os años pasan y el Che Guevara queda como si fuera el eternauta y lo hubiera inventado Héctor Oesterheld. Siempre igual y siempre distinto. Porque las épocas eligen de él lo que prefieren. Sobre ese fondo del luchador contra la injusticia, a fines de los años 50, se le quiso equiparar a un comando civil antiperonista; en los 60 fue el aventurero y el guerrillero heroico, el foco ejemplar, la conciencia y la voluntad como motor. Es la lucha contra las dictaduras y por el socialismo y el promotor de los estímulos morales sobre los materiales en la vida de los seres humanos. Es el idealista, el marxista, el foquista. El Che es uno y mil, pero en todos encarna el impulso ancestral de la humanidad de rebelarse ante las injusticias, el impulso sobre el que cabalga la esperanza, sin la cual es imposible la vida.
El propio Che renegó de algunos de esos estereotipos. Por lo menos, eso quedó plasmado en su larga carta de respuesta a Ernesto Sábato cuando el escritor le preguntó si los barbudos que bajaban de Sierra Maestra para derrocar a Batista podían equipararse a los que habían derrocado a Perón. Su respuesta fue un rechazo furibundo en el que hace una reivindicación del peronismo como movimiento antiimperialista y popular, aunque deja entrever sus dudas con Perón.
Más o menos lo mismo le dijo a su madre Celia en la carta que le envió tras el derrocamiento de Perón. Las dos misivas y otros textos del Che, en las que se refiere al peronismo, fueron publicadas en un libro muy interesante de Norberto Galasso, donde el Che, a contrapelo de la mayoría de la izquierda argentina de la época (antiperonista), hace una lectura del peronismo como movimiento nacionalista y popular y subraya los aspectos positivos y las limitaciones que le veía.
Pero también fue producto de una época. El Che foquista quedó atrapado en el remolino de su momento histórico. Es el Che de La guerra de guerrillas, donde repite un esquema casi elemental que era producto de un momento específico y un país muy particular, pero esa misma idea llevada a la forma del relato literario en Los relatos de la guerra revolucionaria, lo revela como escritor y lo rescata.
A pesar de esas múltiples facetas, no hay ruptura en el camino que comenzó el joven aventurero quien en sus viajes abrió los ojos a la realidad latinoamericana y se convirtió en el guerrillero de Sierra Maestra, más tarde en ministro de la revolución y finalmente en el comandante Ramón en el Congo y Bolivia. Más que ruptura, hay una línea de ascenso vertiginoso impulsado por esa autoexigencia al compromiso y la solidaridad que aplicó en su vida y proponía para la construcción del Hombre Nuevo.
Está la figura del Che antiburocrático, el que prefirió retomar la lucha en Bolivia y renunció a la vida acomodada de ministro. Pero si hubiera considerado que era más útil quedándose en Cuba, lo hubiera hecho. Como ministro impulsó la movilización popular solidaria en las campañas de trabajo voluntario y dio un debate profundo que influyó en los movimientos revolucionarios de todo el planeta, al contraponer los estímulos morales en la producción frente a los estímulos materiales del capitalismo y del modelo soviético. De la misma manera, planteó el internacionalismo de los gobiernos revolucionarios en un plano diferente al del mero intercambio comercial de conveniencia. La idea del Hombre Nuevo que forjaría las sociedades del futuro se publicó en el periódico uruguayo Marcha y muestra una práctica donde ya aparece la importancia que asignaba a los procesos culturales.
Fueron debates que el Che perdió la mayoría de las veces porque la época imponía urgencias a los procesos revolucionarios. Pero esos debates dejaron herramientas, embriones, semillas de ideas que tomaron importancia con el tiempo, quizá ya no como parte del morral de un comandante guerrillero, sino como parte de la búsqueda de una opción al mundo del individualismo exacerbado, las injusticias y el poder de las corporaciones que plantea el capitalismo salvaje de la globalización neoliberal.
Una parte de la humanidad valora a los que la valoran a ella, por eso la figura del Che trasciende y se renueva. La esperanza es una llama que se alimenta de la capacidad de los seres humanos para mejorar sus vidas como sociedad. Todas las acciones y las ideas del Che se basan en la confianza en la humanidad, en la naturaleza y en la esencia de los seres humanos. Son valores que todavía resisten a la presión cultural hegemónica que busca denigrarlos para naturalizar sociedades de cada vez menos megarricos y poderosos y cada vez más pobres y sumergidos.
Es cada vez más difícil asegurar, como en la época del Che, que la humanidad marcha hacia un futuro socialista y hasta se puede dudar si llegará siquiera a un futuro mejor. Más aún, el cambio climático instaló la duda sobre si hay realmente un futuro. Son preguntas que dan por ganadora la idea de que este mundo de desigualdad e injusticia se corresponde con la naturaleza humana.
La imagen más conocida del Che, con la mirada perdida hacia el futuro, ya descarnada del hombre que fue, surge y sobrevive como la esperanza de que la humanidad puede encontrar un camino diferente.
*Cortesía de Página/12