on ese título el antiguo cronista Artemio del Valle Arizpe publicó un libro que cuenta la historia de una de las cuatro calzadas que comunicaban Tenochtitlan con tierra firme. La vía sobrevive con la misma traza y continúa como una de las más importantes de la ciudad, con un sinfín de nombres en su trayecto.
Hoy nos detenemos en uno de sus primeros tramos, en el número 20, de República de Guatemala, justo atrás de la Catedral. Ahí se encuentra el hotel Círculo Mexicano, inaugurado hace unos meses en una vieja casona cuyo origen, sin duda, se remonta al siglo XVI, ya que esta calle fue de las primeras que se poblaron en la recién nacida urbe española.
Remodelada en el siglo XIX en un eclecticismo afrancesado, conserva elementos de la casa barroca, que en la reciente restauración fueron preservados y así la mansión muestra su historia en la arquitectura.
Miembro de Grupo Habita, guarda esa combinación de tradición y modernismo que caracteriza sus hoteles boutique que ocupan casonas históricas.
Aquí se concibió la planta baja como un mercado contemporáneo, pero cuidando el esplendor del edificio original. El patio-comedor está rodeado de tiendas donde se unen moda, diseño, artesanía, arquitectura y gastronomía. Hay dos restaurantes: Itacate de mar y Tata Bego, este último con mesitas en una terraza en la bonita calle.
En lo alto del hotel está la alberca, una terraza bar con coctelería novedosa y el restaurante Ona, que promete una experiencia bistronómica francesa sólo con ingredientes mexicanos; tiene una vista espectacular de la Catedral, Palacio Nacional y el Templo Mayor.
Las 25 habitaciones que ocupan el segundo y tercer piso tienen una decoración minimalista, muy blancas, con maderas, luz natural y muchas con su propio patio. Otras tienen balcón que da a la calle Guatemala, por lo que los huéspedes se deleitan con la visión de la parte más antigua de la imponente Catedral, ya que fue lo primero que se edificó en el siglo XVI; recordemos que tardó casi 300 años en terminarse.
Tiene barbería, coworking, galería y varias tiendas exclusivas entre las que recordamos la Finca Rocío, que ofrece chocolates gourmet, moda de Trista, decoración en templo, ropa chiapaneca hecha con técnicas ancestrales en Bazarte, arte popular y en un luminoso local que da a la calle, una joyería de Daniel Espinosa.
Este diseñador oriundo de Taxco, Guerrero, donde tiene su taller, sin duda alimentó su talento natural con la belleza del pueblo de montaña que posee el templo de Santa Prisca, una de las joyas barrocas de América.
Aquí toman vida sus diseños en las manos de 200 artesanos que laboran en el taller y otros tantos desde sus casas en el pueblo y lugares cercanos, ya que muchas mujeres se llevan el trabajo y cuando acaban de atender a esposo, hijos y demás trabajan la pieza y semanalmente la regresan al taller. Por eso nunca se encuentra algo igual, es la magia de la artesanía mexicana, que si bien mantiene una unidad visual no es exactamente igual, ya que cada pieza está hecha a mano y cada orfebre le imprime su sello personal.
De las diversas colecciones que tiene el artista de mis favoritas es Memorias, que nació en 2010, con motivo del centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la Independencia y en este año de tantas celebraciones patrias se relanza con nuevos diseños.
Inspirado en la numismática de México, Espinosa utiliza monedas en su estado y color natural que circulaban en el país en las décadas de los 60, 70 y 80, les da un baño de plata o vermeil de 22 quilates y las vuelve joyas exquisitas, que permiten lucir un collar con monedas que muestran el rostro de Cuauhtémoc en las antiguas de 50 centavos, ahora convertidas en relucientes alhajas. ¿Qué tal un anillo con el perfil del cura Hidalgo o una pulsera con el generalísimo Morelos? Increíblemente los precios son accesibles. Daniel Espinosa es reconocido en todo el mundo donde tiene 75 joyerías. Él, al igual que muchos otros hombres y mujeres mexicanos, extraordinarios diseñadores, difunden en el orbe nuestra rica herencia cultural.