El documental se presenta en funciones que tendrán lugar en cada etapa del trayecto de Veracruz a la CDMX
Domingo 1º de agosto de 2021, p. a12
6. Primer día. El primer día fue un desastre afortunado. Empezamos mal, llegando mucho más tarde de lo planeado a las dunas de Chachalacas, una mole inmensa de arena que se cierne sobre el golfo, cerca de la Antigua Veracruz donde el propio Cortés fundó la primera ciudad del continente. La escena a rodar era, de hecho, el principio de la película, en la que el conquistador sale del mar en plena armadura, náufrago entre los siglos. Se suponía que teníamos que llegar antes del amanecer para no quemarnos con la luz fulgurante del trópico, pero no nos presentamos hasta varias horas después de que naciera el sol. Por fortuna, esa mañana la costa estaba recubierta por un manto de nubes anacrónicas, pesadas y letárgicas, que nos dieron sombra para trabajar durante muchas horas.
Quizás el universo intuyó que nos hacía falta ese tiempo para vibrar como equipo. Salvo Jano y yo, no habíamos trabajado juntos. Tampoco hubo oportunidad de ensayar nada. Íbamos a arrancar así nomás. Al principio debatimos si había que amarrar a Edu a un mecate para que no se ahogara, pero pronto nos dimos cuenta de que era más probable que se lastimara amarrado, o que incluso se pudiera ahogar en el mar. Por fortuna conseguimos un salvavidas que nos apoyó vigilando a Edu desde detrás de cámara. Hicimos muchas tomas, una y otra vez, con Edu luchando contra la corriente y los zangoloteos de las olas. Acabó exhausto sobre la arena, rasguñado por el peto que le atacaba el cuello, totalmente empapado y recubierto de salitre, pero sano y salvo. Por fin habíamos comenzado.
Fue justo aquí que el propio Cortés se abrió camino al interior de Mesoamérica. Sospecho que siempre tuvo la intención de hacerse del territorio y forzar la mano del rey Carlos I para ganarse un estatus, y que no sospechaba la verdadera dimensión del universo de pueblos y civilizaciones que existían en la región. Para mí, la clave en su camino fue que en Veracruz se hizo de sus primeros aliados, en Cempoala, y de repente multiplicó sus fuerzas. Además, aquí se topó por primera vez con los emisarios de Moctezuma, que con tantos presentes encendieron las fantasías del capitán y su gente. En el argot popular mexicano hablamos de quemar las naves. Cortés no las quemó. Más bien las barrenó después de sacarles todo el fierro, llevándose hasta los clavos. Sin embargo, su apuesta comparte el espíritu de una inmolación. Después de contradecir las órdenes de sus superiores, ya no había marcha atrás, era triunfar o morir.
En nuestro tiempo, agachados junto a la cámara, observamos como nuestro conquistador se pone de pie, busca su casco, se cierne la espada y de inmediato ataca la cuesta de una duna gigantesca. No es el propio Cortés pero tampoco es un don nadie. Avanza con la actitud del que acaba de zarpar la noche anterior desde un nuevo territorio que él mismo ayudó a ganar para la Corona española, con el porte del que tiene cargos importantes y sabe mandar. Sin embargo, en la cima de una enorme duna se encuentra con un objeto insignificante que revienta su lógica en mil pedazos: un pequeño vaso de plástico, una insólita basurita demasiado común y corriente hoy en día, que se pudre sobre la arena.
7. Jorge. Una de las grandes tragedias de la historia de Mesoamérica es la pérdida de muchísimos textos que narraban, en voz de los pueblos originarios, la vida de este universo. Entre las hogueras de la inquisición, la destrucción de los templos y el desgaste de los años, quedan pocos documentos del mundo anterior a los españoles. Si a estos estragos sumamos la censura cultural que ha redactado y borrado a la voz indígena, a la par de eliminar o callar a las voces críticas del régimen en turno, se ha construido un muro de silencio a lo largo de la historia mexicana. En cambio, Cortés y muchos de sus acompañantes sí dejaron una enorme cantidad de textos detallando sus aventuras, a menudo presentando relatos de dudosa veracidad que reforzaban su estatus, que intentaban negociar con la Corona o que buscaban fascinar a sus compañeros. Todo este maridaje de censura se fue cociendo lentamente en mi cabeza hasta que hizo clic con la lista negra de periodistas asesinados en México. ¿Acaso no son ellos nuestros cronistas contemporáneos? Tanto hoy como ayer, seguimos necesitando voces que den testimonio de nuestro presente.
Estas reflexiones las compartí con Jorge, hijo de Moisés Sánchez, un periodista local asesinado en el municipio de Medellín del Bravo. En estos casos, la pregunta siempre es, ¿por qué? Parece absurdo que se ataque con tanta fuerza a un comunicador, dedicado a su barrio, cuyas notas no trascienden a los grandes medios. Pero justamente, es el factor local el que propicia la impunidad y el peligro. Un servidor público se siente ofendido por una nota y de pronto se apersona una bataca de sicarios con órdenes de imponer el silencio, una gavilla que el funcionario sin duda comparte con los cárteles que solapa su propio gobierno. Esto explica que la gran mayoría de los periodistas ultimados en la República sean de carácter local. Desprotegidos, sin la presencia nacional del noticiero vespertino, los van callando uno por uno, con casi plena impunidad.
Después de mucho diálogo, de mucho espacio para escucharnos, Jorge aceptó compartir su dolor con nosotros. Con Edu sentado a un lado mío, nos relató el calvario de cómo levantaron a su padre y luego lo asesinaron, hundiendo a su familia en una niebla de injusticia que perdura a lo largo de muchos años. Comprendí que su padre era un periodista de vocación, con valores, que creía en el poder de informar a su gente. Vivía en un mundo rodeado de necesidad y él tenía que levantar su voz para lograr un cambio. Su familia sigue buscando justicia.
Jorge es parco, de perfil noble y pocas palabras. Su rostro serio deja claro su compromiso con la memoria de su padre. Jugamos con sus hijos, conocimos a su mamá, retratamos su casa y su barrio. En la película, Jorge le regala un cuaderno al conquistador para que escriba la historia de su nuevo viaje. El soldado sigue su camino, altanero y lleno de desprecio. Bajo un mango enorme, el conquistador se admira en un espejo, insolente y orgulloso. Cerquita, entre los matorrales, se encuentra con un caballo suelto, una aparición mágica que logra acariciar por apenas un instante.