Opinión
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Historia y rescate
L

os esfuerzos del Presidente de la República y de su esposa por rescatar y celebrar buena parte de la historia ignorada y deformada de este país, producen en sus oponentes un vuelco extraño. La erección de una maqueta del Templo Mayor de los mexicas sirve de señuelo para difundir, disfrazadas, posturas racistas inaceptables. Haciendo burla del pasado festejo de luces, en el Centro Histórico, introducen burlas tontas que pretenden trastocar lo que consideran una fantasiosa, torpe y falsa versión oficial. Así, algo que, además de ser escenificado por vez primera, presenta una versión poco conocida y menos apreciada de los sucesos de hace 500 años, se torna motivo de alevosos ataques al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Como de costumbre, se recrudece la crítica hasta niveles insospechados. Se trata ahora de un pontificado de kermés, según predica un opinócrata de profundidades insólitas. De manipular la historia a partir de una pirámide de tablarroca.

Lo cierto es que tales esfuerzos de López Obrador han dado cabida a una dispu­ta por establecer una apreciación de hechos complejos y resilientes acerca de la llamada Conquista de México. Varios historiadores han entrado a la discusión con datos, citas e interpretaciones que han impulsado narrativas distintas o complementarias. Bien conocida es la postura que se cimenta a partir de voces que se dicen autorizadas. Por ello se entiende la que se conoce como la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, un personaje al cual muchos han negado hasta existencia. Escrita varias décadas después de los sucesos, hoy día se sostiene, incluso, que su autor fue, tal vez, el mismo Hernán Cortés. En resumen, tal verdad pone el acento en un puñado de valientes, ambiciosos y sagaces españoles que llegaron hasta el mero centro del imperio mexica, lo derrotaron y sometieron a sus pobladores. Marcando así lo que, en un inicio, se nombró Nueva España junto con los más de tres siglos de coloniaje. Años en que se da origen a una nación, supuestamente mestiza que, después, se llamaría México.

Esta narrativa, muy extendida por cierto, soslayó buena parte de la realidad. Ahora, se trata de espulgar, con razones, datos y acuciosa lectura e interpretación, lo que en efecto sucedió: un fenómeno complejo que atraviesa hasta siglos posteriores. La conquista, para empezar, la llevaron a cuestas, los mismos pueblos originales. El ejército donde pelearon los españoles dirigidos por Hernán Cortés lo integraban miles de rivales de los mexicas. Fueron ellos los que, finalmente y después de sangriento sitio de Tenochtitlan, lograron derrotarlos. Pueblos enteros que nunca fueron conquistados en este vastísimo territorio.

Las consecuencias del coloniaje, tanto para la metrópoli como para su enorme posesión en este continente, no se puede reducir a un simple proceso civilizatorio o de modernización, tal y como se ha intentado hacer. No fue una cuestión rectilínea de dominador, dominado, riquezas favorables para el imperio, derrota y penalidades para los vasallos.

La versión que circula en la misma España carece de bases firmes al vérsele como la colección de actos militares heroicos, cristianización y sublimes pasiones. Es, en este caso, sólo una vertiente, sumamente simplificada, del vastísimo fenómeno de conquista, rebeldía, resistencia, sobrevivencia y nueva formación, implicadas en el estado actual de los actores de este humano drama.

La discusión desatada a partir de la actual promoción oficial ha sido, finalmente, benéfica. A una sólida mayoría de ciudadanos mexicanos les ha traído atractivas y renovadoras ideas. Una matizada interpretación de lo que la llamada conquista y su coloniaje acarreó consigo. Pero, sobre todo, el deber, la tarea ahora es analizar lo que desde la misma superficie, hasta sus profundas ramificaciones tuvieron y va teniendo la colección, casi interminable, de hechos. Ahí, sumergido, todavía encontramos ese caudal racista –europeizante– con que se dividió, desde el mero principio, a dominados y dominadores. La parte blanca, sabia guerrera, dueña y triunfadora por un lado. Por el otro, la indígena, sometida, de color moreno y taimada; ignorante, traicionera y salvaje.

Mucho de tales sustratos anímicos continúan hasta estos días y se revelan, inquietantes, en los artículos, columnas, opiniones y reportajes de hoy. Traer una matizada realidad a la vista de la mayoría de los ciudadanos es un esfuerzo reconocible y que habrá de dar innumerables frutos. AMLO no pretende imponer una versión histórica oficial, sino contribuir a un rescate de la dignidad soslayada o subsumida de los pueblos originales. El lema primero los pobres no se agota en intenciones económicas, sino en una multifacética tarea para cimentar libertades y derechos a una vida digna.