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Diario del rodaje de 499. En busca del pasado presente/y 6

El documental híbrido recorre actualmente la ruta de Hernán Cortés, atravesando siete estados en una gira de proyecciones especiales acompañadas de conversatorios. En este periplo, su director compartió sus recuerdos del viaje por este mismo camino que emprendió y que concluye hoy

Foto
▲ Fotograma de la película 499.Foto Félix Márquez /Piano Distribución
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 13 de agosto de 2021, p. 7

16. Detalles y tropiezos. Antes de cerrar esta crónica, quiero resaltar el trabajo de Choke y Beto, que hicieron mancuerna en producción, inventando soluciones a cada momento. Choke siempre fue nuestro oso guardián alemán e inglés con cruce mexicano, él que no le temía a nada. Beto en cambio era un pan de dios, siempre con su sonrisa amable y sincera, incluso en los momentos más delicados. En cámara estuvieron en total dos asistentes, Antón y Elías, que trabajaron bajo presiones que cualquier fotógrafo de fiar sabrá dimensionar en su justa proporción al ver el resultado. Por último queda sonido, encarnado en Adrià, silente, concentrado en encontrar los detalles que él sabía que nos harían falta muchos meses después, al terminar la película.

Momentos fuera de esta mirada tan subjetiva

Debo también confesar que se han quedado muchos momentos fuera de esta mirada tan subjetiva. Ocurren muchísimas cosas dentro de un rodaje, detallitos que van articulando el universo del trabajo, que en su momento parecen importantísimos pero que pronto quedan en un pasado de niebla en el que se entremezclan el kilo de barbacoa de un domingo por la mañana en Amecameca, las tortas de jamón que nos regalaban en aquel hotel, el huachinango en salsa de habanero con queso manchego del restaurante las Huellas en Chachalacas, las garrafas de mezcal de contrabando que repartimos entre el equipo, el cotorreo, las bromas pueriles y las palabras de aliento, los desencuentros y las reparaciones, las risas y borracheras que se fueron acumulando en una masa que con su mero volumen nos empujaba a seguir nuestro camino.

Pero también en este viaje tropecé mucho como director. Al principio no me ubicaba. Entre el calor y los malabares de producción insistí con muchas escenas que fueron cortadas un año después durante el montaje: el conquistador comiéndose unos tacos que encontró en una bolsa de basura, para luego retorcerse de náuseas. En otras se fuma un cigarro con doña Martha, persigue a los hijos de Jorge, juega con unos gatitos en Medellín, camina entre campos de cultivo, mancillados por charcos de petróleo en pleno corazón del triángulo rojo del huachicoleo, o incluso intenta suicidarse, ahorcándose de un encino en las faldas del Popocatépetl. Recuerdo con cariño una escena frente al Teatro Blanquita en la que un grupo de indigentes lo abraza y lo arropa, en un cuadro de homenaje al Buñuel de Viridiana y Los Olvidados. Tantos intentos, tantas pruebas que no dieron resultado y que a menudo acabaron extenuando al equipo y crispando los ánimos, con días larguísimos y esfuerzos descomunales para cumplir con calidad. Pero no había de otra. Justo en esa búsqueda se fue formando esta película.

Epílogo. Volvimos en diciembre. Nos faltaban momentos y espacios para terminar de construir la ruta. De hecho, algunas de esas vivencias las he acomodado en esta crónica fuera de su orden en el tiempo, para darle claridad a este relato. En ese segundo viaje retratamos al conquistador caminando a contraviento en Veracruz, interrumpiendo los honores al lábaro patrio en una primaria y exigiendo la sumisión a la Corona con el famoso requerimiento, y rogándole socorro a la Guadalupana de rodillas entre miles de fieles congregados en su santuario, en el norte de la capital.

El tiempo se desdobla y se repite

Terminamos aquel segundo viaje, celebrando con mezcales y grandes expectativas. Terminó también aquel 2018; cambió el gobierno a lo largo de toda la ruta; cambió el mundo entero por culpa de un ser microscópico y ubicuo que no respeta nuestras esperanzas; terminamos la película, y tres años después, los sucesos del rodaje se van desdibujando en la niebla del recuerdo. El tiempo se desdobla y se repite, siguiendo su ritmo secreto.

Algunos han visto en este viaje y la película que forjó, un esfuerzo de echarle la culpa a Cortés y los demás conquistadores por los problemas de hoy en día. Otros han visto un retrato tendencioso de México, el país que considero mi patria y que siempre extraño. No soy fan de explicar el arte, pero esta interpretación me parece tan burda, tan facilona e ignorante, que no se pierde nada en rechazarla al tiro. Si hablamos de la historia hoy, si nos acercamos a la realidad del país y sus víctimas en nuestro presente, es para no repetir los errores, para no seguir reinventando las formas de control y poder como ha ocurrido durante cinco siglos.

Sin embargo, la historia es terca y el fantasma sigue ahí. El conquistador espera su exorcismo. Perdura su sombra a lo largo del territorio mexicano, en el reino de la violencia y su economía perversa y voraz que va borrando nuestra percepción de lo que es justo, de lo que nunca jamás debería ser normal. Cómo aquella anécdota de las ranas en la olla que va hirviendo poco a poco.

¿Dónde encontraremos las respuestas de este momento? Hay que saber escuchar a sus víctimas.