adie puede dudar que la edición 74 del Festival de Cannes fue memorable. Nunca vamos a olvidar todos los filtros necesarios para ingresar a las salas: la cartilla de salud, el boleto, los cubrebocas, el gafete oficial más la inevitable revisión de nuestras personas. Tampoco vamos a olvidar que, a pesar de esas medidas, no se cumplió la sana distancia, pues, al parecer, la aglomeración de personas para ingresar a las funciones es una tradición de Cannes.
El trato de la prensa ha sido contradictorio. Por un lado, se nos ofrecen las facilidades para hacer nuestro trabajo. Por el otro, hay una especie de desconfianza hacia nuestras reacciones. Eso de no poder ver las películas antes de su función de gala, por el miedo a que el público se contamine con nuestras opiniones, ha trastornado el funcionamiento tradicional de Cannes. Ahora hemos sido prácticamente vetados de la gran sala Lumière del Palais, donde antes siempre teníamos la primera función del día. Y se nos ha arrinconado en la pequeña sala Bazin, como para evitar que nuestros abucheos –y aplausos– tengan resonancia.
Ya he mencionado en mis crónicas anteriores cómo desaparecieron los casilleros y los boletines de prensa, junto con los útiles press books. Así también, por la pandemia, las publicaciones especializadas redujeron su presencia. Sólo Le Film Français mantuvo su tiraje diario, mientras que Variety y Screen cerraron labores en el primer fin de semana. El Hollywood Reporter ni siquiera publicó.
Todo hubiera valido la pena si la programación hubiera estado a la altura de las expectativas. Pero la mayoría de los cineastas en competencia no cumplieron con sus reputaciones. Quizá los más decepcionantes fueron el estadunidense Wes Anderson, los franceses Mia Hansen-Love y Bruno Dumont, la húngara Ildikó Enyedi, el italiano Nanni Moretti y el ruso Kirill Serebrennikov, con películas muy por debajo de su nivel habitual.
Por otra parte, el triunfo de Titane ( Titanio) de la francesa Julia Ducournau, apunta a otro fenómeno: la aceptación del cine de género en la competencia de Cannes, cosa que hubiera sido inconcebible en los tiempos de Gilles Jacob como director. Ha sido Thierry Frémaux quien ha abierto más los criterios de selección del festival. Que Titane me parezca grotesca más que inquietante es otra cosa.
Si bien el jurado cometió la pifia de premiar Titane con la Palma de Oro, por otro lado, tuvo el acierto de reconocer a los pocos títulos meritorios en una especie de tómbola de premios (con dos ex aequos). Quizá la única película satisfactoria que resultó ninguneada fue Les Olympiades, del francés Jacques Audiard.
Claro, el Mercado del Film fue el más afectado por la pandemia. La mayoría de los distribuidores, compradores y vendedores de películas se ausentaron de esta edición. Una visita a los territorios del mercado en el primer fin de semana, el más frenético en sus actividades, comprobó el hecho: el sitio era un cementerio, un pueblo fantasma. Hasta tristeza daba ver los stands vacíos. Allí estaba el hueco dejado por el sitio normalmente ocupado por el Imcine.
El siguiente festival de Cannes, su aniversario 75, está planeado para llevarse a cabo de vuelta en mayo. Va a ser todo un reto poder conseguir películas a la altura de la celebración en nueve meses y con la pandemia todavía haciendo de las suyas.
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