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Relatos del ombligo

Tacubaya, donde tuerce el agua

E

n Tacubaya tuerce el agua, elemento que definió el antiguo nombre de esta población, Atlacuihuayan, lugar donde se tuerce el río, donde hoy se ubican la alcaldía Miguel Hidalgo, el Museo Casa de La Bola, la Casa de Luis Barragán, o la antes residencia de los tratos oscuros y hoy casa de todos los mexicanos, Los Pinos. Ahí corría el agua que alimentaba a los ríos Becerra y Tacubaya, cuyo cauce se unía al del río de la Piedad. Era también un sitio que, cerca del cerro del Chapulín, y al estar en zona alta por encima de las aguas del lago, ofrecía buenas posibilidades para sobrevivir pues, además de que no se inundaba, contaba con una importante variedad de árboles frutales y animales de caza.

Tacubaya es la población más antigua de la alcaldía Miguel Hidalgo, en este lugar se refugiaron los mexicas después de haber sido expulsados de Chapultepec por los tepanecas, mucho antes de que fundaran Tenochtitlan, y así también lo hicieron cuando, ya siendo el gran imperio dominante de Mesoamérica, su ciudad quedó cubierta por agua, situación que gracias a su ingeniería hidráulica no era común, a diferencia de lo sucedido años después durante el virreinato, cuando el que el agua llegara al cuello a los españoles –tercos en desecar los lagos ante su sed de tierra– era algo de casi todos los días.

En 1838 México había dejado atrás el yugo de la corona española (así en minúsculas, pues soy republicano) y era una nación independiente que, aunque empobrecida y endeudada, recibió a una considerable cantidad de emprendedores europeos que en su país de origen no podían, debido a la falta de éxito, colgarse el título de ser, justamente, emprendedores, y quienes tenían el sueño de que en México lo lograrían fácilmente.

Así fue el caso de un repostero francés llamado Remontel quien, al no demasiado tiempo de haber desembarcado en Veracruz, tuvo un altercado con varios soldados que entraron a su establecimiento. Los acusó de haberse pasado de golosos y, peor aún, de no tener los recursos suficientes para satisfacer por la vía legal su pecado capital. Dijo que los militares, con burlas y amenazas, habían sustraído de su mostrador los pasteles, profiteroles, petit fours y macarrones que ahí ofrecía para los paladares más refinados y que, mientras daban rienda suelta a la glotonería, perjudicaron los muebles con marqueterías de su lujoso local.

Remontel decidió demandar al gobierno mexicano, amenaza que cumplió a través del embajador francés, el barón de Deffaudis, quien exigió la cantidad de 60 mil pesos de aquella época –que haciendo la conversión a la actual sería muchísimo dinero–, además de la destitución de una enorme cantidad de oficiales del ejército mexicano y –ahí está el detalle– el otorgamiento de una serie, casi interminable, de privilegios a los ciudadanos franceses asentados en México. Las quejas y reclamos llegaron a oídos del primer ministro francés, quien encargó a su embajador que le pusiera un ultimátum al gobierno mexicano para que pagara. México, por supuesto, no pagó, primero porque no tenía dinero y, segundo, porque aunque lo hubiese tenido la reclamación era absurda y exagerada. Todo parecía indicar que se trataba de una excusa para que una nación fuerte y poderosa interviniera a un país joven e inexperto, algo que finalmente sucedió: al vencer el ultimátum y México no pagar, 26 barcos llenos de franceses armados atacaron Veracruz.

Aquel conflicto que comenzó con merengues culminó el 9 de marzo de 1839 con un tratado de paz en el que México se comprometió a pagar la cantidad de 600 mil pesos de indemnización. Lo que sucedió después ya lo sabemos. En 1861, el Congreso de la República decretó la suspensión de pagos de todas las deudas públicas, la reacción de Francia, y otros países, fue inmediata, los franceses intervinieron por segunda ocasión, y los conservadores aprovecharon, como suelen hacer, para gestionar el restablecimiento de una monarquía en nuestro país.

En Tacubaya, a la sombra de los olivos que ahí se plantaron en el siglo XVI causando con ello el enojo de la corona española (así en minúsculas, pues soy republicano), se han escrito varios capítulos de la historia de México. Hoy es sitio en el que en lugar de caudales de líquido corren automóviles sobre afluentes de asfalto y que lo espera con enorme cantidad de riquezas que, a diferencia de antes, están al alcance de todos y no sólo de unos cuantos privilegiados.