Opinión
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La lucha sin final
L

a analogía con los perros de Pavlov fue una idea de José Woldenberg (JW) cargada de emoción negativa respecto de los votantes de la 4T, vale decir, una enorme proporción del pueblo de México. Los humanos en ningún caso se comportan como perros. No lo hacían en tiempos del experimento del fisiólogo ruso, cuando hacía sonar un metrónomo a 100 golpes por minuto (no una campana, como dice JW); hoy tampoco se comportan así, en ninguna parte. Pavlov comunicó sus primeros resultados en 1903 y, desde entonces, ha corrido agua abundante por caudalosos ríos. Sus hallazgos fueron referente para el desarrollo de la sicología conductista y, para los neurobiólogos del presente, todo eso es parte de una historia desencaminada sobre el funcionamiento de la mente humana.

Se sabe, de un modo más provisional que casi en cualquiera otra área del conocimiento –queda mucho aún por entender de la complejidad del cerebro–, que las decisiones humanas son siempre una combinación compleja de interrelaciones entre las que alguna vez Paul MacLean llamara áreas o cerebros, el reptiliano, el sistema límbico y el (neo)córtex, de modo tal que en toda decisión humana están involucrados pulsiones primarias, emociones y pasiones y procesos racionales. Una pasión negra llevó a JW a procesar en el córtex la idea de que unos humanos pueden comportarse como perros.

Quienes votarán el 1º de agosto saben lo que votarán: un señalamiento político masivo que reprueba las decisiones de los ex presidentes, especialmente su carácter de saqueadores del pueblo mexicano. Una reafirmación que aumenta unos granos de arena la determinación popular de hacer comunidad respecto a una causa. Un eslabón adicional en una lucha sin final.

En un enorme número los de abajo viven una vida miserable. Salir de ese infierno es una lucha sin final que exige comunidad de propósitos. Hacer comunidad requiere de ejercicios políticos comunes, como eslabón de esa lucha. Es preciso el trabajo organizativo de masas, y la comunidad de ideas y de objetivos.

La contribución de la izquierda en el propósito de que las masas adquieran conciencia plena de su estar en el mundo, es tarea interminable: viven en un sistema económico cuyo objetivo no es lograr una vida humana para todos. El objetivo de este sistema es la producción de valor y plusvalor, de ganancia y acumulación, de valorización del capital invertido para una acumulación ampliada que asegure la dominación del capital sobre la sociedad en su conjunto. El capitalismo vive de una relación social sustentada en la explotación de la fuerza de trabajo y del saqueo de la naturaleza, lo que demanda consenso social respecto a la clase dominante. Los beneficiarios del sistema buscan sin descanso que nada de lo apuntado sea descubierto y comprendido por los excluidos. Por su parte, los dominados y explotados pueden adquirir esa comprensión en la lucha sindical, ambiental, antipatriarcal, en la lucha permanente por mejores condiciones de vida. Una lucha por un ingreso universal suficiente y sin condiciones puede ser un espacio para comprender los motivos de quienes se opondrían.

Superar el sistema capitalista sigue siendo el mayor objetivo estratégico de quienes luchan por una vida humana digna para todos. Es un objetivo político, que es una razón apasionada. Es, tiene que ser, en todo tiempo presente, el norte a seguir en todas las luchas. Comprender que este sistema tiene un origen y una historia y, por tanto, inexorablemente tiene final, debe animar todas las luchas. En Occidente el orden feudal duró mil años; para quienes lo padecieron debió vivirse como un mundo sin tiempo, sin principio ni final, y fue espantoso. Y tuvo un fin y en diversos espacios y tiempo sociales se vivió la luz de un renacimiento; lo que llegaba era el orden capitalista y una nueva dominación: la explotación del trabajo asalariado. Cerca de tres siglos después, no hay a la vista ningún futuro luminoso; debe haber, en cambio, la certidumbre y la voluntad de salir del túnel capitalista en busca de nuevos mundos que superen el horror del presente, la opresión, la explotación, la exclusión de las mayorías.

La perversión de la corrupción de pudientes existe desde un tiempo inmemorial. Pues ya repartimos nuestra herencia y tú te llevaste robada mucho más de la cuenta, lisonjeando descaradamente a los reyes devoradores de regalos que se las componen a su gusto para administrar este tipo de justicia: es este un pasaje de uno de los más antiguos poemas: Los trabajos y los días, de Hesíodo, señalando a su hermano Perses, a inicios del siglo VII antes de nuestra era. ¿Podrá desaparecer un día ese desenfreno? Tal vez no. Otras lacras, como el engaño interesado –buscar ocultar la estructura social del sistema–, exige de los más una lucha sin final.

Ser el Presidente de todos los mexicanos, no le impide a AMLO adoptar el criterio según el cual, por el bien de todos, primero los pobres. Tampoco debiera impedirle impulsar a Morena por el mejor camino.