in lugar a dudas, uno de los problemas más severos y malignos que hoy enfrenta nuestro país es el de la corrupción, mismo que se agravó de manera progresiva durante 35 años hasta llegar al nivel actual, periodo que coincide con el arribo al poder de los gobiernos neoliberales, causantes directos de los niveles de pobreza extrema en que está sumida la mayor parte de nuestra población, mientras una pequeña minoría de personajes ligados con los altos funcionarios de los últimos gobiernos, nacionales y estatales, así como de los grupos criminales asociados con el tráfico de drogas, de armas y de personas, constituyen un problema central para la administración actual y para la sociedad en su conjunto.
Así, podemos ver este problema como la situación de un país enfermo que requiere ser sujeto a un programa de recuperación intensa y que debiera trascender al actual sexenio. Es por ello que el gobierno del presidente López Obrador lo ha enfrentado con energía, aunque podríamos afirmar que los resultados logrados hasta ahora nos llevan a pensar que será muy difícil erradicarlo, en virtud de las redes de complicidad existentes entre los diferentes grupos mencionados; como se ha podido ver en los casos del gobernador de Tamaulipas García Cabeza de Vaca, de Duarte ex gobernador de Chihuahua, de los ex funcionarios de la Procuraduría General de la República Tomás Zerón y Murillo Karam, del ex director de Petróleos Mexicanos Emilio Lozoya Austin y del ex candidato panista a la Presidencia Ricardo Analla.
Recordando la existencia de gobiernos como el del general Lázaro Cárdenas, que lucharon para extirpar la corrupción, sin lograrlo, y que luego la veríamos durante los gobiernos de Miguel Alemán Valdez y José López Portillo, es necesario que el gobierno actual se avoque a desarrollar un proyecto que nos permita erradicar este problema mediante un esfuerzo claramente distinto, centrado en la educación de las nuevas generaciones de mexicanos. Para ser exitoso, este proyecto deberá incluir la modificación de los planes de estudio de educación básica y media superior, así como de los actuales libros de texto de historia, civismo y ética; además de modificar los programas de estudio en las escuelas normales y en las universidades pedagógicas.
Si nos diéramos un tiempo para leer los libros de texto gratuitos de historia yde civismo que se usan en primaria y secundaria nos percataríamos de que éstos no hacen referencia alguna a los actos de corrupción realizados por los gobiernos de los pasados 70 años, ni a los actos de violencia cometidos por todos ellos. ¿Por qué no existe referencia alguna a los crímenes de Díaz Ordaz en 1968 o de Luis Echeverría en 1971?, presentándonos, en cambio, una historia maniquea de los buenos
y los malos
alejada de la verdad. ¿Por qué pasar por alto las elecciones fraudulentas de Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto? Ignorando que fueron comicios ajenos a los cauces legales, y sin mención alguna a los paquetes electorales destruidos, ni a los votos depositados de manera fraudulenta, o sin hacer referencia a las compras millonarias de sufragios con las que tanto Calderón como Peña Nieto pudieron hacerse de la Presidencia.
En este sentido, sería conveniente que los libros de civismo y ética describieran las terribles repercusiones que han tenido la venta de votos por parte de los ciudadanos, ignorándose los daños que se han generado ellos mismos y a sus familias con el hecho de entregar su sufragio a cambio de una despensa, por ejemplo. Tal como lo indica la frase lo que mal empieza, mal acaba
, ¿qué se puede esperar de los políticos que utilizan la compra de votos para hacerse del poder? De la misma manera, sería importante que en los últimos grados de primaria y en la secundaria los alumnos recibieran explicaciones sobre las consecuencias que tienen los actos de corrupción en sus distintas variantes, dejando que ellos las discutan y valoren.
Una educación histórica y cívica de esta naturaleza tendría necesariamente un efecto positivo, no sólo sobre los niños y jóvenes, sino también sobre la población adulta; podemos imaginar ¿cuál sería el caso de unos padres cuyos hijos les reclamaran al llegar a casa algún acto de corrupción del cual ellos han sido testigos? Igualmente, podemos imaginar a un menor reclamando a sus padres su intención de vender su voto a cambio de una despensa. Cualquier explicación que intentaran darle recibiría como respuesta una especie de baño de agua fría que les haría repensar sus futuras acciones.
Por otra parte, considero importante que de manera específica los libros de texto nos presenten a los personajes de nuestra historia más apegados a la verdad, describiéndolos como fueron, con sus virtudes, sus fallas y errores; ello ayudaría a que las nuevas generaciones de mexicanos dejaran de idealizarlos, a unos como seres perfectos y a los otros como turbios y malvados, que fuesen capaces de analizar sus virtudes y defectos, aciertos y errores. Sería preferible que los nuevos libros de historia se parecieran más a algunas novelas de Jorge Ibargüengoitia, como Los pasos de López, Los relámpagos de agosto o Maten al león, que a los actuales libros oficiales.
* Director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa