Contradicciones de la transición energética
Históricamente la expansión de la industria energética ha causado grandes costos ambientales y sociales, mismos que han sido subestimados por la aparente ineludible necesidad que, como sociedad, tenemos de esta infraestructura. La asociación de esta industria con el “bien común”, con “el desarrollo” o la “utilidad pública” ha desdeñado los argumentos de quienes cuestionan su expansión o de quienes se han opuesto a algunos proyectos. Hoy, tanto como hace cien años, el avance de la industria eléctrica en particular despierta oposición y cuestionamientos, no sólo por parte de quienes son despojados de sus tierras y aguas en pos del desarrollo, sino también de aquellos que señalan los riesgos socioambientales que esta infraestructura implica, así como aquellos que cuestionan el modelo de explotación y consumismo que el consumo eléctrico soporta.
El aumento continuo del consumo eléctrico es fomentado por actividades industriales
Es común pensar que el aumento del consumo de energía eléctrica se relaciona con el crecimiento de la población, sin embargo, en México no es así. En este país el consumo eléctrico relativo por cada millón de habitantes se ha duplicado en los últimos cincuenta años, lo que muestra que el consumo de esta energía depende de otros factores y sectores, y no necesariamente del crecimiento poblacional en general.
Actualmente, la industria consume más del 60% del total de la electricidad, lo que representa cerca de tres veces el consumo del conjunto de los usuarios domésticos (22%). La industria, además, ha ido demandando cada vez más energía, provocando que entre 2000 y 2018 el consumo eléctrico nacional prácticamente se haya duplicado.
México es el único país de América Latina donde el sector industrial consume más de la mitad del consumo total de electricidad. Esto, que podría parecer un signo de desarrollo, no lo es: el alto consumo energético se explica por el dinamismo de la economía de exportación, una economía ligada principalmente al modelo de producción exportador de especialización productiva dinamizado por el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN, hoy T-MEC) y moldeado bajo la proyección hegemónica regional de Estados Unidos.
Las ramas industriales que actualmente consumen más electricidad son la minería (7.6% del consumo industrial), la producción de cemento (6.1%), la siderurgia (3.3%), la industria química (2.6%), la producción de celulosa y papel (2%), y las actividades que agrupa la rama automotriz (1.6%). Sin embargo, la mayor parte del consumo industrial de electricidad se agrupa en “ otras ramas”, un difuso grupo que en 2018 representaba el 73% del consumo industrial. A pesar de que no hay información clara sobre qué tipo de actividades industriales están dentro de esta categoría, algunos pocos datos apuntan a que ahí se agrupa el consumo del sector maquilador, constituido principalmente por fábricas de autopartes para vehículos, mientras que lo que se registra como sector automotriz en realidad sólo incluye el consumo de las armadoras.
Acceso desigual e injusto a la electricidad
El gran peso de algunas ramas industriales en el consumo de electricidad contrasta con el acceso desigual de la población a este bien común. Por ejemplo, en 2018, las actividades mineras y cementeras consumieron en conjunto la misma cantidad de electricidad que un tercio de la población mexicana. A pesar de la expansión del sector eléctrico en los últimos 60 años, aún persiste un acceso inequitativo a la energía eléctrica. Una de las promesas de la Reforma Energética era la cobertura total en el servicio doméstico, sin embargo en 2018 aún había 1.8 millones de personas sin acceso a electricidad en su vivienda.
La instalación de la industria energética en zonas rurales no ha buscado abastecer a comunidades apartadas, sino abaratar costos y monopolizar las fuentes primarias de energía. Casi un tercio de las 269 mil viviendas sin luz eléctrica, registradas por el censo del INEGI en 2020, se encuentran ubicadas en entidades que concentran centrales hidroeléctricas como Chiapas (9% del total de viviendas sin electricidad), centrales eólicas como Oaxaca (9.4%) y centrales térmicas como Veracruz (12%). Llama la atención el caso de los municipios de La Yesca y Del Nayar en Nayarit, los cuales tienen un consumo doméstico muy por debajo del promedio nacional y cuentan respectivamente con 12.5% y 31% del total viviendas sin electricidad en 2020, sabiendo que fue en esa región en donde se construyeron entre 1994 y 2014 tres hidroeléctricas muy grandes (Aguamilpa, La Yesca y El Cajón), lo que muestra claramente que este tipo de proyectos no están destinados a mejorar el acceso local a la electricidad, algo que siempre se argumenta para promoverlos.
Observar los contrastes del consumo eléctrico a nivel municipal nos da más idea del nivel de desigualdad, algunos ejemplos: la mina San Julián de Industrias Peñoles consumió 118 GWh en 2018, esto es 30 veces más que el total del consumo doméstico del municipio de Guadalupe y Calvo en el estado de Chihuahua donde opera! Este municipio es en 2020 el segundo con más viviendas sin acceso a la electricidad a nivel nacional (3,413 viviendas: 28 % del total de viviendas en el municipio). Pero la pobreza energética se expresa tanto en zonas rurales como en corredores urbano-industriales que concentran consumos eléctricos altos. Un ejemplo es Mexicali, el municipio con mayor consumo de electricidad en el país y un importante productor de electricidad con 9 centrales eléctricas (2037 MW), y donde en 2020 había 2,252 viviendas sin electricidad.
Contradicciones y mitos de la llamada transición energética
En los últimos años, el uso de energías no basadas en hidrocarburos se ha promocionado como un remedio ante la crisis socioambiental que vivimos, y si bien es cierto que son parte de la solución; consideradas como la panacea a la crisis, son una ilusión. Una muestra de ello es la relación entre la minería y la forma de transición energética hegemónica que se promueve actualmente, que coloca a una de las industrias que más electricidad consumen y daños socioambientales genera, en posición de incrementar su escala extensiva e intensiva como condición para la modificación de la matriz energética. Por esta y otras razones, una transición energética alternativa real tiene que dirigirse hacia la transformación del patrón de explotación por un modelo social y energético completamente diferente, que priorice las necesidades reales de reproducción de la sociedad y se construya sobre el debate permanente acerca de los valores de uso necesarios para cada comunidad, localidad y ciudad, así como sobre las tecnologías local y culturalmente adecuadas.
Este texto se basa en la investigación realizada por el colectivo GeoComunes, Alumbrar las contradicciones del Sistema Eléctrico Mexicano y de la transición energética. Preguntas clave para entenderlos y construir otros modelos energéticos, en la que se presenta un análisis del subsector eléctrico en México a partir de la revisión de la situación actual de la infraestructura del sistema eléctrico y de algunas de las contradicciones que muestra la llamada “transición energética” en el país. •