Opinión
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La muestra

Sobre lo infinito

U

n sacerdote asiste consternado a un consultorio médico para manifestar, entre otros trastornos, el malestar que le provoca haber perdido la fe. ¿Qué se hace cuando se pierde la fe?, le pregunta a la secretaria del doctor. Ella le responde con impasibilidad burocrática: Lo siento, pero ya estamos cerrados. La inquietud se le vuelve al cura algo cada vez más punzante, al punto de provocarle pesadillas en las que se imagina como un Cristo azotado por las calles o en situaciones como presentarse ebrio ante sus feligreses luego de abusar de ese vino que es la sangre del salvador. Estas imágenes recurrentes integran algunas de las viñetas que con característico humor seco ofrece el realizador sueco Roy Andersson en Sobre lo infinito ( About Endlessness, 2019), su película más reciente. Quienes hayan disfrutado la ironía cáustica de los breves relatos incluidos en cintas anteriores suyas como Canciones del segundo piso (2000) o Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014), estarán ya familiarizados con la estética y contenidos del trabajo de este maestro escan-dinavo del absurdo, con sus desoladores paisajes urbanos por los que se desplazan, de modo mecánico, personajes extremadamente pálidos, con rostros casi enharinados, que hacen siempre gala de inexpresividad o de una total indiferencia.

En esta ocasión una voz femenina en off introduce cada una de las nuevas viñetas, a la manera de una narradora de cuentos fantásticos. Este procedimiento confiere mayor agilidad al relato, estableciendo entre las anécdotas un hilo conductor coherente, fácil de seguir. Se trata de escenas muy breves, cuadros vivientes ( tableaux vivants) que combinan la teatralización y la pintura, y que ilustran el tema dominante en la cinta: la incomunicación entre los seres humanos y su desamparo en un mundo apocalíptico. Este drama de la soledad, vivido de modo individual, pero que también afecta a una colectividad entera, lo muestra la película en esa intensa desazón que invade a un hombre maduro cuando, al cruzarse por la calle con un antiguo compañero de colegio, se percata de que ese personaje no olvida todavía una afrenta del primero y su rencor sigue hasta la fecha inalterado e inflexible. En otra viñeta se alude a la soledad de un grupo de soldados derrotados que, bajo una nevada inclemente, se dirigen cabizbajos hacia un campo de prisioneros de guerra en Siberia. Un hombre extraviado ante las puertas de un restaurante, una mujer abandonada en una estación de trenes, la pública y absurda agresión a una esposa por parte de un marido que la adora, la inútil súplica de clemencia de un preso ante un escuadrón de fusilamiento, o el derrume moral de oficiales nazis en el bunker de Hitler. En medio de este caleidoscopio de instantáneas desoladoras, aparece en el cielo, como una imagen a lo Chagall, la última pareja romántica que sobrevuela una ciudad totalmente en ruinas. Roy Andersson se desembaraza así de todo el yeso de sus personajes solitarios y sus ciudades frías, para librarse a lo que pudiera ser, hasta hoy, la mejor de todas sus fantasías de artista.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12:15 y 17:15 horas.