l 30 de mayo de 1984, a plena luz del día, el periodista Manuel Buendía recibió cuatro balazos al salir de su oficina en la Colonia Juárez, cosa que horrorizó a la clase política e intelectual de la Ciudad de México. Matar a un periodista todavía era raro y más a un columnista tan famoso y bien conectado como Buendía. Un nuevo documental, Red Privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía?, recién estrenado en Netflix, vuelve al caso y, al hacerlo, reabre una herida que no ha sanado todavía.
En la memoria pública, Buendía era uno de los periodistas más críticos e independientes de México. No obstante, empezó su carrera en espacios conservadores, como La Nación, publicación del Partido Acción Nacional. Luego dirigió La Prensa, periódico policiaco donde se codeaba con políticos de alto rango. Eran los años 50 y 60, cuando el régimen ejercía control sobre la prensa con mecanismos económicos, lo que incluía el subsidio estatal del papel periódico y la publicidad, además de los famosos embutes.
Unos años después, Buendía dejó el periodismo y se hizo director de comunicación del jefe de gobierno del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez. Pronto enfrentó el Jueves de Corpus de 1971, cuando los halcones salieron a las calles blandiendo palos para reprimir una protesta estudiantil. Frente al saldo de golpeados y muertes, Buendía tuvo que sanar la imagen del gobierno. Pero defender la violencia del Estado frente a los estudiantes revoltosos no fue nada nuevo para él. Al ojear sus columnas de 1967 y 1968, se nota a un periodista con poca paciencia para los juniors descontentos, que creía que la fuerza policiaca podría ser un mal necesario (Para Control del Usted
, 15 de marzo de 1968).
Entonces, ¿por qué evolucionaba Buendía hacia posiciones cada vez más progresistas? Es una pregunta que hace el documental, pero no ofrece una respuesta satisfactoria. En 1976, Buendía estableció su columna en El Sol de México, pero a raíz de la censura, cambió de publicación dos veces más en los próximos tres años. A partir de 1979, Red Privada
fue difundida por la Agencia Mexicana de Información en una treintena de periódicos y lanzaba críticas a figuras de alto rango. Por lo mismo, el columnista recibió amenazas de muerte por parte del gobernador caciquil Rubén Figueroa y le vigilaba el grupo de ultraderecha Los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara.
Con mucho sentido, el documental pone énfasis en las revelaciones escandalosas que hacía Buendía, pero él sabía también el valor de callarse. En un episodio, que detallo en mi libro Ciudadanos del esc ándalo , el militante izquierdista y editorialista de opinión Heberto Castillo reclamó a Buendía por no publicar una crítica a los agentes en la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que eran notoriamente las fuentes preferidas de Buendía. En otro momento, a principios de 1982, Buendía exhibió los resultados de su investigación de un multihomicidio que dejó un saldo de 12 muertos. Buendía reveló que el responsable fue el jefe de policía del DF, Arturo Durazo, pero lo hizo sin nombrarlo explícitamente, escribiendo solamente que todo el mundo conoce el nombre del funcionario en cuyo beneficio se ha establecido esta cadena de encubrimientos
. Ejemplifica su estrategia de sembrar información destinada a públicos distintos, tanto a los funcionarios públicos como al lector común y corriente, y de protegerse al evitar la denuncia directa.
El documental hace bien al tratar las contradicciones de Buendía, que hace su caso aún más complejo. En muchos sentidos, Buendía emulaba el poder. Se vestía de dandi y frecuentaba los campos de tiro con funcionarios de seguridad. También era notorio por cargar una credencial de la temida DFS, hecho que significaba identificarse con una organización implicada en la tortura y desaparición de cientos de individuos tildados de disidentes
.
En los días después del asesinato de Buendía, se reportó que los agentes de la DFS fueron los primeros en llegar a la escena del crimen y que subieron a la oficina de Buendía y se llevaron una parte de su archivo. Pronto las investigaciones se enfocaron en el personaje de José Zorrilla, jefe de la DFS y amigo cercano de Buendía, que según las teorías quería prevenir que el columnista revelara los vínculos entre su organización y el narcotráfico. Pero no fue hasta 1993 que lo sentenciaron a 35 años en prisión por el homicidio (al final cumplió 25).
El documental arguye, sin embargo, que Zorrilla calló para evitar que una red de complicidades, la cual involucraba a la CIA y al narcotráfico, se exhibiera. La película conecta el asesinato de Buendía con casos como Irán-Contra y el homicidio del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena. Pero las responsabilidades precisas se quedan inciertas porque ha prevalecido el silencio, aún después de tantos años, y porque la persona que tal vez sepa la verdad, Zorrilla, se niega a cantar
. Entonces, puede ser que el caso siga impune, como tantos otros asesinatos de periodistas.
Sin embargo, hoy no se necesita de una conspiración para matar a un periodista. Y, como señala el documental, la ley de silencio
sigue muy vigente.
* Historiadora, profesora de la Universidad de Washington. Autora de Ciudadanos del escándalo