Elsa Aguirre, la seductora personalidad del cine mexicano
Cuán entrañablemente me dolía arrancarme mis ojos de sus ojos, que ataba con cadenas de cristal mi feliz vasallaje de mirarle
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Gilberto Owen, Adiós
n septiembre de 1930, en la ciudad de Chihuahua, nació una niña a la que cariñosamente apodarían Negrita. Hija del militar Jesús Aguirre y de Ema Juárez, integró un feliz nido de seis hermanos. Viviendo en la frontera con Estados Unidos en tiempos de la Gran Depresión, las cosas no tenían buen color para la familia, por lo que los padres tomaron la decisión de moverse a la Ciudad de México. La búsqueda de otro porvenir no fue ningún cuento de maravillas en los primeros años, con los hijos laborando en diferentes oficios, pero, con la primera mitad de los años 40, florecía en forma importante la industria cinematográfica nacional; ahí llegaría la Negrita, quien quedaría como una de las máximas figuras de nuestro cine con su propio nombre: Elsa Aguirre.
Yo no soy esa
A los 13 años padeció brucelosis, la llamada fiebre de Malta. Con agobio por fiebres y dolores intensos, bajo peso, sin avisos de recuperación y hasta pérdida de pelo, parecía que sus días estaban contados, pero Elsa pudo reponerse y se convirtió pronto en la más alta de sus hermanas. Cuando tenía 15 años, la empresa productora Clasa Films lanzó una convocatoria de belleza, en busca de figuras femeninas para sus próximas películas, en especial una producción inmediata: El sexo fuerte (1945). Doña Ema llevó a sus tres hijas a la competencia. Precisamente, las hermanas Aguirre obtuvieron los tres primeros lugares: Hilda, Alma Rosa, con Elsa como la ganadora. La joven recibió un contrato por tres largometrajes y se puso a las órdenes de Emilio Gómez Muriel, realizador de la cinta.
Su segunda cinta fue El pasajero diez mil (Miguel Morayta, 1946), de mediano impacto, pero la tercera película del contrato no se concretó. Sus padres estaban molestos porque doña Ema, haciendo de representante de las hijas, no era bienvenida en los rodajes. No le permitieron ingreso al set durante la filmación de esta película, por lo que habló con su esposo, quien se presentó en Clasa Films para romper los contratos. Elsa no lo padeció, ya que no se veía a sí misma con larga carrera en el cine; por el contrario, se sentía feliz de volver a estar tranquila en casa. Pero nadie en su hogar sabía lo que los productores pensaban: podía ser una estrella.
Para fortuna de su porvenir y del cine mexicano, el reconocido realizador Julio Bracho la buscó para protagonizar Don Simón de Lira (1946). Ahí trabajó con dos estrellas del medio: Joaquín Pardavé y Manuel Medel. La joven mostró tener alma y dotes que eran consistencia de una actriz, más que sólo un bello rostro y una figura atractiva. Con el tiempo, Elsa viviría dramas propios por la forma en que se metía en sus personajes. Pasaba desesperación cuando la tensión dramática se iba con ella del set. Yo no soy esa
, le dijo alguna vez a su madre viéndose en la pantalla. La transformación podía ser sutil ante el magnetismo de su encanto, pero los matices son visibles para cinéfilos y críticos. Maduró como actriz, se consagró como intérprete y dejó para las anécdotas del espectáculo las comparaciones con María Félix.
Flor de azalea
Como otras divas, Elsa fue inspiración y razón de argumentos, producciones y hasta un clásico musical: Flor de azalea, la pieza que le compusieron en 1949 Zacarías Gómez Urquiza y el maestro Manuel Esperón. Los versos buscan la esencia de su personalidad, con letra ausente de sesgos biográficos y sí con una adoración extrema. Los autores reúnen el galanteo perenne de los seguidores y son invitación a la felicidad absoluta, como si el personaje escapara de los sufrimientos de la pantalla para tener la sonrisa plena fuera del cine.
“Tu sonrisa
refleja el paso de las horas negras,
tu mirada,
la más amarga desesperación.
Hoy para siempre,
quiero que olvides tus pasadas penas
y que tan sólo tenga horas serenas tu corazón”.
La canción fue éxito de uno de sus más arrebatados enamorados: Jorge Negrete. El noviazgo entre ellos (iniciado con la filmación de Lluvia roja, René Cardona, 1949) no caminó por la visión de un mundo distinto, esencialmente por su gran diferencia de edades. Poco después de que su relación terminó, fue que Jorge y María Félix se hicieron pareja. Flor de azalea no lleva su nombre en ninguna línea, pero Elsa y los mundos del cine y la música, siempre supieron que esa canción era ella.
Una villana para la historia
Con apenas unos años de carrera, Elsa logró un portento con su trabajo Ojos de juventud (1948), donde interpreta a Raquel Herrera, seductora vampiresa de vida difícil en los subterráneos arrabaleros de la gran ciudad. Con guion de Mauricio Magdaleno, fotografía de Raúl Martínez Solares, música de Manuel Esperón, realización de Emilio Gómez Muriel y un estupendo elenco (Miguel Ángel Ferriz, Pedro Vargas, Tito Junco, Fernando Casanova, Martha Roth), la película marcó su carrera de mujer fatal, capaz de transmitir una gran malicia, jugando con los hilos para encantar o herir a su enamorado en turno, en este caso el bondadoso veterano don Pascual (Joaquín Pardavé), el hombre que la ayuda en los momentos crudos y pone todo para conquistarla y hacerla feliz, mientras ella tiene otros propósitos.
Muchas películas mostraron esa refinada frialdad en varios personajes, como también las otras facetas de Raquel, en constante cambio: cariñosa, serena, desesperada, cruel, con una personalidad férrea, dominadora, conocedora de su impacto erótico. Elsa Aguirre dijo que las vampiresas que interpretó formaron una idea en la gente, por lo que su sencillez sin personaje a veces desconcertaba a quienes le conocían. Era una regla de casa extendida para ella como figura del cine: no dejar de ser quien era. Es una línea sencilla pero un reto importante en una esfera que descarrilaba fácilmente a sus jóvenes figuras y su fulgurante ascenso.
El adiós de Hugo
Elsa tuvo tres matrimonios. Primero se casó con el periodista Armando Rodríguez. No por decisión de su pareja, sino por convicción personal, Elsa se retiró del cine para dedicarse a su vida de casada, más aún con la llegada de Hugo, su único hijo. Fueron siete los años que la actriz se ausentó, para impacto de sus seguidores y pese a las generosas ofertas por regresarla a la pantalla. En un punto decidió que el cine seguía siendo su mundo y estaba más serena y en condiciones de volver. Lamentablemente, su entorno personal no era el mejor: su marido se alejó y nunca más volvió a ocuparse de su hijo. La marquesina seguía aguardándola y ella volvió al estudio de los libretos. Con experiencia de vida y conocimiento previo, regresó mejor que nunca para transmitir su sensualidad, pero también otra firmeza, bien capturada por los múltiples cineastas que la dirigieron, que en el conjunto de su trayectoria reúne nombres como los de Roberto Gavaldón, Emilio Indio Fernández, René Cardona, Miguel M. Delgado, Rogelio A. González, Sergio Véjar, Ismael Rodríguez y Raúl de Anda.
Elsa repitió la fórmula con sus dos matrimonios siguientes con José Bolaños y Rafael Estrada: privilegió la vida en casa por sobre la cumbre fílmica. Sus breves retiros caminaron paralelo a sus rompimientos maritales, pero ningún dolor como el que tuvo cuando su hijo, Hugo, falleció, apenas con 30 años de edad. Durante un tiempo no quiso saber nada ni hablar con nadie, pero la disciplina del yoga, el abrazo familiar y el impulso propio, la hicieron erguirse para volver a su sitio. Lo expresado en muchas entrevistas a lo largo de los años, puede concentrarse en una frase: Mi hijo ya estaba en otra parte, mucho mejor y Elsa debía seguir
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La eterna elegancia
Elsa Aguirre grabó un disco, hizo siete obras de teatro (con reconocimiento crítico especial por las piezas Corona de amor y muerte, de Alejandro Casona, y por La dama de la luna roja, de Hugo Argüelles), radio, cabaret… para todo tuvo propuestas extensas, éxitos que le atrajeron premios, la posibilidad de ir a Hollywood, de hacer giras… ella prefirió ser consistente en el cine, hacer algo de televisión (telenovelas, en especial Lo blanco y lo negro, con Ernesto Alonso, en 1989) y retirarse con una huella seria en dos populares largometrajes de Antonio Aguilar: La muerte de un gallero (Mario Hernández, 1977), y Albur de amor (Alfredo Gurrola, 1979). Es curioso que fuera El Charro de México quien la despidiera del cine, cuando fue él quien la coronó muy jovencita como Reina de la Primavera, un cetro que la lanzó con otra estatura en el medio del espectáculo, antes de su primer protagónico en el cine.
Con la eterna elegancia y la amabilidad que la distinguieron, Elsa concentró todo tipo de homenajes, pero no cedió a la tentación de aceptar cualquier proyecto. Prefirió su alejamiento discreto de las cámaras, ya que nunca se retiró oficialmente. La actriz ha sugerido que un día, cuando algo interesante toque a su puerta, podría volver, como quien sabe que siempre será más vida que leyenda.