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La Narvarte
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sí se refieren los capitalinos a la colonia que se desarrolló en los terrenos de la hacienda que adquirió, a fines del siglo XVIII, un señor de nombre Felipe José de Narvarte y que bautizó con su apellido.

Su historia data de antes de la llegada de los españoles; los pobladores que se establecieron en las fértiles tierras que cruzaba un río la bautizaron como Ahuehuetlán, por el gran número de frondosos ahuehuetes. Tras la conquista se establecieron los dominicos, quienes le agregaron al nombre La Piedad y construyeron un enorme convento con su templo adjunto.

Al paso de los años se creó el pueblo de La Piedad Ahuehuetlán alrededor del conjunto dominico y el río adoptó el nombre de La Piedad. A mediados del siglo XIX, con las Leyes de Reforma, los religiosos se vieron forzados a abandonar el convento, que paulatinamente se deterioró.

La hacienda Narvarte se desarrolló exitosamente hasta que se aceleró el crecimiento de la ciudad, que se volcó sobre los ranchos y haciendas que la rodeaban; así nacieron, desde mediados del siglo XIX, las colonias San Rafael, Santa María la Ribera y Condesa, entre muchas otras.

En la década de los 40 de la pasada centuria comenzó la urbanización de la zona que abarcaba el pueblo de La Piedad Ahuehuetlán y la vieja hacienda; así surgió la colonia Narvarte, que estrenó las nuevas formas arquitectónicas que estaban en boga. Además de vivienda y comercios, se edificó el conjunto habitacional Narvarte, que se pensaba fuese el primero de varios para dar alojamiento digno a la creciente población.

También se construyeron edificios públicos para albergar instituciones recién creadas y que mostraban la estética de la nueva arquitectura mexicana, la cual combinaba las formas funcionalistas de moda con la modernidad y el nacionalismo posrevolucionario.

Un buen ejemplo es la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, que realizó el mismo equipo de arquitectos que diseñó Ciudad Universitaria: Carlos Lazo, Augusto Pérez Palacios y Raúl Cacho. El exterior y el interior del monumental edificio tienen murales y esculturas de artistas como Juan O’Gorman, Francisco Zúñiga, Guillermo Monroy, Arturo Estrada y José Chávez Morado. Los temas que se resaltan son la historia del país y el enaltecimiento de la identidad nacional.

Tristemente esta obra soberbia, que tuvo afectaciones fuertes durante el temblor de 1985, con el de 2017 sufrió daños severos que requieren su demolición, aunque se prevé rescatar los murales y esculturas.

Otra obra pública destacada fue la reconstrucción del parque deportivo del Seguro Social, que se inauguró en 1928 y se llamó Estadio Delta, pero en 1955 debutó ya como propiedad de la institución.

Tres años antes, el río de La Piedad que cruzaba la ciudad de este a oeste, fue entubado y sobre él se construyó una gran avenida. Y sigue la modernidad en la Narvarte; ahora el viejo estadio es el centro comercial Parque Delta.

Es poco conocido que en la calle Matías Romero se encuentra una de las obras arquitectónicas de vanguardia del siglo XX: el templo de la Medalla Milagrosa, que diseñó el notable arquitecto Félix Candela, quien desarrolló un novedoso sistema constructivo llamado el paraboloide hiperbólico, cuya base es una delgada superficie de hormigón que le permitía crear cubiertas que tenían una gran ligereza que hizo que se les conociera como cascarones. Aquí se puede apreciar su genialidad.

Fernada Escárcega, en su Breve historia de la Narvarte, cuenta que la presencia de enormes palmeras que embellecen los camellones se debe al gusto especial que tenía el presidente Miguel Alemán por California y que, buscando dar un toque de Beverly Hills a la Ciudad de México, mandó sembrar corredores de esos árboles en diversas zonas.

Otro atractivo de esa colonia es su oferta gastronómica: tiene de todo, pero las taquerías son su fuerte. Para muchos la reina es Juan Bisteces, en avenida Universidad esquina Petén. Nació hace 36 años en el taller mecánico del ingeniero Juan Blanco, quien tuvo la idea de que, al anochecer, tras cerrar su negocio, colocar un puesto de tacos. Tuvo tal éxito que se amplió al otro lado de la calle, pero sus clientes habituales le pidieron que dejara vivo el original que da servicio toda la noche. De cuatro trompos gigantes los hábiles taqueros le preparan sabrosos tacos al pastor en un tris. Se los come parado o en su coche, después de la farra, ya en la madrugada; dicen que es una bendición revivir con tacos y salsa picosa.