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Universidad en crisis, mi testimonio
E

n el incipiente debate sobre la universidad hay una pregunta inicial: ¿debe transformarse la universidad neoliberal? Por supuesto, constituye un objetivo impostergable, si se desea sacarla de la crisis y orientar ciencia y tecnología en favor del desarrollo de la nación.

Otros analistas lo han dejado claro: dado el clima de paralización de sus fuerzas estudiantiles y del profesorado, para que este reclamo fuera escuchado, hubo de venir del poder presidencial y que ese poder fuera capaz de resistir la embestida a la que ha sido sometido. Algunos espantadizos cuestionan la osadía de Andrés Manuel de agitar el avispero. Pero no es una demanda nueva, tomó fuerza hace medio siglo y lo único que hizo el Ejecutivo fue ponerla a recircular.

¿Tiene este debate posibilidad de llegar a algo concreto? Por ahora, sin movilización de estudiantes y maestros no tiene visos de llegar a un punto clave, pero independientemente de eso, lanza un recuerdo de que cuando menos resulta importante elaborar un diagnóstico de las universidades y entidades educativas en crisis, como un sistema de educación superior nacional. Un año antes del 68, en la UNAM, organizaciones estudiantiles de izquierda elaboraron un documento de reforma universitaria profunda y se puso a discusión; incluso planteaba la transformación del cu­rrículo académico de la conservadora Facultad de Derecho. Fue buen intento, pero sin el apoyo de maestros y estudiantes, no logró transformar nada.

Por la necesidad de defenderse de la represión de afuera, las demandas sociales del movimiento del 68 no incluyeron reforma universitaria. Sin embargo, el intento de 1967 quedó como antecedente de las luchas emprendidas más tarde, décadas de los 80 y 90 con demandas de resistencia y renovación de la estructura universitaria que estremecieron la alma mater. En realidad los intentos de transformación de la universidad siempre han sido bloqueados por sus mismas fuerzas hegemónicas.

Ejemplo de esto fue el Proyecto de la nueva universidad, de Pablo González Casanova, en 1971. El entonces rector intentó aprovechar la coyuntura abierta por el gobierno federal, que después de las movilizaciones estudiantiles de 68 y 71, reconocía la necesidad de una reforma educativa integral, buscando reformar la enseñanza y abrir escuelas ante la demanda de educación de los jóvenes. Sin embargo, el proyecto de nueva universidad que buscaba transformar a la máxima casa de estudios desde sus cimientos, tuvo una fuerte oposición interna de sus sectores reaccionarios y como derivación, se fundó el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), inaugurando un sistema de innovación educativa de evaluación de lo que se enseña y de lo que aprenden los alumnos.

Por primera vez se colocó al estudiante en el centro del sistema de enseñanza-aprendizaje, lo cual desafiaba el poder del magister dixit. Los nuevos métodos de enseñanza inauguraron la posibilidad de enseñar a aprender a masas de estudiantes provenientes sobre todo de sectores populares, donde se levantaron las instalaciones de los denominados CCH. Por supuesto, fue una aportación formidable, impulsada por un profesorado joven que combinaba su aprendizaje con maestros de mucha experiencia en aulas. Desafortunadamente este proyecto se incrustó en una estructura antidemocrática en la cual la burocracia de las carreras de ciencias de la medicina, las ciencias químicas y las ingenierías mangoneaban las decisiones sobre la vida universitaria, igual que ahora. Pero el diagnóstico de Pablo González resultó acertado en cuanto a con qué medios enfrentar la necesidad de proporcionar educación científica a las masas de jóvenes demandantes.

Cierto es que el neoliberalismo trasminó las universidades y al resto de los centros educativos, terminando por apropiarse de su masa crítica. Recuerdo cómo cuadros profesionales formados en la crítica al sistema, en cuanto Salinas de Gortari anunció sus preferencias por un capitalismo subordinado a Estados Unidos, y por un sistema de educación similar al propuesto por el FMI, por competencias, cambiaron de bando, algunos elegantemente, pero la mayoría en tropel de desbandada. Algún colega de la academia sonorense publicó una especie de aviso oportuno en periódicos locales, informando que habían decidido abandonar los esquemas de las teorías de izquierda. Otros, depositaron sus acopiados textos marxistas en el cesto de la basura. Lo que por lo pronto deja la polémica reabierta por el Presidente es la necesidad de volver a plantearse la universidad como una entidad pública de respuesta a las necesidades de educación y desarrollo del pueblo.

* Profesor investigador de El Colegio de Sonora