l otro día vino a la Ciudad de México, desde San Luis Potosí, Germán Montalvo. Su estancia sería de dos días, pero se hizo un espacio entre sus citas para visitarme. Apenas pasó a la casa, amigo querido de Vicente Rojo que fue, después de un abrazo, muy sentido y muy afectuoso, nos sentamos y empezamos a platicar.
Antes que nada me habló de su amistad con Vicente, a quien se refiere como Mi maestro. Lo empezó a ser en la Imprenta Madero, donde impartía sus enseñanzas únicamente con el ejemplo. ¡Cómo lo incomodaba que nos consideráramos sus discípulos! Pero, así como fue mi maestro entonces, lo siguió siendo hasta el final, y yo seguiré siendo su discípulo hasta el último momento de mi vida.
Ya cerca de la hora en la que Germán debía despedirse, me preguntó si conocía a Xavier Guzmán Urbiola, con quien se iría a encontrar en Tlalpan a las 13 horas. Le dije que el nombre me era familiar; “Colabora en La Jornada”, me precisó; el domingo pasado publicó un artículo conocedor sobre Andrés Casillas
. Ah, sí; lo leí y lo guardé en una carpeta de archivo específica
, comenté. En esta carpeta, a lo largo de los años y de los viajes, he ido archivando información de prensa, de aquí y de allá, notas y noticias de sucesos y acontecimientos que, por diversas razones, me han ido llamando la atención. Y la razón por la que guardé el artículo de Guzmán Urbiola, fue, tanto porque recogía la presencia y la importancia de Andrés Casillas como arquitecto, como porque conozco a Andrés desde hace más de cinco décadas. Entre otros puntos de encuentro que hemos tenido, está el hecho de que construyó la casa de mi hermana y su familia, obra que es característicamente bella. Comoquiera que sea, la conexión con Andrés, nos llevó a recordar a su hermano Martín, con quien, a mediados de los años 60, Germán también trabajó, en Nonotza, la revista de la IBM. ¡Qué casualidad!
, exclamé; a petición de Martín yo hice algunas traducciones para la misma revista
. Ya conocía a Martín desde antes, por amistades comunes, pero lo cierto es que a partir de entonces nos hicimos amigos. Muy a principios de los años 70, Martín asistió al taller de cuento que Augusto Monterroso impartía en el piso 10 de la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el área de Difusión Cultural, y del que yo también fui tallerista. En un momento dado, ya en los años 80, Martín montó una editorial, Martín Casillas Editores, que inauguró en una cena en un salón privado del restaurante San Ángel Inn. Abrió su brindis, ante el grupo de invitados, con estas palabras, Sé muy bien quién es Martín Casillas, pero no tengo idea de quiénes son los editores
, frase que fue acogida con risa y aplausos. Así, en 1982, esta editorial publicó mi primer libro. Pasó el tiempo, y ahora Martín imparte cursos de literatura, especializados en Shakespeare, y, además, los sábados publica en El Informador de Guadalajara, y recoge en una página de Internet que dirige a un número grande de lectores. Y, como es natural, hemos continuado y reforzado nuestra vieja amistad.
La plática con Germán siguió nuestra evocativa y emocionada conversación, que cerró con el intercambio de presentes que nos hicimos. Él, dos obras de un alfabeto entero, y del que para mí reservó la R y la J; por mi parte, les dediqué, a él y a Jacqueline, mi libro más reciente, del que ya tenían noticia, pues asistieron, virtualmente, a su presentación, en la que conversé con Eduardo Antonio Parra, transmisión cuyos patronos fueron Ediciones Era, y la Universidad Nacional Autónoma de Nuevo León, con base en Monterrey.
Cuando Germán se despidió, recordé una observación que leí y que en síntesis sostiene que toda persona que entra en contacto con otra, de algún modo descubre que el otro está conectado con alguien cercano a uno mismo, dato que resulta sorprendente, no sólo porque uno ignorara que esa conexión existiera entre ellos, sino porque tampoco la imaginaba posible.