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Estómago hambriento no tiene oídos
N

uevamente, regreso a Emmanuel Levinas, discípulo de Heidegger, quien dice en un trabajo que denomina Don Quijote el embrujo y el hambre: la técnica como destructora de los dioses del mundo, de los dioses-cosas, tiene un efecto de embrujo.

Pero la técnica no nos pone a salvo de toda mistificación. Queda la obsesión de la ideología por la que los hombres engañan y son engañados; ni siquiera el conocimiento sobrio, apartado de las ciencias humanas, está exento de ideología. Sobre todo la técnica no protege de la anfibología que yace en cualquier aparición, la apariencia posible se enrosca en cualquier aparición del ser.

Por tanto, el persistente tema del hombre moderno es dejarse embrujar. Según Levinas, Cervantes lo expresa admirablemente. Su Don Quijote tiene en su primera parte como tema central el embrujo, el embrujo de la apariencia que está latente en toda aparición. Tema que había tratado en estas páginas y agrego un nuevo embrujo, los problemas actuales que vive el mundo de nuevo brote de Covid-19.

Cuando Don Quijote se deja embrujar pierde el entendimiento y expresa a todos que el mundo y ellos mismos sufren un encantamiento: Ahora acabáis de conocer, Sancho, hijo, ser verdad lo que yo muchas veces te he dicho de que todas las cosas de este castillo son hechas por vías de encantamiento; en la aventura, Sancho es el único que conserva cierta lucidez y parece más fuerte que su señor.

¿Cómo salir del cerco donde está encerrado Don Quijote, en la incertidumbre del encantamiento?

¿Cómo hallar una exterioridad no especial?, se pregunta Levinas. Sólo en el movimiento que va hacia el otro hombre y es responsabilidad sólo en escala humilde, en la humildad del hambre, donde aparece una trascendencia autológica que comienza en la corporeidad de los hombres.

La naturaleza animal del hombre, considerada como estallido de la epopeya del ser, abre una brecha, una fisura, una salida, en dirección del mas allá, donde se encontraría un Dios distinto de las deidades visibles.

Quizá no exista una sordera que permita escapar a la voz de los afligidos y necesitados. Voces que serían la verdadera ruptura del hechizo. Voces que provocarían otra secularización, cuyo agente sería la unidad del hambre. Un hambre que avanza por el mundo. Un hambre que lenta, pero invisiblemente, avanza en nuestro país. Una secularización del mundo mediante la privación del hambre, cuyo significado sería una trascendencia que empezaría no como primera causa, sino en la corporeidad del hombre. Una trascendencia no ontológica, o al menos que no encontraría ni origen ni medida en la ontología.

La ontología reduce a los dioses visibles. Nos situaría en el lugar de Don Quijote y su encierro laberíntico, si no existiera esa otra trascendencia, dice Levinas.

Todo asombro es poco ante el sordo lenguaje del hambre: estómago hambriento no tiene oídos, sordo a toda la ideología tranquilizadora, a todo equilibrio, no sería más que el de la totalidad. El hombre es en sí la necesidad o la privación que por excelencia constituye la materialidad.

(Dios, la muerte y el tiempo, de Levinas Emmanuel. Editorial Cátedra, Madrid.)