e celebra en México la primera asamblea eclesial para América Latina, del 21 al 28 de noviembre de 2021, en el episcopado, en Cuautitlán. Es una reunión particularmente importante, pues ensaya novedades acariciadas por Francisco, como la perspectiva de la sinodalidad. El encuentro se articula virtualmente con otras sedes de América Latina y el Caribe. La asamblea eclesial tiene la envergadura de las conferencias episcopales que se han venido realizando, sin ser exactos, cada 10 años en el continente.
En la primera, en Río de Janeiro (1955), se construyó la conciencia católica de una cierta continentalidad. América Latina como concepto más moderno que la reducida noción de Hispanoamérica. La segunda conferencia del episcopado latinoamericano fue en Medellín, Colombia (1968). Esta reunión fue fundante. En un año de grandes movimientos sociales y de rebeldía a escala mundial, los obispos, bajo el influjo del Concilio Vaticano II, marcaron directrices pastorales para la Iglesia en la región. La opción por los pobres, la lucha contra la injustica y la condena del pecado estructural, ejercido por regímenes autoritarios que emergían como plaga que asechaba la democracia. En casi todo el continente se generan grandes movimientos sociales católicos, de sacerdotes, de comunidades eclesiales y la denominada teología de la liberación. La Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla (1979), fue un choque de trenes. Un sector conservador de obispos rechazaba las líneas trazadas en Medellín. Criticaba el abandono de la ortodoxia doctrinal y contagio del marxismo y teorías de la dependencia de la época. El poderoso obispo Alfonso López Trujillo ponía en duda las interpretaciones de Medellín y se alistaba para una restauración con el apoyo del recién nombrado papa Juan Pablo II. No fue así; hubo intensos forcejeos conceptuales entre los obispos en Puebla. Se matizó la opción por los pobres por la opción preferencial por los pobres
y se introdujeron factores de la cultura contrarrestando las lecturas más politizadas de algunos obispos. Nos vamos a Santo Domingo (1992), en el marco del quinto centenario del descubrimiento de América y la primera evangelización. La curia romana se robó la reunión. Su presencia política, intelectual y teológica marcaron un evento deslucido. El pensamiento de dos uruguayos predominó, uno de ellos converso. Venían del sur del continente. Alberto Methol Ferré y su discípulo Guzmán Carriquiri, eterno funcionario laico en el Vaticano. Ambos impusieron una visión idílica y hasta simplona de cómo la identidad católica marca de manera fundante las culturas latinoamericanas. María de Guadalupe es un modelo paradigmático. María que se hace india y se convierte en deidad popular. María es madre y reina de los mexicanos e imbrica las culturas europeas y mesoamericanas. Ambos pasaron por alto la imposición, la violencia, el genocidio y el desprecio con que fueron tratadas las culturas originales por los conquistadores y, salvo excepciones, por la mayoría de los misioneros. Así, llegamos a Aparecida, Brasil (2007). Quizá lo más importe de esa quinta conferencia de obispos no fueron las conclusiones. Felizmente se gastó el eslogan: época de cambio y cambio de época. Hubo una fuerte experiencia eclesial entre los participantes. Entre ellos se encontraba el cardenal Mario Bergoglio, futuro papa Francisco. Una experiencia de silencio, escucha, oración, fraternidad y eclesialidad que contrarrestó con las conferencias anteriores. Aparecida marcó a Francisco en su iniciativa de reformar la Iglesia hacia formas de sinodalidad, que significa caminar juntos, usado como modelo a las primeras comunidades primitivas cristianas. Dicha hipótesis fue confirmada por el proceso del Sínodo sobre la Amazonia, concluido en Roma en octubre de 2019. Por ello Francisco ha convocado a un sínodo sobre la sinodalidad que empezó hace unas semanas a escala de las comunidades locales y concluirá en Roma en 2023.
Podemos decir que el estatus de la asamblea eclesial es experimental y de vanguardia. Tiene novedades importantes. 1) Es una asamblea en que participan laicos y mujeres y no una conferencia que se reducía sólo a obispos. 2) En tiempos de pandemia la asamblea alterna las tecnologías del Zoom y redes sociales. Los instrumentos permiten una comunicación holista e instantánea, antes inimaginable. 3) La asamblea en México es fruto de un amplio proceso de consulta, local y nacional.
Llama la atención el bajo perfil mediático del acto. En México la asamblea hasta ahora es invisible. Contrasta con la conferencia en Puebla (1979). Claro, aquel acto contó con la presencia inaugural del carismático Juan Pablo II, que llenó las primeras planas de los periódicos mexicanos y la televisión por más de 15 días.
Flota una gran pregunta: ¿cómo afrontar la decadencia católica en la región? La caída de feligresía y la pérdida de credibilidad y autoridad moral de la Iglesia. Cómo responder al avance de las iglesias neopentecostales, su teología de la prosperidad y el reto de pentecostalizar la política. Cómo reivindicar el papel de la mujer y la teología feminista. Cómo desclericalizar el pensamiento de religiosos y las rancias estructuras de la Iglesia, fruto de la guerra fría eclesial que indujeron Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ambiente, grupos originarios, derechos, migraciones son temas ineludibles. Cuáles son hipótesis pastorales atractivas para los jóvenes hoy. Muchas preguntas. ¿Habrá respuestas?