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Mar de Historias

El regreso

11 A

M. Lorenzo extiende sobre una mesa su herramienta de carpintero. Pablo, su hijo, dormita en la habitación contigua.

Lorenzo: –Hijo, pasan de las once, ¡ya levántate!

Pablo: –Tengo sueño.

Lorenzo: –Cómo no, si anoche te quedaste viendo la televisión hasta bien tarde. (Va al otro cuarto.) Acuérdate que ya mero regresas a la escuela y no vas a poder desvelarte porque...

Pablo (malhumorado): –Sí, ya sé: tendré que levantarme a las seis.

Lorenzo: –¿No te da gusto volver a tomar clases en tu salón? Imagínate, vas a ver a tu maestra y a tus compañeros.

Pablo: –No a todos. Abel ya no irá. (Gira y ve a su padre.) El otro día me habló para decírmelo.

Lorenzo: –¿Por qué deja el estudio?

Pablo: –Como ha estado trabajando en la Central, dice que le gusta más ganarse su dinero que ir a la escuela. (Desvía la mirada.) Ha de ser bien chido tener para comprarte lo que quieras, invitar a los cuates.

Lorenzo: –No vayas a decirme que también quieres salirte de la escuela, porque no voy a permitirlo.

Pablo: –Pero si yo ni dije nada.

Lorenzo (imita la voz de su hijo): –Pero si yo ni dije nada... ¡Pendejo! Órale, ya levántate y ponte a hacer algo útil.

Pablo (sale de la cama): –¿Como qué?

Lorenzo: –Lavar los platos para que cuando tu madre regrese encuentre alzada la cocina.

Pablo: –No me gusta lavar los platos.

Lorenzo: –No es cosa de que te guste o no, tienes que hacerlo. (Regresa al cuarto donde quedó su herramienta.) No encuentro mi martillo. ¿Lo tomaste?

Pablo: –Yo no, mi mamá. Necesitaba colgar otro lazo para la ropa.

Lorenzo: –Esa mujer no entiende. Le he dicho mil veces que no agarre mis cosas: las necesito para trabajar.

Pablo: –¿Te llamaron de la mueblería?

Lorenzo: –No, pero El Chato me dijo que estuviera listo. Si le cae algo quiere que le eche la mano. Por poco que me dé, será mejor que no ganar ni un peso.

Pablo: –¿Por qué no vas a la refaccionaria donde trabaja mi tío Jacinto?

Lorenzo: –Porque con lo de la madre esta, la pandemia, la cerraron. (Con brusquedad.) Te lo he dicho mil veces, pero nunca me pones atención. A ti lo único que te interesa es ver la tele. ¡Eso se acabó! Ah, y no vuelvas a salirme con que quieres dejar la escuela porque no te la vas a acabar. ¡Lo digo en serio!

Pablo: –Oye, no te desquites conmigo. ¿A poco yo tengo la culpa de que no consigas trabajo?

Lorenzo: –¡Qué bonito le hablas a tu padre! Ya vete a lavar los platos. Cuando acabes, sacas la basura. Hay harta en el bote. Por eso tenemos tanto pinche mosco.

Pablo: –¿También es mi culpa que haya moscos? (Advierte el enojo de su padre.) Está bien, está bien, ¡ya no digo nada!

II

l9 PM. Lorenzo se encuentra viendo las noticias cuando llega Sara.

Lorenzo: –¿Por qué te tardaste tanto?

Sara: –El camión venía repletísimo y mejor no me subí. (Se quita el cubrebocas.) Tuve que esperar un rato hasta que llegó el otro, igual de atascado, pero ya no quise tardarme más. ¿Y Pablo?

Lorenzo: –Está en el otro cuarto.

Sara: –¿Y qué hace allí, solo? No me digas que volviste a regañarlo.

Lorenzo: –Es que también... (Apaga el televisor.) ¿Sabes con qué me salió? Con que ya no piensa ir a la escuela. Quiere ponerse a trabajar para comprarse todo lo que le dé la gana.

Sara: –Y eso, ¿cómo se le ocurrió, o qué?

Lorenzo: –Son ideas que le mete en la cabeza su amigo Abel. Como es su ídolo, quiere imitarlo en todo.

Sara: –¿Pablo dijo que iba a dejar la escuela?

Lorenzo: –No, pero iba a hacerlo.

Sara: –¿Por eso lo regañaste?

Lorenzo: –Y por güevón. ¿Te digo a qué horas se levantó? ¡Después de las once!

Sara: –No sabes cuánto me alegra que ese niño vaya a volver a la escuela, así ya no estarán peleando todo el tiempo. (Se acerca a la estufa.) ¿Te llamó El Chato?

Lorenzo: –No. Se me hace que voy a ir al depósito de cartón. A lo mejor consigo algo.

Sara: –Pero que sea en la tarde. Tendrás que pasar por tu hijo: a mí ya no me van a dar permiso de salir al mediodía. ¿Por qué? No tengo la menor idea. Como saben que uno necesita la chamba, los jefes se aprovechan y hacen lo que quieren. (Se acerca a Lorenzo.) Te quedaste muy callado. ¿Es por lo que dije?

Lorenzo: –No. Con eso de que tendré que ir por Pablo me hiciste recordar que cuando yo era chamaco y mi jefe iba por mí, ¡puta!, me sentía orgullosísimo de que mis compañeros lo vieran: era el único papá que tenía un ojo café y otro verde, casi azul.

Sara: –Bueno hubiera sido que don Pascual te heredara sus ojos, así yo estaría más orgullosa de ti. No me pongas esa cara, ¡es broma! Sabes que me tienes orgullosísima.

Lorenzo: –¿Aunque esté sin trabajo?

Sara: –Pero lo vas a tener.

Lorenzo: –¿Cuándo?

Sara: –Al ratito, nomás que nos vayamos a la cama.