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Ciudad perdida

Los otros silencios de la cumbre

P

or más que uno trate de explicarse lo que sucedió en el encuentro de los presidentes de Norteamérica durante la semana pasada a partir de las experiencias anteriores, no hay cómo entender qué fue lo que sucedió, tal vez porque no estamos acostumbrados a que la mesa se incline al lado mexicano.

Por más que a muchos les arda, en la reunión sólo hubo una voz: la del presidente de México con sus discursos, con sus propuestas, con la actitud rebelde que le produce mirar el aumento cada vez más peligroso del hambre, la pobreza, el hacinamiento, el poco o nulo acceso a los servicios de salud, y la desigualdad que se cierne sobre casi todos los países de nuestro continente.

Decir que fue un evento para que sólo se expresara la voz de alerta de México, podría mal interpretarse, y tal vez el juicio no fuera ni exacto ni justo, pero también habría que entender que ni Estados Unidos ni Canadá podían escupir al cielo, es decir, condenar un sistema que ellos auparon, en el que viven, y del que ahora, seguramente tienen muchas dudas.

Si esto fuera cierto era necesaria la voz mexicana, y nadie mejor que el presidente López Obrador para señalar la crisis del sistema y la rebelión contra la desigualdad, que él encabeza en México, pero que hoy debe ser tomada en cuenta en todo el mundo.

Aunque de pronto pareciera que la pelota sólo rodaba en la parte mexicana porque ni Biden ni Trudeau llevaban una propuesta a la cumbre, es necesario decir que algunos asuntos ya habían estado sobre la mesa y fueron producto de acuerdos consensuados.

Las razones están a la vista de todos, los gobiernos de corte gerencial, obsecuentes a los intereses de los grandes consorcios, han creado problemas que hoy desbordan sus fronteras, la migración podría ser uno de los casos más evidentes, pero tampoco se pueden ocultar los nuevos retos producto de enfermedades emergentes, ni las transgresiones al orden natural creado por la contaminación atmosférica.

Sí, todo eso está ahí, pero había que decirlo, elevarlo ya, al foro de la discusión mundial para poder encontrar remedio. El presidente López Obrador se atrevió porque la situación obliga, porque se ha hecho urgente, y Estados Unidos y Canadá escucharon y hasta donde sabemos, asintieron.

¿Qué es lo que los presidentes de la reunión cumbre saben y no se dice, para haber convocado a esa reunión? ¿Qué condiciones, además de las señaladas obligaron a imponer una reflexión que fuerce a la reflexión mundial, cuando menos?

Hay algo más en la cumbre pasada que no se ha dicho. Ojalá ese silencio, esta vez, sea para bien.

De pasadita

Durante muchos años, todos los de mi vida, escuché de tirios y troyanos que el Presidente de la República era el comandante en jefe de las fuerzas armadas del país. Entiendo por eso que los ejércitos mexicanos obedecen al mando del gobernante en turno.

Dada esa circunstancia bien podríamos decir que las fuerzas armadas siempre han estado listas a reaccionar al mandato presidencial. Así, bien se podría decir, sin asomo de dudas, que en su momento fueron apoyo de Vicente Fox, de Calderón o de Peña, es decir de Acción Nacional y del PRI, con la orientación política que esos partidos impusieron en sus mandatos.

Hoy hay quienes en su afán de dañar el proceso de cambio que impulsa la 4T, se sorprenden y se escandalizan porque el secretario de la Defensa Nacional declara el apoyo de los verdes a las formas de gobierno que encabeza el presidente López Obrador.

¿Qué, ya se les olvidó que el Presidente es el comandante supremo de las fuerzas armadas de México, o es el puro afán de confundir? Eso sí es mala leche.

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