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El beso del hada
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▲ El músico sueco Bo Stenson en una imagen tomada de su página oficial.Foto Roberto Bordiga
 
Periódico La Jornada
Sábado 11 de septiembre de 2021, p. a12

Serenidad es un estado del alma, un estar dispuesto. Un estado de alerta, contrario a la urgencia, la alarma, el desasosiego. Serenidad es Tara Verde, la Bodhisatva de la generosidad, la que ofrece rescate y protección en todas las circunstancias desafortunadas y por eso permanece en postura de meditación con un pie adelante, dispuesta a salir corriendo en nuestra ayuda.

De esa manera suena el disco Serenity, de Bo Gustav Stenson (Västeras, Suecia; 4 de agosto de 1944).

Ese álbum doble, grabado en 1999 por el experto alemán Manfred Eicher en su disquera ECM, es aceptado por unanimidad entre los conocedores, los críticos conspicuos y los recién llegados, como una obra maestra, que ponemos a sonar en estos momentos de pandemia, generadora de intranquilidad y desolación.

Serenidad. Es una situación del alma. Un estar en paz. Serenidad es saber confiar y dejar que el piano de Bo Gustav Stenson, conocido cariñosamente como Bobo Stenson, se arrope en la magia del contrabajo de Anders Jormin y los tambores mágicos de Jon Christensen.

El Trío de Bobo Stenson es uno de los puntos cardinales de la música contemporánea. Nuevamente, el término jazz les queda chico a estos intérpretes que hacen de la música nórdica un referente, una señal inconfundible de que el mundo cambió hace mucho y que la síncopa, el swing, el up beat y el down beat pertenecen a una era pretérita cuya persistencia toma, en la música de Bobo Stenson, formas, colores y texturas provenientes de otras voces, otros ámbitos, como la música sinfónica, la pintura, la escultura, pero más de las flores, los árboles, el viento, las auroras.

Auroras boreales. El sonido del Trío de Bob Stenson es una serie interminable de auroras boreales. El uso de la batería, el pulso del contrabajo y el discurso del piano los lanza galaxias adelante de los tríos históricos más cercanos: el Trío de Keith Jarrett y el Trío de Bill Evans, epítomes de lo contemporáneo.

La ultra vanguardia pertenece al Trío de Bob Stenson porque la cultura pianística de este músico hiperbóreo (descendiente de aquellos seres que habitaron aquel pueblo mítico situado en el norte de la Hélade, más allá del Bóreas) lo convierte en un gigante que no necesita el aura mística de Keith Jarrett ni la leyenda de Bill Evans, así como la increíble manera de crear sonidos nuevos que tiene Anders Jormin, que lo convierte en un coloso que no necesita el halo arcangélico de Gary Peacock ni el vapor suntuoso del inmortal Scott La Faro.

Y así también, la condición de Heracles que tiene Jon Christensen en los tambores no necesita la potencia mercurial de Jack DeJohnette ni el talante de Paul Motian.

La demostración de todo esto está en el exquisito álbum doble titulado Serenidad. Comienza con una pieza llamada simplemente T, creación de Anders Jormin, el bajista del grupo, demostración a su vez de que el Trío de Stenson supera a sus contemporáneos arriba mencionados en cuanto a autonomía: los tres integrantes del grupo son compositores y ejecutantes de sus propias obras.

No hay el espacio consabido y protocolario del riff, o el solo, cuando callan piano y batería para que el bajo se luzca. En su lugar, hay una cadena sin fin de intervenciones solistas, como en la pieza titulada Swee Pea, donde hay una secuencia larga de percusiones (que no un solo de batería) alternada con intervenciones también solistas del piano, mientras el contrabajo realiza hazañas solistas y el todo conforma una unidad indestructible, de granito.

Cuando termina esa pieza, Swee Pea, el escucha está prácticamente hipnotizado, literalmente azorado, su alma está de viaje.

La magia de Jon Christensen radica en su manejo único y sumamente original de los címbalos, que en español reciben el irrisorio nombre de platillos, y eso que nuestro idioma es más rico que el inglés, donde se denominan cymbals.

Hay bateristas que golpean los platillos, los hacen resonar frotando sus orillas con la parte media de la baqueta, los entrechocan mediante pedal o los acarician con la escobilla.

Todo eso es pretérito para Jon Christensen: él hace sonar los cymbals como si fueran luciérnagas, copos de nieve, campanas de cristal, pestañas de mujer. Y acompaña esos sonidos tan delicados, tan frágiles, y por eso poderosos, con el uso también insólito y originalísimo de los tambores de su batería, que suena a todo menos a la batería tradicional de jazz, palabra, jazz, que, insisto, les queda muy chica a estos poderosos músicos.

El poderío de Anders Jormin en el contrabajo está demostrado a cabalidad en la pieza que da título al disco: Serenity: mientras Bobo Stenson hace sonar su piano como aguas cristalinas y de colores, y Jon Christensen hace de sus tambores llamados tribales en la aldea, el maestro Anders Jormin puntea las cuerdas de su contrabajo de manera concentrada, delicada, puntillista, y en un momento dado, de manera imperceptible, toma el arco y entonces su contrabajo comienza a sonar como viola da gamba. Increíble.

Esa pieza, Serenity, convoca en la mente del escucha encantos mil, memoraciones, asociaciones de ideas, fluidos de pensamiento mientras todo está en calma, en paz, en la serenidad de la música.

Entre esas asociaciones de ideas, el escucha entra en sinestesia y puede oler, tocar, dibujar mojando un pincel grande en un bote de tinta negra y practicar el arte milenario japonés de la escritura efímera, ese milagro caligráfico semejante a la práctica espiritual de los monjes tibetanos cuando construyen mandalas.

Todos esos efluvios: el del sonido del trío, el de la caligrafía japonesa y el del mandala budista, desaparecen si soplamos sobre ellos y vuelven a aparecer por arte de magia, porque Bobo Stenson respiró suave y profundamente y emitió sonidos en su piano que parecen provenir del mero Olympo, Jon Christensen cerró los ojos y volteó sus címbalos hacia el suelo, donde rodaron las piedras de colores del mandala y Anders Jormin suspiró y el vaho que exhaló tomó forma caligráfica, en tinta dorada.

Serenity, la pieza y el disco entero, suenan a haikú

Todo está en calma
Chirridos de chicharras
Perforan rocas

Así, la música de Bobo Stenson perfora pensamientos como la poesía de Matsuo Basho hiende tinieblas

¡Oh, luciérnaga!
Pronto desapareces…
La luz del día

El álbum doble Serenity otorga serenidad, pone en calma, nos da paz. Es una música cuyos nombres, cuyos títulos, sí corresponden a lo que suena, como Simple & Sweet, porque simple y dulce es la música de Bobo Stenson.

Decíamos que los integrantes del Trío de Bobo Stenson son todos compositores. Bueno, no sólo eso: dialogan con otros compositores. En este disco platican de tú a tú con Wayne Shorter (autor de la pieza Sweet Pea), con el alemán Hans Eisler (en su pieza Der Flaumenbaum), con el serialista Alban Berg (Die Nachtingal) y otros, como Lorens Broden y Charles Ives, y con un viejo conocido de Bobo Stenson: Silvio Rodríguez, de quien canta sin palabras, es decir, hace cantar a su piano con El Mayor.

La música de Bobo Stenson con su trío es una experiencia enaltecedora. Escuchar la ya citada Sweet Pea, por ejemplo, es como orar, como meditar, abismarse en profundidades, oquedades rebosadas de sonidos puros, luz radiante. Y el silencio.

Serenidad es silencio. Ojos cerrados. Manos juntas.

La pieza bellamente titulada Rimbaud Gedicht es exactamente eso: un poema (Gedicht) exultante, percusivo, suave. Un delirio. Un frenesí controlado. Un estallido sereno. Una exaltación sublime.

Así también la pieza en dos partes humorísticamente titulada Polska of Despair, es un embrujo, un encanto, un llamado irresistible hacia la magia, hacia el placer.

Hay un dejo de misterio en la música de Bobo Stenson. Todas sus frases tienen una capacidad exuberante de posesión y, al mismo tiempo, de entrega. Hay un tono inconfundible en sus asomos, un no sé qué, un poderío de seducción.

Es una música de velos escurriendo cuerpo abajo, un crepitar de suspiros, un hervidero de anhelos, un panal de prodigios, un estallido en calma. Es la serenidad del estallido calmo de un volcán, semejante a la flor: su belleza es serena, no hace ruido pero llega al clímax al igual que lo hacen el ángel, el hada, la neblina y el volcán.

Recordemos que todo está en calma mientras chirridos de chicharras horadan rocas.

Serenidad. El beso de un hada nos da serenidad. Así la música del Trío de Bobo Stenson: Serenity.

Todo está en calma.

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