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Ver día anteriorDomingo 18 de abril de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Puntos sobre las íes

Recuerdos // empresarios

S

alí del palco, bajé al callejón.

–Enhorabuena –era el ganadero don Remigio Tibot–. Al toro le hemos cortado la cabeza para conservarla.

–Enhorabuena, Conchita, era Enrique García Oviedo, buen aficionado sevillano.

La presidencia negó la oreja. Yo estaba detenida y, además, no había estoqueado al novillo.

Mas el público rugía. Era la auténtica fiera, la verdadera, la terrible, la única. No podía reanudarse la corrida con semejante bronca. Los alguaciles fueron al desolladero y me trajeron las orejas y el rabo. Di dos o tres vueltas al ruedo. Perdí la noción exacta de todo.

La lidia ordinaria se inició. Toreaban Manolo y Antonio. Me brindaron; cortaron orejas.

Mas en el tercer toro la gente, fiel a su promesa, seguía gritando. Salí del palco, bajé al callejón.

–¡Queremos que la perdonen! Perdón, perdón ¡Si te llevan a la cárcel, vamos por ti. Perdón! Me prometían a voces desde los tendidos. Perdón.

Se interrumpió la lidia.

Vimos agitación en el palco de la presidencia. Bajó un alguacilillo y entró en el ruedo. La protesta le ahogaba. Pidió silencio.

-El señor gobernador, dijo, ha perdonado a la torera.

La ovación fue tan ensordecedora como antes lo fuera la protesta. El señor del sombrero gris se levantó y desde su palco, quitándose el sombrero, en profunda reverencia, me saludó con un gesto quijotesco. Respondí desde la arena, con una sonrisa y una flor.

Y al rato se lidiaban los restantes novillos. No iría a la cárcel. En los sueños pasaba siempre algo así.

Terminada la corrida, me llamaron nuevamente al ruedo. Avancé, quería agradecer.

Desde los medios de la arena –donde hacía tan poco me hablaba el toro colorado– miré profundamente a mis tendidos bien amados. Respiré muy hondo, suspiré quizás. Después, con un ansia jamás olvidada, abandoné el ruedo.

Atravesando la plaza hacia la puerta entreabierta del patio de cuadrillas, pensé en los amigos que nunca conocieron aquel momento.

A mis pies, desde el umbral de la temible puerta, cayeron flores como rubíes o como gotas de sangre, sobre la dorada arena.

Fue un sueño en una tarde de otoño.

Y hoy, nueve años más tarde, me preguntó: ¿Habrá sido un sueño lo de Jaén ¿ ¿O será que he vivido soñando toda una vida?

Conchita, un don del cielo fuiste y seguirás siéndolo.

¿Quién como tú?

(AAB)