Hay sementeras hechas en medio de la laguna, que están fundadas sobre la propia agua y con sus camellones llenos de mil diferencias de semillas y yerbas e infinitas flores, que si no es viéndolo no se puede bien figurar como es... La ciudad de México esta fincada sobre esa laguna.
Joseph de Acosta. Historia natural y moral de Indias, 1590.
Hay muchas maneras de dejar de ser campesino. Una de ellas es adoptar el modo de producir del agronegocio imitando las prácticas de la empresa rural, pero sin el tamaño ni los recursos que hacen tóxica pero lucrativa a la agricultura industrial. Ser campesino es una forma de vida de la que son parte esencial las prácticas agrícolas y desecharlas es un modo silencioso de renunciar a su condición ancestral.
No firmaron un contrato que les prohíba cambiar y de hecho los campesinos de hoy son muy diferentes de los de antes, de modo que si fuera para bien habría que aplaudir que se apropiaran del paquete tecnológico de la agro empresa. El problema está en que el monocultivo extremo y el uso indiscriminado y abusivo de herbicidas, fertilizantes, semillas mejoradas y pesticidas que siempre es dañino para los suelos, los ecosistemas y los consumidores, en su caso es dañino también para la salud del agricultor y compromete la sostenibilidad técnica y económica de sus cultivos y por tanto la continuidad de su vida familiar. Como estrategia de sobrevivencia la agricultura super especializada e intensiva en agrotóxicos es claramente contraindicada y en el fondo suicida.
A lo largo de la historia los labriegos siempre tributaron en beneficio de las clases dominantes y a través del mercado los campesinos modernos tributan a favor de los comerciantes, los industriales, los introductores de insumos, los monopolios agroalimentarios… Desde hace mucho los pequeños productores rurales trabajan para el capital, pero aun más grave es que muchos trabajen como el capital, porque si lo primero los expolia desde fuera lo segundo los carcome por dentro.
El modo de cultivar no solo son las prácticas agrícolas que se emplean en la parcela, la huerta, el potrero, el acahual, el traspatio… es también el modo en que las familias y comunidades se apropian de los recursos del entorno y ordenan el territorio; el modo en que distribuyen a lo largo del año y asignan por sexo y edad la capacidad de trabajo familiar; el modo en que buscan satisfacer sus necesidades previendo el monto, calidad y distribución en el tiempo de los ingresos monetarios y en especie; el modo en que buscan reducir los riesgos y asegurar el bienestar futuro; el modo en que se relacionan con sus vecinos, con la comunidad y con el mundo exterior; el modo en que toman decisiones colectivas familiares y comunitarias… Además de que en la manera de cultivar está la matriz del mundo simbólico de las culturas tradicionales y la milpa es el lugar de muchos de sus rituales…
Por más que su economía sea diversificada y hayan modernizado sus relaciones sociales, para los pueblos de raíz agrícola el modo de cultivar se corresponde con el modo de vivir. Así las cosas, una reconversión agroecológica como la que se proponen programas como Producción para el bienestar conlleva una reconversión social y viceversa. No se trata solo de intercambiar saberes que mejoren la manera de sembrar y cosechar, sino de replantear estrategias de vida familiares y comunitarias. Porque un cambio en la parcela, la huerta, el traspatio o el potrero tiene un efecto mariposa y lo cambia todo… Y si no lo cambia todo tengamos por seguro que la reconversión se quedará en intrascendente intercambio de recetas.
Por algo se empieza y la llamada transición agroecológica pude arrancar con el modo de cultivar. Lo que no puede es quedarse ahí pues las mudanzas en las parcelas, las huertas, los traspatios… conllevan nuevas formas de trabajo y organización a nivel familiar, grupal, comunitario, regional, nacional… Pero sobre todo conllevan un cambio en el modo de pensar; la adopción o más bien la recuperación de un paradigma ancestral que por milenios dio sentido a las prácticas agrícolas de los pueblos mesoamericanos y a partir de ellas a la totalidad de la vida social.
Entre los pueblos mesoamericanos a este añejo paradigma, como a todo lo importante, se le designa no con conceptos abstractos sino con una imagen: “hacer milpa”. Y “hacer milpa” es mucho más que sembrar milpa; es un modo de pensar, de valorar, de sentir y de actuar que está presente tanto los quehaceres agrícolas como en los no agrícolas. Hacer milpa en la parcela, en el hogar, en la asamblea, en la organización, en la fiesta, en el movimiento reivindicativo… Hacer milpa explorando todas las posibilidades de la diversidad entreverada; de la convergencia de los diferentes; de la pluralidad virtuosa, enriquecedora, divertida, placentera. La calabaza, el frijol, los quelites, el maíz, los chiles, el tomatillo, las habas, los chayotes… y muchos más dialogando, disputando y coincidiendo en fraternos y bulliciosos convivios vegetales que remedan los humanos y viceversa.
Que las milpas son más que milpas lo han sabido siempre los pueblos originarios y quienes trabajan con ellos. Para los tzeltales de Chiapas, por ejemplo, la milpa es escuela donde se aprende a analizar e intervenir sistemas complejos de desarrollo no lineal dependientes de factores externos; donde se aprende a evaluar opciones, a tomar decisiones rápidas, a trazar planes estratégicos y ajustar a ellos las tácticas…
En la milpa tzeltal los niños reciben lecciones de vida. “El descubrimiento constante en compañía del padre del bankilal (hermano mayor), de la gente cercana experimentada y sabedora hacen fascinante ir a la milpa para jugar, trabajar y aprender al mismo tiempo”, escribe Antonio Paoli en el libro Educación, autonomía y lekil kuxlejal.
En la milpa se aprende, por ejemplo, “como definir las estrategias y las tácticas combinatorias según la pendiente, la humedad el tipo de suelo, el cálculo de las lluvias…”. Combatiendo a las plagas se valora la importancia de “la unidad frente al enemigo común” y la necesidad de no exterminar por completo y “guardar una relación equilibrada” con los jMej Tatic, insectos que pudiendo ser plagas sirven sin embargo para combatir otras plagas. En la milpa “la cooperación se hace natural y motiva a tener conciencia de la propia capacidad puesta al servicio de los otros”. En la milpa “el trabajo está dado como colaboración”. En fin, que haciendo milpa se desarrolla un pensamiento holista y se aprende a hacer comunidad…
“La milpa es uno de los ejes fundamentales de la cultura tzeltal y actividad clave para pensar la configuración de su k´inal (territorio) y sus relaciones sociales”, concluye Paoli.
En talleres realizados en comunidades serranas que se grabaron en cinta un maestro guerrerense explicaba hace años la forma de cultivar es también una forma de pensar y que el pensamiento que nace de la milpa es un pensamiento dialéctico. Decía el maestro:
“Como muchas señoras de edad que están aquí, mi abuelita pensaba en algunas cosas de manera dialéctica. Decía: `Mira, hijo, el maíz ahorita esta agujeando´, y es cuando asoma apenas la puntita del maíz. Después decía: `Mira el maíz ya tiene tres hojitas, o siete, o tantas…´. Luego decía: `Ya está veleando´. Después decía: `El maíz está muñequeando´. Y después: `El maíz está en elotes´. Y después: `El maíz está en camahua´. Y después: `El maíz está listo para doblarse´.
“Cuando nosotros vemos que esta mata de maíz tiene su comienzo y tiene su fin, que el maíz nunca está igual y que para poder llegar a su fin tiene que pasar por ciertas etapas. Entonces nosotros reconocemos que el maíz es dialéctico.
“A lo mejor ustedes no le encuentran chiste a esto… Pero si vemos cualquier injusticia, situación de hambre o de enfermedad del pueblo… pues entonces debemos pensar de esta manera: todo tiene su principio y todo tiene su fin. Solo que para cambiar hay que pasar por ciertas etapas.
“Mi abuelita sabía que hay que ver como comienza una cosa, como termina y como pasa por muchas etapas antes de terminar. Y es que, saben ustedes, mi abuelita pensaba con el maíz”.
Con la sabiduría milpera de su abuelita el maestro trataba de explicar a quienes lo escuchaban que para salir de la injusticia los pueblos, como el maíz, necesitan pasar por ciertas etapas y emplear diferentes formas de lucha. El maestro se llamaba Lucio Cabañas y meses antes había agarrado monte para “hacer pueblo” y así sembrar la semilla del Partido de los Pobres. •