l 13 de julio murió Mario Álvaro Cartagena López, mejor conocido como El Guaymas. La noticia paralizó a todos aquellos que le conocieron o que al menos habían escuchado su historia ¿Cómo aceptar la noticia de que el hombre que burló tantas veces a la muerte falleció a tan sólo unas horas de haberle visto apoyando a la revolución cubana? ¿Qué hacer frente a su ausencia? ¿Cómo evitar que su vida quede reducida a letras de oro y su nombre se entremezcle con personajes políticos a los que se enfrentó?
Nació en 1952 en Guaymas, Sonora. Desde sus primeros años de vida demostró que las injusticias de la vida cotidiana, mezcladas con la solidaridad, la sencillez, el humanismo y la religiosidad popular son un gran fermento para la acción política radical. Al convertirse en estudiante se incorporó al Frente Estudiantil Revolucionario y posteriormente a la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S) convencido de que la lucha comunista era la única que podía barrer con tanta injusticia y brindar felicidad a los más humildes.
En la LC23S hizo labores de propaganda, apoyó luchas populares, recaudó fondos y fue instructor militar. Fue capturado y preso en el penal de Oblatos, Jalisco, en febrero de 1974. Dos años más tarde se fugó junto a seis compañeros en una increíble hazaña. Con ese escape nos enseñó que con las armas más simples se puede dar un gran golpe y que el Estado no es invencible. Por eso lo persiguieron con tanta saña. El primero de septiembre de 1977 mataron a tres militantes de la Liga incluida Lorena, su primera esposa, quien tenía seis meses de embarazo.
En 1978 fue capturado por miembros de la Brigada Blanca en el Distrito Federal. Le dieron siete disparos. Fue torturado. Lo querían desaparecer y asesinar. Buscaban vengarse de quien junto a sus compañeros, habían declarado la guerra al Estado mexicano. La fuerza de su madre y de Rosario Ibarra lo salvaron. Obligaron a que el Ejército le presentara con vida. Con esto no dio (dieron) la lección de que con organización e intransigencia se puede recuperar un desaparecido. El rescate de El Guaymas resulta esperanzador en un momento en que el país se ha convertido en una gran fosa. Su testimonio es sumamente valioso porque vio con vida, dentro del Campo Militar, a su compañera Alicia de Los Ríos, quien sigue desaparecida. También porque denunció la ejecución extrajudicial de otros guerrilleros detenidos.
En sus dos estancias carcelarias se hizo amigo de sus compañeros de prisión. Con todos ellos fue solidario. Grabó un disco de canciones revolucionarias. En 1982 ganó la libertad y siguió luchando mientras los órganos de seguridad del Estado hostigaban a él y a su familia. Gracias a Raúl Álvarez Garín y a Punto Crítico volvió a la militancia. Más tarde, apoyó con todas sus fuerzas la insurrección zapatista de 1994.
Fue taxista, plomero, mecánico y todo lo que fuera necesario para mantener a su familia. Nunca procuró privilegios que fácilmente hubiese podido conseguir por su historial. Nos enseñó a estar, hacer y ser pueblo, como había dicho antes Lucio Cabañas. Terminó trabajando de tornero en el Metro de la Ciudad de México.
Siempre solidario con las luchas del pueblo nunca dejó de insistir en la importancia de la agitación y concientización. Tomó la experiencia del periódico Madera, el órgano de la LC23S, para insistir en que el trabajo con las masas es fundamental y que los auténticos cambios sociales se logran con la fuerza de la participación consciente de las mayorías explotadas y oprimidas. No tenía una visión militarista, pero tampoco fue un pacifista abstracto. Defendió la violencia popular organizada con fines políticos liberadores como necesaria y legítima. Insistió en comprender la realidad desde la lucha de clases.
En los últimos años de su vida, El Guaymas se dedicó a contar una de las historias más subversivas de los tiempos recientes, la suya. Lo hizo convencido de legar a las generaciones futuras el testimonio de un sobreviviente de los crímenes de Estado, para que no se deje de luchar por la justicia, también su testimonio buscó cultivar la memoria de rebeldía de un pueblo que aún tiene enormes combates por librar.
El Guaymas, quien murió súbitamente por las secuelas de la guerra, nos demostró que los héroes populares se presentan en las formas más sencillas, a veces cargando un cuerpo mutilado, vistiendo ropa sencilla y, sobre todo, con el inconmensurable honor de nunca haber traicionado.
Nos deja como legado que la vida, por más dura que sea, debe de vivirse con alegría. Que lo más reconfortante no está en recibir si no en dar. Que lo más hermoso de la vida se puede encontrar en la militancia subversiva. Que en la firme convicción y voluntad de luchar por un mundo nuevo anidan las formas más bellas y auténticas de amor. En tiempos tan sombríos, las lecciones de El Guaymas nos acompañan en el largo camino por andar.
* Filósofo