Armando Nava, líder de la banda y de los primeros en llegar al sitio, narra su experiencia en el festival
Sábado 11 de septiembre de 2021, p. 3
En el registro sobre quienes fueron los primeros en llegar a los terrenos donde se realizaría el Festival Rock y Ruedas está, sin duda, el nombre de Armando Nava, quien hizo acto de presencia desde el miércoles 8 de septiembre de 1971 en Avándaro.
El inicio de actividades oficiales estaba programado para la mañana del sábado 11. No obstante, días antes de esa fecha fue notorio el nutrido deambular de visitantes, tanto en Valle de Bravo como en los campos cercanos a Velo de Novia, colindantes con Avándaro.
De acuerdo con lo planeado, a partir de las 10 horas de aquel sábado dio inicio la programación combinada con acciones espontáneas. Carlos Baca, quien escribía la columna Rock subterráneo
en la revista México Canta y uno de los propagadores de la onda ecológica, organizó una sesión de yoga y tiró rollos sobre naturismo; el grupo de Teatro Experimental de la UNAM, montó la ópera-rock Tommy, dirigida por Eduardo Ruiz Saviñón; en los palomazos participaron Zafiro, La Ley de Herodes, Soul Masters, La Sociedad Anónima y La Fachada de Piedra, entre otros. Así, poco a poco, transcurrió el día. Y cada vez, el terreno elegido para el magno concierto se poblaba de muchachos y en menor cantidad de chavas.
Anocheció. La hora de abrir el concierto había llegado. En el sorteo le tocó empezar a un grupo originario de Durango. Eran las 20 horas del 11 de septiembre y Dug Dugs, la banda con más historial de las anunciadas en el cartel de esa noche, rompió el silencio con acordes rebosantes de rock; el concierto concluyó poco después del amanecer del 12.
Después del grupo de Armando Nava, se presentaron El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace & Love, El Ritual, Los Yaki (con Mayita Campos), Bandido, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in My Mind.
Nava narra su experiencia de aquellos días: “Estuve desde el miércoles en el festival; así, de ese tamaño. Yo vi todo. Vi cuando instalaron todo, cuando llegó el pan blanco para los sándwiches que iban a vender, las cervezas. Había varias carpas, una de cerveza, otra de Coca-Cola. Y también vi la pista para los carros.
“El miércoles no estuvo ni Luis de Llano. Había poca gente. Llegué desde entonces porque tenía la idea que iba a estar imposible entrar el mero día. Me fui en mi carro con una compañerita y un secre. No quería batallar, aunque no creía que habría tanta gente. Así que ese día el lugar estaba completamente libre, no había ningún problema para ir hasta donde estaba el estrado. Allí estacioné mi carro: mirando el escenario de frente, al lado izquierdo, donde estaba la camioneta encima de la que bailó la encuerada y mero en medio, donde se encendió una carpa.
Tocaron músicos fuera de cartel
“Me acuerdo de que el viernes tocaron varios grupos; incluso, yo toqué el sábado. Nos echamos una paloma todo el grupo. Interpretamos rolas de los Beatles, nos echamos Hey Jude y todo mundo cantando. Para mí, la vida del festival fueron esos días porque eran de tranquilidad, paz, de que la gente estaba bien. Vi la obra Tommy; se presentaron grupos que no estaban en el cartel; estuvo uno que se llamaba Zafiro que venía de Tijuana. No recuerdo a Sergio Arau porque no lo conocía. Tengo una vaga idea por el nombre (La ley de Herodes).
“En el sorteo fue cuando ya llegaron todos los músicos que venían en los camiones. Se hizo en el Hotel Valle de Bravo –creo que así se llamaba–, por cierto, a nosotros no nos dieron habitación, ni nada, ni comida. Eso se lo dieron a Peace and Love, al Ritual y a otros grupos, pero a muchos no nos proporcionaron nada. La productora de Armando Molina fue la que acaparó todo eso. Yo dormí en el carro y también el secre. Hubo carpas, pero las pusieron casi el último día. No eran para dormir, sino para que estuviera toda la bola de músicos y el que quisiera descansar. El sorteo lo hicieron en el hotel y a mí me dejaron hasta el último para escoger. El palito más chico abría. A mí me dejaron ese –ríe–. No quisieron que yo quedara a la mitad. Me hicieron transa y lo acepté de buena manera, porque el que es buen gallo donde quiera canta. Me pusieron donde supuestamente no iba a figurar,pero me tocaron el incendio, la lluvia, la chava que se desmayó enfrente. Hay un video donde estoy diciendo ‘no le metan mano, sáquenla de allí’.
El concierto empezó a las ocho de la noche. Cuando tocamos nosotros, empezó lo grueso del festival: lo que la gente estaba esperando, pero los previos estuvieron increíbles y no se apreció lo que se vivió los días anteriores: las chavas y los chavos, desde el jueves, bañándose encuerados en los arroyos cercanos, desnudos y no había bronca. Eso sí, más adentro, los sardos estaban vendiendo mariguana y aparte estaban cobrando la entrada; no me acuerdo bien, pero, creo eran cinco pesos para dejarlos pasar.
Grito de guerra
“Esa noche yo llevaba una especie de casaca negra con flores y motivos, verdes fluorescentes. Estuvieron Genaro García en el bajo, Escoto en la batería, Gustavo en la guitarra y yo en requinto y voz. Éramos dos requintos. La Borrega no estaba.
“Tocamos Gente estúpida. Creo que fueron nueve canciones y en la última yo improvisé y de allí salió el grito de ¡¡ Avándaro, yeah!! ¡¡ Avándaro, yeah!! Grité por el micrófono: ‘Ahora los del lado izquierdo; ahora los de la derecha’. Se veía tremendo. Eso sí lo tengo en la grabación.
“Al terminar, me quedé un rato. No toda la noche porque dije ‘no voy a poder salir, pero sí hasta como la una de la mañana, pero fue una batalla para salir. Todo el camino hacia la carretera estaba bloqueado.
Me quedo con que fue el concierto más grande de México, me quedo también con el hecho de que esto fue fatal para el movimiento. Y muchos se confunden. Dicen que esto pasó por Woodstock y no es cierto, Avándaro fue una casualidad
, concluye con seguridad y buen humor, el líder y fundador de Dug Dugs.