Aquí al norte de México, en la llamada región carbonífera, nos situamos en un horizonte muy diferente de gobiernos que vemos desfilar a más de mil kilómetros o de las organizaciones ambientales de grandes propuestas pero que no han estado en la región, no la conocen, no nos conocen.
Normalmente -si es que en este tema hay algo normal-, cuando hablamos de carbón, la mayoría pudiera pensar en el enorme daño que genera con datos muy impresionantes, se puedan probar o no y tengan sentido o no. Cuando nosotros/as hablamos de carbón, hablamos de Bladi que está atrapado aún en Pasta de Conchos y que Elvira, su esposa, e hijas/o Tania, Cristian y Tefis han luchado casi 16 años para que se los devuelvan. O Laura Sifuentes, que el 3 de mayo de 2011 perdió a su esposo, a su hermano y a un primo en la explosión de un pozo de la familia Montemayor, sí, el mismo del Pemexgate, exgobernador de Coahuila y ahora gran impulsor del fracking para sustituir el carbón. O de Francisco Nieto, que estuvo en el terrible accidente en trayecto a la mina del pasado 6 de agosto, donde murieron dos compañeros en el instante y Francisco terminó con fractura de cráneo, 3 costillas rotas que le perforan el pulmón y luego se le colapsa. Después de inducirlo en coma no respiraba por sí mismo y le hicieron una traqueotomía, lo alimentan por un tubo y sigue hospitalizado. Pero resulta que, la camionera era de las minas de Rancherías donde habían muerto 7 compañeros el pasado junio. Pero no solo eso, son las mismas minas que le denunciamos a Manuel Bartlett en octubre del año pasado y que públicamente dijo que no era cierto.
Y mientras escribía este artículo el 7 de septiembre, nos informan que en la cueva y el pozo en Obayos dejaron atrapados por más de 12 horas a 4 mineros porque la empresa, con casi 300 millones de pesos en contratos con CFE, no quería avisar a las autoridades.
Cuando aquí, en la región carbonífera hablamos de carbón, siempre hablamos de muertos, heridos, lesionados o mutilados, pero no en cifras, no en partículas en suspensión y no en porcentajes de CO2, o cualquier otra medida científica que nos parecen extrañas, ajenas a lo que vivimos cotidianamente.
Del año 2006 hasta hoy, han fallecido 184 trabajadores en minas y en las plantas carboeléctricas López Portillo y Carbón II. Podrán pensar que son pocos, o no tantos, pero aquí se trata de sumas y restas, en el siglo pasado murieron más de 3 mil, aunque lo que se extrae de carbón es mínimo. Si extrajéramos lo que se extrae de Estados Unidos, en el mismo período serían 810, y sí sacáramos lo que saca China serían 25,416 trabajadores muertos. Afortunadamente no tenemos esos volúmenes de carbón, pero sí tenemos tiempos de calma y sin eventos mortales cuando CFE, por la razón que sea, deja de comprar carbón.
En los contratos que entregó CFE en septiembre del año pasado, estableció un precio de compra de 1,034.31 pesos por tonelada. En este precio, no se incluía la remediación ambiental, ni ganancias para los empresarios, pero todos los empresarios firmaron.
Tenemos documentada la muerte de 184 mineros en 79 eventos de 2006 a 2021 y el total de las multas impuestas por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, equivalen sólo a 12,394 toneladas de carbón de las más de 40 millones de toneladas que se les ha comprado. En pesos actuales, significan solo 12,819,279.00 pesos, de los 41,372,400,000 que les ha pagado la CFE. Es decir, matar mineros es muy barato. Solo representa el valor de 0.03% del carbón que se les ha comprado.
De estos 79 eventos mortales, solo se multaron por no cumplir con las normas de seguridad e higiene a 23. Y no porque las demás cumplieran, sino porque las empresas desaparecen y con otro nombre aparecen los mismos en la misma mina o en otra mina porque son intercambiables.
Y en lo que va de esta administración, seis eventos mortales están en procedimientos abiertos. En el período de 2006-2019 en datos oficiales del IMSS, 2,626 trabajadores fueron incapacitados de forma permanente, pero solo la mitad de los trabajadores en minas de carbón están registrados en el IMSS. En enfermedades, en el período 2006-2018 tenemos 5,227 con neumoconiosis; hipoacusia 3,975; y 2224 con dorsopatías.
Obviamente, estas cifras no incluyen a todo el resto de la población que respiramos permanentemente y todos los días polvo de carbón. Ni se puede cuantificar todo el trabajo de las mujeres a las que los empresarios del carbón les expolia su trabajo. Son ellas quienes lavan la ropa de trabajo; cuidan al minero herido y/o enfermo; viven en un estado permanente de estrés por el miedo a que “no vuelva” y se les condena al hambre y la desesperanza con pensiones ridículas cuando enviudan. Es más, a ellas se les nombra por la mina. No tienen nombre, no son viudas del trabajador fallecido, desaparecen detrás del nombre de la mina: “las viudas de Pasta de Conchos”, “las viudas de la Morita”; etc.
La región carbonífera es una zona históricamente sacrificada por el país; la narrativa se centra en el “orgullo minero”: movimos los trenes de la revolución, somos la fuente del acero que está en toda la industria y en todos los hogares y desde los años 80s seríamos un polo de desarrollo por generar electricidad. Ahora, 40 años después, el discurso es el mismo, seremos un polo de desarrollo, pero además, seremos parte de la soberanía energética. Pero el resultado para la región es el mismo, porque la decisión de esta matriz energética se hace de la misma manera que cuando nos gobernaban los despreciables neoliberales. Los mismos empresarios, la misma muerte con nombre nuevo: “viudas de Rancherías”.
¿Una salida justa al carbón? Sí, pero con nuestra historia e identidad. Sí, pero con los mineros del carbón. Sí, pero con las familias que han sufrido lo indecible por las muertes en las minas de carbón. Sí, pero revisando las pensiones y atendiendo a los mineros y a la población enferma de respirar carbón. Sí, pero remediando el daño ambiental que existe hace más de 70 años. Sí, pero sin salidas falsas como el fracking. Sí, pero con empleos dignos y seguros. Sí, pero no solo apagando las carboeléctricas, sino los hornos de la industria de la transformación. Sí, pero no desde los escritorios centralizados ajenos y lejanos a nosotras/os. Sí, pero primero vengan a conocernos. •