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La necesidad nos trajo a vivir aquí; en 50 años se pobló el cerro
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▲ Familiares de personas que quedaron sepultadas el viernes tras el alud de rocas del cerro del Chiquihuite, esperaban ayer información de las autoridades sobre la situación de las víctimas.Foto Cuartoscuro
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 12 de septiembre de 2021, p. 25

Tlalnepantla. Mex., Picando peñas, que en muchos casos sirven para construir los cimientos de las casas, incluso muros de contención, fue creciendo La Presa, narran familias que desde la década de los 70 ganaron terreno al cerro del Chiquihuite, y dieron paso a la colonia Lázaro Cárdenas, tercera sección, donde el viernes un derrumbe aplastó varias viviendas edificadas bajo acantilados rocosos.

Fue la necesidad, aquí el ejido de Ticomán entregó terrenos hace 50 años, y nosotros cuando llegamos ya estaba casi lleno, por eso nos tocó hasta acá arriba, en ese entonces no había luz, contó Manuela Velázquez Martínez, de 79 años, quien llegó a vivir a esta región, donde se advierte un acantilado rocoso de la Sierra de Guadalupe.

Manuela, acompañada por sus hijas y nietos, narró cómo llegó a vivir a su casa de avenida Alpino Solitario, muy cerca del derrumbe, fue a finales de la década de los 60 y 70 del siglo pasado, cuando se comenzó a poblar la parte alta del cerro, entonces la zona se conocía como La Presa, donde la colonia Lázaro Cárdenas secciones 1, 2 y 3, ganó espacio a los peñascos del Chiquihuite.

Aquí todo es rocas, hay personas que saben cómo volverlas pedazos, mi papá lo sabía hacer, dijo Azucena Pérez Vázquez, hija de Manuela, cuyo padre, Salvador Pérez Manríquez, ya finado, ayudó a derruir La Muela, una peña de más de 250 toneladas de peso que pendía sobre varias viviendas hace más de una década.

Aún viven personas que saben cómo fragmentar las peñas sin que sus fragmentos salgan disparados. No cobran caro, si acaso piden lo del costo de la dinamita. Comienzan por afianzar bien la roca, la cubren con una enorme maya metálica, la encadenan para evitar que ruede y con trapos, entre la maya y la roca, impiden que vuelen los pedazos, describió Salvador otro miembro de la familia.

De la casa de doña Manuela hacia arriba se observa el cerro, una cortina vertical de rocas, arbustos de raíces que se meten entre las grietas del talud. Desde este punto, también se aprecia la Ciudad de México y la zona oriente del estado de México.

Todas las viviendas de la Lázaro Cárdenas se edificaron con autorización y permisos de gobiernos estatales y municipales del PRI, incluso autorizaron los servicios públicos y cobraban el predial y agua, contaron los vecinos.

Yo llegué a vivir aquí cuando tenía ocho meses de vida. Decidimos quedarnos porque el cerro ahí estaba, sólo era cuestión de medir y ocupar el terreno. No había dueños. Hicimos casas de lámina y tablas para apartar el lote, después se edificaron de tabique y loza, comenta Victoria Sánchez, de 49 años, cuyos padres son originarios de la Sierra Gorda del estado de Querétaro.

Explicó: antes vivíamos sobre las piedras, pero con faenas se fragmentaron, se aplanó e hicieron las calles y se comenzó a pavimentar con cemento.

Al pasar de los años han crecido los hijos y los nietos, y es común que en cada lote de unos 300 metros cuadrados haya tres o cuatro casas, pues los descendientes se han quedado a residir en esta región de Tlalnepantla.

Durante 50 o 60 años, se ha poblado la parte alta del Chiquihuite. Desde la autopista Naucalpan-Ecatepec, al pie de las antenas de Televisión Azteca, se alcanza a ver el caserío y sobre el mismo un escarpado de rocas, que a decir de los colonos tiene más de 15 metros de alto y la cordillera de más de ocho kilómetros de longitud.

En la colonia Lázaro Cárdenas un lote cuesta entre 300 mil, 700 mil, y una casa de 300 metros cuadrados hasta más de un millón de pesos.

Hasta hace 50 años no había suministro de agua, actualmente cuenta con ese servicio, alumbrado público, drenaje y aquí poco se sabe de lodazales, pues las calles y avenidas –de las tres secciones– tienen aplanado de concreto.