La cercanía de la muerte
scribo sobre la muerte porque se me está acercando, porque es un destino inevitable y final. A partir de los 40 años, la muerte aparece en el horizonte, pero aún la sentimos lejana. Cuando uno acepta a regañadientes que está viviendo la vejez, es cuando la muerte se nos acerca; podemos morirnos en cualquier momento, pero estadísticamente es más probable que sea cuando tenemos una edad avanzada.
Don Juan enseñaba que la muerte nos está observando, invitando a aprovechar la vida. Después de los 80 años, la muerte se vuelve el siguiente episodio inevitable. Antes, en las distintas etapas de la vida, había una meta, ahora la meta es morir bien.
Cicerón pondera las ventajas de la edad provecta: estamos en capacidad de hacer mejor cualquier actividad porque tenemos experiencia; la sabiduría aumenta y se aquilata; podemos llevar un control de la salud y mantenernos con ejercicios moderados, así como aumentar la capacidad de la mente y el espíritu. Todas estas ventajas pueden gozarse si no hay enfermedades incapacitantes.
El pueblo mexicano hace travesuras con la muerte, es una forma festiva de negarla. Casi todas las culturas inventan mundos futuros. Es difícil creer en ellos. Creo en Dios, pero soy agnóstico respecto de otra vida. No es tan terrible pensar en que se desconecta el switch, se apaga la luz y dejamos de existir.
Se habla de que el progreso científico, que ya logró extender la esperanza de vida, puede llegar a ofrecernos la eternidad. A mí me parece algo aburrido. Como sea, los contemporáneos todavía no podemos aspirar a esto ni tampoco a dejar de sentir angustia al acercarse el final.
¿Qué podemos hacer ante la lúgubre certeza? Ante todo, no jubilarse. Si uno está en condiciones, trabajar y gozar hasta lo último. El remedio está en experimentar la vida. Vivir es un antídoto contra la angustia. El simple acto de respirar rítmicamente en la meditación, gozar de la presencia de los demás, de la familia, la existencia de hijos y nietos.
Nada como trabajar. Trabajar es estar vivo y mientras lo hacemos, la muerte nos hace los mandados.