n su discurso por el 211 aniversario del inicio de la Revolución de Independencia, el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó a su homólogo estadunidense, Joe Biden, a levantar el bloqueo contra Cuba y a buscar una reconciliación que ponga fin para siempre a la política de agravios
hacia la isla. Acompañado por su colega cubano, Miguel Díaz-Canel, el mandatario recordó que ningún Estado tiene derecho a someter a otro país y evocó las palabras de George Washington en el sentido de que las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos. Asimismo, consideró que se ve mal
mantener esta perversa estrategia
de precipitar un cambio de régimen mediante la asfixia económica, pues, incluso si llegara a cumplir su propósito, se convertiría en un triunfo vil, pírrico, canallesco; sería una mancha de ésas que no se borran ni con toda el agua de los océanos.
Debe recordarse que las palabras de López Obrador no sólo representan su sentir personal o una postura aislada del gobierno de México, sino que reflejan el posicionamiento de la comunidad internacional, plasmado en las 29 ocasiones en que la Asamblea General de Naciones Unidas ha condenado por mayoría abrumadora el embargo impuesto hace 59 años. La actualidad de este reclamo se refleja en el hecho de que hace apenas tres meses la resolución que exhorta a Washington a terminar con esta medida ilegal y unilateral fue aprobada con 184 votos a favor, dos en contra –los de Estados Unidos e Israel–, y tres abstenciones –las de Ucrania, Emiratos Árabes Unidos y Colombia–.
Además de ser fruto de un consenso mundial, debe resaltarse que las expresiones del Ejecutivo federal no se emiten desde una posición de hostilidad, pues se encuentra fuera de toda duda el ánimo de colaboración y diálogo que caracteriza a la actitud del gobierno mexicano hacia su contraparte estadunidense. En el contexto de una relación respetuosa y mutuamente benéfica, el presidente mexicano apela a la sensibilidad de un jefe de Estado que, en este tema, se encuentra en falta con la legalidad internacional, con los derechos humanos y los principios éticos, pero también con la propia corriente política que representa: no puede olvidarse que el ex presidente Barack Obama, en cuya administración Biden fungió como vicepresidente, encabezó un giro histórico al moderar la agresividad de Washington contra la isla, en un proceso de normalización que se pretendía fuese irreversible, según declaró el entonces asesor adjunto de seguridad nacional, Ben Rhodes.
Está claro, entonces, que la postura del gobierno de México no es de confrontación, sino de búsqueda de soluciones a un añejo agravio por el bien de Cuba, pero también de Estados Unidos: como se hizo evidente durante la breve distensión, el bloqueo es inmoral, criminal y, para colmo, contraproducente para la libertad de hacer negocios de muchos empresarios estadunidenses. Por ello, cabe destacar que el discurso obradorista apela a la comunidad cubano-estadunidense, de la cual parten las mayores redes de intereses y las inercias ideológicas que impiden transitar el camino de la conciliación.
Cabe esperar que la Casa Blanca entienda este llamado como un legítimo intento de superar una situación insostenible y reabrir las vías para que se dé un entendimiento necesariamente positivo para todas las partes involucradas.