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Mar de Historias

Malas palabras

L

a habitación es amplia. Funciona como recámara y cocina y se encuentra atestada de muebles desiguales. Delia plancha sobre la mesa. Interrumpe su tarea cuando oye que se abre la puerta y ve aparecer a Lázaro, su marido.

Delia: –Qué bueno que llegas temprano. Cuando llueve no me gusta que andes en la bicicleta.

Lázaro: –Oye, ¡qué calor! (Se quita la chamarra.) Esto parece un horno.

Delia (desconecta la plancha): –Es porque llevo un rato asentando la ropa y el cuarto se calienta bastante. ¿Cómo te fue?

Lázaro: –Más o menos y tirando a de la chingada. Como ya hay un nuevo repartidor, nada más me tocó entregar siete pedidos. (Arroja la chamarra a la cama.) ¿Vinieron los del gas?

Delia: –No. Fui a preguntarle a la Nena si había visto el camión, pero me dijo que en todo el día no ha pasado. Prometió echarme un grito si lo ve. Ojalá, porque mi tanque ya está vacío.

Lázaro: –¿Qué hiciste de comer?

Delia: –Sin gas no pude cocinar y la hornilla tiene fundida la resistencia.

Lázaro: –Entonces, ¿no cenaremos?

Delia: –Pensaba ir por unas pizzas. Hoy están al dos por uno. No quiero descompletar lo que tengo para el gas, ¿me prestas cien pesos?

Lázaro: –Para qué dices que te preste si luego ni me pagas. (Le entrega un billete.) En lo que vas y vienes me echo una bañadita.

Delia: –Pero tendrá que ser con agua fría. Ya te dije que no hay gas.

Lázaro: –¡Puta madre! Cuando no es un problema es otro: en la mañana no había agua, ahora no tenemos gas.

Delia: –No te enojes. Alégrate: Víctor me llamó desde Nueva York y dijo que mañana nos manda trescientos ochenta dólares. Calculo que han de ser como ocho mil pesos. Ya con eso medio que...

Lázaro: –Oye, espérate: ¿le pediste dinero a ese cabrón? ¿Le pediste? ¡Contéstame!

Delia: –No. Él me lo ofreció. ¿Te parece mal que lo haya aceptado? Oye, no me mires tan feo; Víctor es como un hermano para mí.

Lázaro: –¿Y por eso anduviste bien metida con él?

Delia: –No anduve metida; fuimos novios hace mil años. Ni quién se acuerde. (Ve a Lázaro dirigirse a la puerta.) ¿A dónde vas?

Lázaro: –A mear, ¡ni modo que a Nueva York!

II

Lázaro (de regreso en el cuarto): –Y ese güey, el Víctor, ¿por qué te llamó?

Delia: –Cuando hablaron él y su hermana Concha, ella le contó que mi papá había muerto en junio y Víctor le pidió mi número de teléfono para darme el pésame. Lo hizo. Le conté que la enfermedad de mi papá había sido muy complicada y dolorosa. Se ve que lo sintió de verdad. Es de buen corazón.

Lázaro: –Tan bueno que nada más por eso te va a mandar trescientos ochenta dólares. Sigo pensando que tú se los pediste.

Delia: –¿Otra vez con lo mismo? Te juro que no. Fue idea suya. Cuando me preguntó cómo estábamos le dije que algo preocupados por la falta de trabajo, y también porque con lo de mi papá habíamos tenido muchísimos gastos y fue necesario pedir prestado. Entonces me dijo que tenía trescientos ochenta dólares guardados, que si los necesitaba podía mandármelos mañana. Con mucha pena acepté y de la emoción hasta se me salieron las lágrimas.

Lázaro: –Ese cabrón ha de estar feliz por eso y porque otra vez se dio el gusto de humillarme. Pero te juro que cuando lo vea le voy a partir la madre.

Delia: –¿Porque quiso ayudarnos? En estos tiempos, dime, ¿quién hace eso? Deberías estar agradecido.

Lázaro: –Con tu agradecimiento es suficiente. (Sentado en la cama mira el piso.) Ese pinche güey siempre me vio de menos. ¿Te imaginas cómo me verá ahora que aceptaste su dinero y sabe que no tengo ni en qué caerme muerto?

Delia: –Víctor no es de la clase de personas que sospechan de todo y desconfían de medio mundo.

Lázaro: –¿Como yo? Eso es lo que quieres decir.

Delia: –No te entiendo. Te doy una buena noticia y en lugar de alegrarte, te enfureces.

Lázaro: –¿Esperabas que me pusiera feliz con tus pendejadas? Ya parece que te oigo decirle: Ay, Víctor, mi esposo me tiene viviendo en un cuarto redondo porque es un miserable que no sirve para nada.

Delia: –¿Por quién me tomas? ¿Cómo crees que iba a decirle eso? Además, no es cierto.

Lazaro (señalando en todas direcciones): Esto es un cuarto redondo, ¿si o no?

Delia: –¿Me he quejado?

Lázaro: –Conmigo, no; con Víctor. (Sonriendo con malicia.) ¿Lo admiras, verdad? Y cómo no, si él vive en Nueva York, gana en dólares, tiene trabajo.

Delia: –Tú también.

Lázaro: –De repartidor de comida. Padre chamba, ¿no? Me pasé dos años buscando trabajo y ese fue el único que pude conseguir.

Delia: –Haces mal en quejarte. Ahorita hay mucha gente que daría cualquier cosa por conseguir aunque fuera eso.

Lázaro: –Me vale un carajo lo que le pase a otra gente. Lo único que me importa es que no vuelvas a humillarme con tus pendejadas.

Delia: –Oye, todo el tiempo has estado diciendo groserías. ¿No puedes hablar de otra manera? También hay palabras bonitas.

Lázaro: –Dime una, porque a mí, con tanta chingadera que me pasa, ya se me olvidaron todas.