Ante la gravedad de la crisis climática, cada vez con más fuerza podemos encontrar comunidades y pueblos campesinos, indígenas y negros que, pese a todas las condiciones adversas, están implementando proyectos energéticos con el objetivo de potenciar alternativas políticas y económicas alejadas de las lógicas capitalistas. Estas experiencias comunitarias han sido capaces de rebatir las fórmulas impulsadas por el capitalismo verde y de enseñarnos que existen numerosas posibilidades para afrontar la crisis civilizatoria.
Bajo la premisa de que una transición energética popular y justa tiene que ser democrática, participativa y anticolonial, la Fundación Rosa Luxemburg en América Latina realizó un mapeo de los proyectos comunitarios de generación eléctrica en la región. El resultado de este ejercicio fue visualizar cerca de 700 experiencias comunitarias relacionadas con este tema. Algunos de estos casos pueden conocerse en el documental de la Sandía Digital “La energía de los pueblos”, una muestra del crisol de posibilidades sobre las transiciones populares comunitarias que configuran alternativas concretas desde la perspectiva local.
Como nos hemos acostumbrado a leer y escuchar en los medios de comunicación, es evidente que este tema ha dejado de ser interés exclusivo de los grupos ambientalistas, y se ha convertido en uno de los principales desafíos de nuestro tiempo, en una disputa por el presente y el futuro.
Pese a ello, la respuesta de los grandes conglomerados ha sido respaldar una transición energética corporativa o hegemónica, que consolide un capitalismo verde. Esta propuesta de transición se fundamenta en la sustitución de la fuente energética fósil por alternativas renovables, pero no renuncia a contaminar o extraer bienes minerales de lugares que terminan convirtiéndose en zonas de sacrificio y cuya población muchas veces es despojada de su territorio, criminalizada o asesinada cuando se resiste a estas prácticas. Aunque se ha planteado como primer paso la descarbonización de la matriz energética, esta perspectiva no se ha preguntado por las desigualdades que sostiene el modelo energético, ni mucho menos ha cuestionado el paradigma de crecimiento y el modelo de producción y consumo impulsado por el Norte Global.
Más allá de esta promesa de transición o cambio de matriz energética desfosilizada, requerimos imaginar un horizonte donde se ponga por delante el bien común y se reconozca a la energía como un elemento imprescindible para el cuidado y la reproducción de la vida, no como una mercancía con la que es posible lucrar y destruir territorios y modos de vida diversos. Esto es precisamente lo que han comenzado a desplegar numerosas comunidades a lo largo y ancho de nuestro continente.
Por otra parte, no debemos olvidar que un horizonte energético justo también debe ser antipatriarcal. Como lo han planteado los feminismos populares, es necesario derrumbar los lugares comunes que colocan a las mujeres fuera de la posibilidad de intervenir en las cuestiones energéticas. Esta mirada feminista ha permitido visibilizar las afectaciones que recaen particularmente sobre las mujeres en contextos de exclusión y/o precariedad energética.
Otro elemento indispensable para plantear perspectivas a futuro tiene que ver con la construcción multisectorial de las soluciones. Es decir, requerimos evidenciar las imbricaciones del modelo energético con otras industrias como las del agronegocio y el transporte de mercancías globales. Para ello, se vuelve clave vincular el acceso a la energía con el derecho a la salud, a la alimentación adecuada, a la educación, a un trabajo y a una vivienda dignOs.
Algunas de estas discusiones fueron planteadas en el IV Encuentro de la Red de energía y poder popular en América Latina, desarrollado en julio y agosto de 2021. En esta reunión, en conjunto con organizaciones sociales y territoriales, académicas/os, sindicatos y trabajadoras/es del sector energético, se discutieron los marcos necesarios para impulsar una transición energética justa y popular. Por supuesto, esto no es un tema cerrado. Entre las/os participantes encontramos posturas diversas, hay quienes defienden la reestatización del sector energético, mientras otros apuestan por la autonomía de la generación energética a pequeña escala o la descentralización del sector. Aparentemente pueden ser posiciones contrarias, pero el problema no radica en la escala y el alcance de los proyectos, sino en la finalidad de la producción y consumo de esa energía. Finalmente, estos actores coinciden en la necesidad de la desmercantilización de la energía y la participación colectiva en la búsqueda de alternativas.
Otros debates impulsados desde la Fundación Rosa Luxemburg tienen que ver con los impactos territoriales de las falsas soluciones frente al cambio climático. Por ejemplo, el vínculo de la intensificación de la minería con la industria de la movilidad eléctrica, así como el espejismo del hidrógeno verde como el nuevo santo grial de la transición energética hegemónica. En este caso, ambas propuestas impulsan un crecimiento acelerado del consumo, lo que es incongruente con la necesidad de frenar el cambio climático y sus consecuencias sobre los territorios.
Comprendiendo esta situación, como hemos visto, desde amplios sectores populares se están construyendo propuestas válidas y viables al respecto, que nos ayudan a configurar otros futuros posibles y necesarios. •