto, los factores externos, que para nuestro país quiere decir Estados Unidos de América.

La estrategia obradorista. Partiendo de la misma narrativa con la cual ganó las elecciones en 2018, se despunta en estos años sus estrategia –sustentada en principio en las conferencias mañaneras– cuyo propósito es la construcción de una nueva coalición gobernante a partir de la separación del poder político respecto al poder económico.

Una narrativa antielitista y antisistémica genera dos tipos de problemas. Por un lado puede alejar a sectores claves de las élites políticas, económicas e intelectuales. El contra argumento –como se hace en el actual gobierno– es que justamente busca desplazarlas, pero en los hechos eso no ha sido evidente. Hay mucho vino viejo en barricas nuevas.

Respecto a las élites intelectuales directamente impugnadas por el presidente AMLO, no parece existir una política cultural que aspire a generar una nueva visión del país y su futuro. No se ven los nuevos intelectuales orgánicos. Por otro lado el desmantelamiento de los aparatos administrativos y políticos del antiguo régimen es ciertamente más fácil que la construcción de los nuevos andamios de la gobernabilidad. Sobre este tema me ocuparé en la siguiente entrega.

CIDE. Aunque no he sido parte del cuerpo estudiantil o magisterial de esta importante institución educativa he conocido por décadas a excelentes profesores e intelectuales y también he sido invitado por distintas dirigentes de sociedades de alumnos, para impartirles cursos sobre temas relacionados con movimientos sociales. Muchos de esos estudiantes, hoy con posgrados y una impecable formación académica, se desempeñan en el sector público y en centros educativos. Por eso y por mi enorme aprecio a esa institución hago votos para que se encuentren canales de diálogo entre todos los actores que permitan que esa institución recobre su normalidad.

gustavogordillo.blogspot.com/

Twitter: gusto47