a construcción de la Ciudad Universitaria del Pedregal fue mucho más que una novedosa propuesta arquitectónica en el México de mediados del siglo XX. La edificación de un conjunto de inmuebles e instalaciones destinados a la educación superior constituyó una parte sustantiva del nuevo pacto del Estado con la Universidad Nacional y, a través de este pacto, del compromiso educativo de los gobiernos de la posrevolución con la sociedad.
¿Para qué construir una Ciudad Universitaria? ¿Cuáles fueron sus efectos en términos institucionales? La edificación de la Ciudad Universitaria (CU) representó la concreción de un proyecto arquitectónico que había comenzado con la adquisición de terrenos en el sur de la Ciudad de México. Los añejos inmuebles del barrio universitario estaban ya lejos de contar con la suficiente capacidad para albergar a facultades, escuelas e institutos de investigación. Así, además de lograr un significativo alivio a la creciente demanda estudiantil de aquellos años, se ponía a disposición del estudiantado una serie de instalaciones culturales y deportivas que se correspondían con el modelo de campus de las universidades del ámbito anglosajón. La construcción de la Ciudad Universitaria estaba acorde con el proceso de modernización nacional, el cual, además de la incipiente industrialización del país, implicaba un paso adelante en términos de urbanización y expansión de las clases medias. En tal sentido, el proyecto de la CU se integraba a la intencionalidad gubernamental de posicionar al país en el nuevo orden mundial de la posguerra.
El proceso de construcción fue iniciado por el presidente Manuel Ávila Camacho, quien impulsó la expropiación de más de 700 hectáreas de terrenos ejidales principalmente en Tlalpan y Copilco. Asimismo, de acuerdo con el testimonio del rector Luis Garrido, en la fase previa habrían sido muy importantes las gestiones de los rectores Ignacio García Téllez, Rodulfo Brito Foucher y Salvador Zubirán. Y en términos de la ejecución del proyecto tendrían que consignarse los nombres de arquitectos como Carlos Lazo, Mario Pani, Enrique del Moral y, por supuesto, del licenciado Carlos Novoa –director del Banco de México– quienes encabezaron un equipo de destacados universitarios (Luis Garrido, Dedicación de la Ciudad Universitaria
, Imprenta Universitaria, 1952).
En términos pedagógicos y educativos, la nueva unidad arquitectónica ofrecía un beneficio sustantivo: por primera vez se contaba con las condiciones para la articulación física de los saberes universitarios. De tal forma la CU integraba cuatro grandes áreas del conocimiento: humanidades, ciencias, artes y ciencias biológicas. Dichas áreas reflejaban su respectiva identidad pero, a su vez, expresaban una clara interacción e integración en espacios, tales como el icónico edificio de la Biblioteca Central, los auditorios, las instalaciones deportivas e incluso la terminal de autobuses y las vías internas de comunicación.
El muralismo mexicano del siglo XX también encontró un espacio de expresión en la CU. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Chávez Morado, entre otros, fueron convocados para sumarse al esfuerzo colectivo de construir un nuevo espacio educativo. En particular, Rivera participó en la realización de una obra mural en el Estadio Olímpico y Siqueiros plasmó su trabajo en la torre de la rectoría. No podría omitirse una mención especial a la obra monumental de Juan O’Gorman que, expresando su visión de la historia nacional, cubre la Biblioteca Central y es hoy, un signo de México en todo el mundo.
La importante obra para la universidad no se agota en su dimensión arquitectónica, dicha obra representa el compromiso del Estado –a través de los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán– para impulsar la educación superior. Expresa también el inequívoco compromiso social de la universidad.
El rector Garrido así lo expresaría en la ceremonia de inauguración de la CU: “Nuestro porvenir será inmenso si las clases intelectuales se interesan profusamente en eliminar los sufrimientos de los que han menester de justicia. De nada valen los grandes inventos, las urbes cosmopolitas […] si todavía hay quien perece de hambre o de frío, si el trabajo humano es explotado brutalmente y la técnica nos esclaviza”.
La construcción de la CU expresa uno de los momentos más importantes en la relación entre la Universidad Nacional y el Estado. Asimismo, es una clara muestra del trabajo conjunto de los universitarios de entonces en beneficio de la sociedad y que, 70 años después, ratifica su vigencia.
* Investigador de la UNAM