Número 164 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Vacunas: entre la esperanza y el negocio

UNA EXPERIENCIA DE VACUNACIÓN EN SAN MARCOS, MICHOACÁN

Victoria Pérez.

“Me vacuné por si acaso”

Verónica A. Velázquez Guerrero

Las hermanas Victoria y Fidelina Pérez viven en el pueblo de San Marcos, una comunidad de 522 habitantes (INEGI 2020) perteneciente al municipio de Uruapan y localizada a 19 km de distancia de la cabecera, aunque la vida cotidiana de esta localidad está más ligada al pueblo cercano de Taretan. Geográficamente es una zona de transición entre la Meseta P’urhépecha y los valles de la Tierra Caliente, un paraíso tropical para la producción de limón, mango, guayaba, entre otros frutos, gracias a su abundante agua y a sus microclimas. Históricamente esta región fue sede de grandes haciendas cañeras, con plantaciones introducidas por frailes agustinos desde el siglo XVI cuyo modelo de organización agrícola permaneció hasta el reparto agrario en la tercera década del siglo XX (Salmerón, 1984). En la actualidad la propiedad ejidal y privada coexisten bajo un sistema agrícola diversificado que se ve presionado por el avance de los monocultivos de exportación: frutillas y aguacate.

En San Marcos, un pueblo de campesinos, la vacunación representa la oportunidad de seguir con la vida cotidiana, pues hay un constante riesgo de contagio ante la interacción con trabajadores de empaques y comercializadoras que llevan los productos a toda la república. La movilidad de los jornaleros y agricultores microempresarios es constante, por lo que la vacunación significa la seguridad para ese sector que en la pandemia nunca ha parado para proveer los alimentos que llegan a nuestras mesas.

Victoria Pérez no tiene tierras en San Marcos pues recién se mudó con su hermana cuyo esposo es ejidatario y poseedor de huertas frutales. Hasta hace un año, Vico, como le dicen de cariño, se había dedicado a “lavar ropa ajena” en Uruapan, donde tiene un pequeño cuarto de madera en una vecindad en las periferias de la ciudad. La pandemia del Covid-19 hizo sus estragos en esa colonia entre abril y junio del año pasado, Victoria recuerda que su vecino “el de la tiendita” murió abruptamente en casa, sus familiares pensaron que fue una gripe que se sumó a sus problemas cardiacos, pero la doctora que visitó un día antes de morir, señaló que la prueba PCR que le entregó el laboratorio dio positivo para la enfermedad Covid-19. La negación ha sido una constante en la región, las familias no quieren que se relacione la muerte de sus seres queridos con el virus dominante a escala planetaria. En otra casa cercana a esa vecindad, una familia que no creía en la enfermedad y que por necesidad no guardó la cuarentena de aquellos meses, fue víctima de la misma, primero enfermó y murió el hijo, al mes la hija y finalmente la madre. Vico asistió a los velorios de los hijos, pues aún entregaban a los fallecidos de cuerpo presente; se atribuyeron más casos de contagio a las velaciones y la madre de familia fue cremada. Cuando le pregunto a Vico ¿cómo se siente desde que se mudó a San Marcos en enero de 2021? Dice estar feliz, porque con el aire fresco que corre por el monte no se escucha del virus. No cree estar en peligro, pero ha decidido ir aplicarse la primera dosis gratuita.

Vico está nerviosa porque llegó su turno, durmió poco y le sudan las manos, ha escuchado que con la vacuna del Covid-19: “nos quieren controlar” y “quieren matar a los que están viejitos”. Sin embargo, cuando el médico local le comentó a su hermana Fidelina que debía vacunarse porque es población vulnerable debido a la diabetes y a la edad, Victoria decidió que se aplicaría la inyección “por si las dudas”. Ha llegado el día, le toca al apellido Pérez y con calma desayunan Vico y Fide para ir bien preparadas a la clínica del IMSSS de Taretan; una semana antes se enteraron de la vacunación por la estación de radio “La Poderosa”, que Vico escucha todas las mañanas mientras barre el patio. A eso de las 9:00 am llegan a la clínica, y encuentran una fila de alrededor de doscientas personas, tienen duda de si las van a vacunar con su credencial del municipio vecino, pero no tienen prisa, llevaron sillitas y esperan pacientes. El joven que las orienta se da cuenta que no se registraron online y por su credencial de elector ve que su domicilio no es del municipio, pero les dice “aquí no se puede rechazar a ningún adulto mayor, ¡las van a vacunar!” A la 1:00 pm las hermanas pasan a recibir la vacuna, las sientan en sillas separadas y en media hora están listas para ir a casa. Ninguna tiene reacciones secundarias. Para Vico la vacuna representa estar más protegida cuando vaya a Uruapan a visitar a su nieta pequeña y para Fidelina significa una esperanza de vida. •