"La Jornada del Campo"
Número 163 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Felipe Carrillo PuertoFelipe Carrillo Puerto

EditorialLa Soberanía Alimentaria según Felipe Carrillo Puerto

Desde fines del pasado siglo el concepto Soberanía Alimentaria es demanda central de los pequeños productores de La Vía Campesina que enlaza a labriegos de todo el mundo y en México del Movimiento Campesino, Indígena y Afroamericano “Plan de Ayala Siglo XXI”. Es también eje de la política agropecuaria de gobiernos progresistas como el de López Obrador.

El planteamiento revira a las recetas neoliberales que desde hace 40 años impulsaron una apertura comercial indiscriminada por la que muchos países perdimos la autosuficiencia alimentaria en básicos y también una reacción al contenido pobre que organismos multilaterales como La FAO le dan al concepto de seguridad alimentaria.

La idea, que se asocia con el derecho a la alimentación y complementa otras soberanías nacionales como la energética, es emergente y poderosa. Aunque no es nueva pues ya se planteaba hace poco más de un siglo en términos muy semejantes a los de ahora. Veamos lo que el yucateco Felipe Carrillo Puerto proponía a los asistentes al Primer Congreso Obrero Socialista realizado en Motul, entre el 29 y el 31 de marzo de 1918:

En la vida económica de todos los pueblos debe procurarse ante todo que los elementos de primera necesidad no sean importados. Y dado que ahora casi todo lo traemos de fuera, debemos preocuparnos porque nuestro suelo produzca cuanto consumimos, porque de esto depende la salvación de Yucatán.

El Partido Obrero Socialista, después Partido Socialista del Sureste, y las Ligas de Resistencia fueron las organizaciones políticas y sociales que hicieron posible la revolución maya peninsular. Profunda mudanza cuya fase más radical tuvo lugar entre 1917 y 1923, período en que Felipe Carrillo Puerto lidereó el Partido y las Ligas y luego gobernó por dos años el estado de Yucatán, hasta enero de 1924 en que fue asesinado por golpistas financiados por la oligarquía henequenera.

Dos eran las obsesiones de Carrillo Puerto compartidas por el Partido, las Ligas y el pueblo maya: la restitución de las tierras usurpadas a las comunidades y el regreso al maíz desplazado por el cultivo del henequén. Primero mediante ocupaciones y después a través de las restituciones formales que se realizaban todas las semanas en los Jueves Agrarios, alrededor de 700 mil hectáreas pasaron a manos de poco más de 35 mil familias. Y la consigna era que esas tierras recuperadas se emplearan en cultivar alimentos. En un artículo titulado El nuevo Yucatán que se publicó en abril de 1924 cuatro meses después de su asesinato, Carrillo Puerto explica su proyecto de recuperación de la soberanía alimentaria.

La consecuencia más inmediatamente obvia y difícil de alcanzar por mi gobierno es la diversificación de los cultivos, como resultado de la distribución de los ejidos.

Yucatán ha sido por muchos años un estado monocultivador. Todo nuestro esfuerzo se ha ido en el cultivo del henequén. Los grandes terratenientes se han limitado a esta sola industria y se ha rechazado todo lo demás. Cosas que podríamos producir en Yucatán están siendo importadas. Una de las razones que lo explican es que es más fácil administrar una plantación de un solo producto que tiene asegurado el mercado. Otra razón es que la importación de comida para dar a los indios pone a éstos en desventaja mayor a que si ellos mismos la produjeran en su casa.

Hasta hace cuatro años importábamos todo lo que comíamos. Frutos que pueden ser fácilmente producidos en Yucatán eran traídos de fuera. Importábamos maíz, que es la principal comida del indio; importábamos pollos y huevos. Ahora cosechamos el maíz que necesitamos y cosechamos algunos otros comestibles, incluso para exportar una pequeña parte de ellos. En lugar de importar leche enlatada, estamos propiciando la importación de vacas. Cosechamos, pues, nuestros propios frutos; y esperamos que pronto cada población será sostenida por lo que producen sus propias tierras.

Este desarrollo nos está conduciendo a otros. Cada comunidad que reciba tierra queda obligada a dejar una porción de ella para propósitos de experimentación, a fin de verificar qué se da en esas tierras y cómo pueden ser mejor cultivadas. Tan pronto como los ejidos queden distribuidos entre los pueblos, el gobierno dedicará la misma atención sistemática al desarrollo de cultivos experimentales que la que está dedicando ahora a la medición de las tierras comunes. Todo esto está dando al indio independencia económica y mayor confianza en sí mismo.

Pero la sola recuperación de las tierras no emancipa al campesino, hace falta también que su apropiación productiva sea económicamente viable y garantice a los productores una vida digna, para lo que se requiere organización. Y así se lo planteó el Congreso de Motul, como lo informa en una carta Carrillo Puerto:

Los primeros ensayos los vamos a hacer en la organización de cooperativas agrícolas de las Ligas de Resistencia. Estas cooperativas deberán estudiar e implantar los planes necesarios para conseguir que los campesinos que han recibido sus ejidos aseguren de una manera mejor el producto de sus labores para irles apuntalando cada vez más la independencia económica, germen de todas las demás. Se fundará un Consejo de las Cooperativas, que ejercerá el control directivo, y con el cual estarán en contacto directo todas las organizaciones estatales.

Recuperar la Soberanía Alimentaria y en general reactivar la agricultura supone una planeación territorial del desarrollo agropecuario que tome en cuenta las necesidades del país y también la vocación productiva de las regiones, lo que no ocurre donde impera el agronegocio. Así se lo planteaban hace un siglo los yucatecos en los considerandos de una ley de 1920:

Yucatán es de carácter monocultor en la actualidad, pero históricamente está comprobado que sus tierras producen otros bienes cuyo cultivo se ha reducido o abandonado. Es indudable que si la dirección económica del estado estuviera entregada en manos competentes se hubiera hecho ya una división de zonas agrícolas. Naturalmente el sistema capitalista aleja la posibilidad de la distribución de la propiedad agrícola e industrial por regiones, lo que sólo es factible cuando el interés comunal está sobre el particular o privado; pero nuestro estado requiere urgentemente tener un granero, es decir una región dedicada exclusivamente al cultivo de cereales de primera necesidad para evitar, o mitigar, los rigores del hambre por carencia de estos productos básicos en la alimentación indígena.

Restitución de las tierras, organización cooperativa, planeación territorial… que por si mismos no son garantía si imperan malos hábitos de cultivo. El respecto llama la atención que buena parte de los debates de un congreso partidista y político como fue el de Motul se haya centrado en la necesidad de una conversión agroecológica. Decía Carrillo Puerto que de joven había sembrado una parcela:

Un mecate de chapeo demanda una jornada de trabajo en el centro y media en el oriente. Y después de pasar días enteros de trabajo sobre nuestras milpas, sacamos una cosecha tan insignificante que apenas alcanza para no morirnos de hambre; mientras que en el sur con el mismo trabajo tienen un rendimiento que da para cinco familias. Por eso cuando hacía propaganda por el oriente pretendí convencer a los trabajadores de que la única salvación para nosotros es procurar los sistemas intensivos. Convencerlos de que no debían quemar los montes en su totalidad y de que era mucho mejor que removieran las tierras, pues obtendrían dos ventajas: la primera es no consumir todas las materias de riqueza que la tierra contiene y la segunda consiste en que no haya un desperdicio perjudicial de madera…

Y Felipe encontró respuesta. Pedro Romero, un viejo y afónico campesino de Pustinich, expuso sucintamente en qué consiste hacer milpa:

Aunque mi voz no me ayuda, procuraré darme a entender del mejor modo. Voy a decirles lo que yo observo al hacer mis siembras de maíz y que siempre me ha dado buen resultado. Se siembra el maíz dejando dos varas de surco a surco y en medio se ponen los espelones, las papayas y otras cosas que son muy útiles. El maíz se siembra de cuarta en cuarta poniendo dos o tres granos en cada agujero y de esta manera veinticinco mecates dejan más provecho que si se sembraran cincuenta de puro maíz.

Enrique Erosa, de Yonaín, aprovechó para argumentar a favor del policultivo:

Yo creo que, al mismo tiempo que se siembra maíz, se puede sembrar el espelón, la papaya, el chile y otras cosas más…

Lo que dio pie a Carrillo Puerto para insistir en la necesidad de recuperar la autosuficiencia alimentaria, pero con una producción agroecológicamente sustentable:

Hay muchas clases de plantas que se producían en nuestro suelo y que han desaparecido totalmente porque se abandonó su cultivo. En nuestras manos está fomentar de nuevo los cultivos desaparecidos, pero no haciendo lo que hasta hoy: destrozando la tierra, acabando con la que es nuestra madre, pues sin ella nada existiría.

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Si cuando reivindican el derecho a tierras, aguas, ríos y montes los campesinos se inspiran en Emiliano Zapata y el Plan de Ayala, cuando reivindican su apropiación productiva en la perspectiva de la soberanía alimentaria bien podrían inspirarse en Felipe Carrillo Puerto y el Congreso de Motul. •