Las liberaciones de los tres cultivos genéticamente modificados más abundantes en México (maíz, algodón y soya) tienen consecuencias inesperadas que perjudican a la mayoría de sus habitantes. Ya no es cuestión de predicciones científicas basadas en teorías sólidas, ahora, podemos avanzar utilizando nuevos resultados que demuestran las consecuencias ecológicas y evolutivas de esos cultivos y también podemos evaluar el cambio entre las oportunidades que tuvimos para usar, admirar, proteger y obtener beneficios de la biodiversidad y las que dejamos de heredar a las siguientes generaciones a causa de los cultivos de organismos genéticamente modificados (OGM).
¿Qué son los cultivos genéticamente modificados? aquellos cuya información genética se ha alterado de manera artificial en laboratorios. En el caso de los transgénicos se agregan fragmentos de material genético provenientes de otros seres vivos como bacterias, virus, hongos, plantas o animales. Los OGM tienen, por tanto, nuevas combinaciones de material genético funcional que les otorgan nuevas características. Sin embargo, se producen a partir de muy pocos organismos parentales, lo que reduce dramáticamente su diversidad genética y biológicamente los hace vulnerables a cualquier situación adversa, aunque comercialmente esto favorece la venta de productos uniformes en los mercados.
Con los cultivos transgénicos prometían inicialmente disminuir el uso de plaguicidas para bajar la contaminación, ahorrar agua y terminar con el hambre aumentando el rendimiento aun en condiciones de sequía. Pero hasta ahora, los beneficios son en primer lugar para las empresas que producen las semillas transgénicas y las grandes cantidades de productos que requieren como los herbicidas glifosato, glufosinato y el dicamba, después para las personas empresarias que manejan los cultivos, pero con dependencia de las semillas y su paquete tecnológico. Este modelo agroindustrial no atiende problemas de fondo como la distribución y el desabasto de alimentos, ni se ocupa de los efectos que produce fuera de sus áreas de siembra.
En 2001 fue publicado el primer artículo sobre la presencia de transgenes en maíces nativos y se ha confirmado desde entonces, con análisis hechos por instancias gubernamentales y reportado en más de 15 publicaciones científicas. Los resultados de la primera investigación en algodón que confirma el escape de transgenes de los cultivos GM a las poblaciones silvestres, se publicaron hace diez años, seguidos por trabajos que muestran el aumento en su distribución (ver https://www.biodiversidad.gob.mx/genes/divGenAlgodon). Como solo es posible identificar estos transgenes en laboratorios, para eliminar las plantas afectadas se requeriría muestrear a toda la población, algo que resulta prácticamente imposible. Debido a esto, generación tras generación los transgenes se siguen heredando.
Una regla fundamental es que, a mayor diversidad en el cultivo o especie, se tiene más probabilidad de sobrevivir. Las plantas, por ejemplo, tienen más estrategias ante cambios climáticos y presencia de plagas por tener defensas naturales contra sus enemigos como artrópodos, virus y bacterias. Con mayor diversidad se pueden satisfacer futuras ideas para su utilización, como nuevos platillos, formas de cocción, sembrar junto a otros cultivos, en lugares diferentes o proponer nuevas técnicas de manejo. Sin embargo, las ventajas que pueden ofrecer las poblaciones de algodón y los maíces nativos están mermadas. Su aprovechamiento ahora debería hacerse con las plantas que quedan libres de transgenes y, aunque aún son abundantes, se debe evitar que continúen llegando transgenes, que aumenten sus frecuencias y con ello aumente el menoscabo en la biodiversidad.
Diez años después de que se reportó la presencia de transgenes en poblaciones silvestres de algodón, sabemos que en las plantas se mantienen las funciones adquiridas por los transgenes, incluso sin que estén presentes el glifosato o la plaga para la cual fueron diseñadas. Además, cada una de esas modificaciones está generando afectaciones ecológicas y evolutivas, forzando el inicio de una nueva etapa en la que se necesitan mitigar las causas y consecuencias para evitar mayores daños.
Las plantas de algodón silvestre reaccionan cuando son atacadas por una oruga u otro herbívoro. Por ejemplo, llaman a insectos defensores como las hormigas mediante señales diversas como producir néctar en las hojas y así las atraen. Sin embargo, esa función está modificada en plantas silvestres de algodón con transgenes en la Península de Yucatán. El algodón que tolera al glifosato perdió la capacidad de dar esta recompensa y las plantas con transgenes que resisten a plagas parecen recompensar a las hormigas todo el tiempo, sin trabajar a cambio del néctar. Así, la relación entre hormigas y plantas se está alterando, con muchas otras consecuencias que van escalando desde las plantas, sus comunidades y ecosistemas. Alguna vez se dijo que los transgénicos no hacían daño, pero sin haber investigado. Ahora que se investigó especialmente para saber si había consecuencias, los efectos adversos ya no se pueden negar (para más información ver la publicación científica https://rdcu.be/cidED).
México es un país muy rico en oportunidades de uso de la diversidad agrícola. Esto genera ventajas que son mantenidas por las personas que cultivan con diferentes técnicas, motivaciones y saberes, en todos los ambientes. Las oportunidades y ventajas implican que las soluciones a los retos de cada lugar se pueden encontrar dentro del país. Lamentablemente se valoran más las estrategias que vienen de afuera y, desde hace 25 años, México optó por comportarse como un país sin oportunidades ni respuestas en su agrobiodiversidad, incluso a costa de perjudicar las actividades de las personas que la han conservado, con el riesgo de interrumpir los procesos que la originaron y mantienen, como la guarda y el libre intercambio de las semillas. Por estas decisiones pagamos todos de varias maneras.
El 100% de la semilla comercial de algodón fue sustituida por semilla genéticamente modificada. Los productores de algodones nativos, en su mayoría de pueblos originarios, están en riesgo y preocupados de que sus semillas den positivo a la presencia de transgenes, lo cual tendría fuertes implicaciones culturales, sociales, económicas y biológicas, ya que además de perder la oportunidad de beneficiarse al guardar y mejorar sus semillas año con año podrían ser demandados. Por otro lado, en los ecosistemas costeros del país se requiere mitigar los efectos ecológicos con altos costos de remediación. La regulación en el tema de bioseguridad de los OGM compete a varias instancias de gobierno, además de requerir proyectos de investigación como el que arrojó los resultados mencionados.
Este costo es ahora inevitable debido a las decisiones tomadas hace 25 años, cuando había suficiente información que señalaba el error de liberar OGM de maíz y algodón en su centro de origen y diversidad. Hoy comprobamos que la información era certera, que los problemas que se producen son irreversibles, costosos y evitables. También sabemos que la conservación de la agrobiodiversidad mexicana deja la puerta abierta a soluciones para futuros problemas, pero es necesario actuar ahora. Tal es el caso del algodón donde aún se pueden recuperar, generar e incentivar cultivos que permitan producción sin afectar los derechos, el patrimonio y el futuro de los demás habitantes del país. Es fundamental identificar aquellas políticas que atentan contra el bien común y proponer alternativas, investigar soluciones, evaluar sus resultados, multiplicar lo funcional y evitar repetir los errores que nos han llevado a heredar una diversidad deteriorada. •