i Richard Burton Matheson trajo el horror al terreno urbano y Stephen King al suburbano, pues incluye marcas de comidas como Doritos, McDonalds, Walmart, haciendo al horror prosaicamente accesible o permeable a nuestra vida, como dice Guillermo del Toro, el director de La forma del agua ha llevado el horror a uno de sus límites menos previsibles, el que lo separa de una de sus antípodas, el amor.
Con las cintas de Del Toro horror y amor terminan yendo de la mano. En ellas, como en la sentencia bíblica, el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
La cumbre escarlata, por ejemplo, es una reflexión sobre el amor que hace el cineasta porque el amor sólo existe ante la imperfección
. Por eso el protagonista, que es un verdadero monstruo, acepta que envenenó y le mintió a la mujer que lo amaba y termina enamorándose de ella. Es la historia de una chica que sueña que no necesita amor, que descubre al amor, pero lo quiere idealizar; se enamora de un tipo que no conoce y conforme ella se da cuenta de que él es nefasto, el tipo se da cuenta que sí la quiere; es decir, van al revés, y llega un momento en que sabe quién es, sabe lo que ha hecho y, sin embargo, aún así lo quiere
, ha dicho Del Toro.
En 1987, Guillermo del Toro publicó un grueso ensayo sobre uno de sus directores favoritos: Alfred Hitchcock. Fue una aproximación lúcida y entusiasta de un joven cineasta que lo escribió a los 23 años.
No sólo era una reflexión sobre el cineasta inglés, sino el pretexto, quizá sin proponérselo, de su propia poética cinematográfica. Lo publicó Emilio García Rierra en la Universidad de Guadalajara y lo reditó hace cuatro años la Cineteca Nacional.
Hoy, gracias a Leonardo García Tsao, tenemos la continuidad de esa poética que es realmente fantástica con la publicación del libro Guillermo del Toro, su cine, su vida y sus monstruos, publicado por Grijalbo.
Hace tiempo no me encontraba con un libro así. Si los libros se miden por la emoción que provocan, este libro es realmente emocionante. Por momentos se lee muy rápido –porque desde hace tiempo Del Toro habla como si preparara la historia para un guion– y páginas después la conversación entre estos dos amigos nos llevan a acercarnos nuevamente, o por primera vez, a cintas que han sido fundamentales en la formación de Del Toro o para volver a ver algunas de sus películas.
Aunque yo había visto Hellboy I y II, El laberinto del Fauno y La forma del agua, un par de veces, la lectura del libro lleno de tantos detalles me hizo volver a ellas para encontrar los guiños que no había visto con claridad o para entender el por qué una secuencia me había emocionado. Con las películas los espectadores, al salir del cine, saben cosas. Con este libro podemos conocerlas con minucia.
La escritura
audiovisual para Del Toro es igual de densa que la narrativa literaria. En el lenguaje visual hay mayúsculas, cursivas, adjetivos, acentos, subrayados con la cámara y los lentes
. Nada es casual en sus cintas. Los colores son todo un elemento narrativo y las escenografías capítulos redondos de una historia.
Dice Del Toro en este libro que las películas que ha hecho son sobre la capacidad de esco-ger, sobre el libre albedrío, so-bre lo que nos define por acción y omisión, sobre el amor y la desobediencia. Pero sus historias no son de este mundo, sino del que habitan las hadas y los gnomos, los monstruos y las fantasías infantiles.
Y aunque respeta el abc del cuento de hadas (tres cerdos, tres puertas, tres hermanastras) en algún momento subvierte al género.
Lo mismo ocurre con sus héroes. Sus héroes son tan mundanos como uno. Beben alcohol, se niegan a lavar los platos y tienen manías musicales cuando no salvan al mundo. ¿Recuerdan a Hellboy cantando a Barry Manilow, o blandiendo latas de cerveza?
Guilermo del Toro es uno de los cineastas más complejos y completos de nuestros días. En él coinciden la alta cultura y la cultura popular, el amor y lo monstruoso, el gusto por el cliché y su desarticulación, lo sagrado y lo profano, la realidad inverosímil y la fantasía como tierra firme. El libro de Leonardo García Tsao nos permite seguir esas ondas expansivas que han dejado sus películas y ver cómo se entrelazan. También nos ayuda a entender la fascinación por lo monstruoso. Los monstruos son abismos que si miramos demasiado, también nos miran.